
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Tras 29 años de incertidumbres, de cumpleaños amargos, creciendo sin amor materno e imaginando respuestas llenas de dolor, Violeta Martínez, de 35 años, por fin confirmó el pasado 13 de septiembre sus sospechas sobre la suerte de su mamá, Carmen Cristina Garzón, una de las guerrilleras del M-19 que participaron en la toma del Palacio de Justicia y cuyos restos fueron identificados este año por la Fiscalía. Violeta apareció.
Armando Martínez y Carmen Cristina Garzón Reyes eran una joven pareja tolimense dedicada a sus estudios. Ella entregada a la veterinaria, él seducido por el arte. Lo dejaron todo por una causa. En el 75 creían fielmente que uniéndose al M-19 cambiarían el sistema político del país. Por eso, después de muchas manifestaciones y de sentirse perseguidos por sus convicciones, huyeron a Cali en busca de un escenario para validar sus creencias.
Allí decidieron seguir sus estudios. Ella ingresó a la Facultad de Biología Marina de la Universidad del Valle. Él al Conservatorio de la ciudad. Corría el año 1976. Ya estaban comprometidos con el movimiento insurgente, Carmen Cristina más apasionada que Armando. “Nos dimos cuenta de que había que defender al país”, señala hoy Armando. Inicialmente lo hicieron con trabajos de alfabetización y publicidad del movimiento.
Con el nacimiento de su hija, Violeta, llegó el momento en el que uno de los dos tuvo que encargarse de su cuidado. “Carmen Cristina era más del concepto guerrero, entonces ella decidió enfilarse”, recuerda Armando. Él se quedó en Cali, cuidando a su hija. Sus encuentros se volvieron clandestinos, Cristina adoptó el alias de Violeta y poco a poco tomaron diferentes rumbos. Armando la recuerda como una mujer entrañable, “de temperamento fuerte y de mucha personalidad”.
Eran pocas las veces que podían entrar en contacto. En todas ellas preguntaba por Violeta, no había confusiones ni secretos entre ellos, sabían que la distancia los mantenía bajo cuidado. “Dos o tres meses antes de la toma del Palacio, ella me comentó que iba a estar en algo grande. Ya la comunicación era esporádica. Cuando se supo del ataque, entendí que estaba ahí”, dice Armando.
Nadie se lo dijo, él lo dedujo. Ansioso por conocer el desenlace de la historia escuchó la transmisión de lo que sucedía ese 6 de noviembre de 1985, cuando un grupo del M-19 ingresó por el sótano del Palacio, para exigir la presencia del entonces presidente Belisario Betancur y hacerle un juicio público en medio de disparos, heridos y muertos.
Armando se enteró de lo que sucedía en ese momento, al menos hasta cuando la ministra de Comunicaciones, Noemí Sanín, intervino para que los medios pasaran un partido de fútbol y así evitar, según ella, “otro Bogotazo”.
Después de esos dos días de toma y retoma, no se volvió a saber nada de Carmen Cristina. Violeta tenía seis años y Armando cayó en una depresión profunda. Tuvo que huir de Cali debido a los señalamientos por ser simpatizante del M-19, y por su esposa, la guerrillera que estuvo en la sangrienta toma. “Por qué no se va de aquí, usted no es un artista”, le gritó una vez la entonces directora del Conservatorio de la ciudad, donde él oficiaba como profesor.
La niña quedó al cuidado de la familia materna. Primero bajo la protección de una tía y luego de la abuela. Violeta creció con dudas por la ausencia de su madre. “Siempre ha habido temor por la situación. A veces no puedo hablar mucho de quién es mi mamá, digo que se murió en un accidente”. Muchos años después empezó a encontrar respuestas aparte de las simples que obtenía de sus allegados: “A veces se tienen que tomar decisiones dolorosas”.
“La familia vivió temerosa por lo que sucedía en el país. Nunca buscaron a mi madre porque sabían que era militante del M-19”, sostiene hoy, al tiempo que recalca que entonces para el año 2000, con 20 de edad, empezó su lucha por la verdad, sin importarle críticas y cuestionamientos de amigos y compañeros del trabajo por ser “hija de una guerrillera”.
Un día se enteró del hallazgo de unos cuerpos de personas que estuvieron en la toma guerrillera y que habían sido enterrados en el Cementerio del Sur en Bogotá. Entonces vio una luz de esperanza y contactó a la Fiscalía. “Yo les dije que mi mamá era militante del M-19, que había estado en la toma y que la llamaban Violeta. Esa era toda la información que tenía”.
La Fiscalía no sabía de este caso. Sin embargo, en 2001 y 2002 practicaron pruebas de ADN a Violeta y a la abuela. Ocho años después, a instancias de la Comisión por la Verdad, creada para investigar los hechos de aquel holocausto, la joven se contactó con una abogada para averiguar sobre los pasos de su madre en la guerrilla. Su testimonio fue incluido en el informe de la Comisión. Desde ese momento Violeta empezó a ser considerada víctima.
Casi diez años después, en abril de 2014, las autoridades confirmaron que el ADN de Violeta coincidió en un 99% con el de unos restos humanos hallados en el Cementerio del Sur, y cuyo nombre aparecía en el informe de la Comisión realizado en 2010 con testimonios de empleadas del cuarto de aseo. Cinco meses más tarde, la Fiscalía anunció que su certeza era del 100%. Por ahora, la búsqueda ha concluido. Apenas empieza la segunda misión: aclarar qué sucedió con Violeta en aquella aciaga jornada de 1985.
mfalla@elespectador.com
@monicafallap