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Las voces de las víctimas de la Fuerza Pública

La 'Sala de la Memoria y la Dignidad, Sargento Primero Libio José Martínez Estrada', que se inaugura este jueves en Bogotá, exhibe objetos personales que esconden anécdotas inéditas del conflicto. Sus protagonistas, combatientes y familiares, las recuerdan.

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Juan David Moreno B.
08 de octubre de 2015 - 05:50 p. m.
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El silencio se interrumpió cuando un grupo de personas, entre uniformados y civiles, ingresaron al auditorio. Todos se saludaron entre sí. Algunos se reconocieron e intercambiaron unas palabras en voz baja. Cada rostro conservaba una expresión tranquila pero expectante y caminaban con la dignidad de quienes han padecido las adversidades inefables del conflicto.

Llevaban la tarea bajo el brazo. Miembros del Ejército, la Fuerza Aérea, la Armada y la Policía, así como los familiares de los uniformados que perdieron la vida o siguen desaparecidos, habían sido invitados al Museo Militar para donar un objeto que simbolizara su entrega y sacrificio. Cada pieza, que otrora fue de vital importancia para su supervivencia,  empezaría a formar parte de la “Sala de la Memoria y la Dignidad Sargento Primero Libio José Martínez Estrada”. Ahora, como ellos dicen, cada uno de sus recuerdos podrá contribuir a que los errores del pasado no vuelvan a repetirse nunca más.

El deber de cada uno de los invitados consistía en mostrarles a los presentes los objetos que iban a entregar y las historias que subyacen detrás de ellos. Uno de los primeros en presentarse fue el sargento mayor del Ejército Luis Alfonso Beltrán, quien estuvo en poder de las Farc durante 14 años y 22 días, tras la toma de El Billar (Caquetá), en marzo de 1998. “Quiero dejar en la sala un bolso que fabriqué.  Lo llamé mi bolso de asalto porque siempre creí que en algún momento podíamos escapar o que nos iban a rescatar. Allí llevaba lo más importante para mí: una Biblia, las pruebas de supervivencia para mi familia, un cepillo de dientes y un par de medias”, aseguró Beltrán.

El suboficial activo, de 47 años, entregó también un pocillo que había hallado en la selva. “Fue maravilloso cuando lo encontré, porque es es como si usted va caminando por la ciudad y de repente ve un billete de $50.000 tirado en el suelo. Era realmente un tesoro: me servía para poner mi comida y también para bañarme. Por eso, conservo la esperanza de que a través de los elementos que le entrego la sociedad se pueda conocer parte de las atrocidades que padecí a diario”, dice el sargento mayor, quien fue liberado hace tres años cuando empezaron los diálogos entre el Gobierno y las Farc.

A su turno, Hernán Casarrubia, sargento viceprimero del Cuerpo de Infantería de Marina, prefirió leer unas palabras que había escrito en honor al objeto que donó: la cantimplora que le regaló un compañero el 24 de junio de 2003, cuando más de 30 integrantes de las Farc atacaron el Batallón de Fusileros en Bolívar. “Cantimplora bendita, que me trae tantos recuerdos, horrorosos y divinos. Esta cantimplora que llevaba cargada 12 años atrás fue la que me dio el elixir de la vida en el momento en el que estaba a punto de irme al más allá. ¡Cómo olvidarla! Por eso la guardo como la reliquia más sagrada de mi vida. Hoy la dono porque sé que estará muy segura aquí. La he guardado con tanto cariño porque en el momento en que estaba en el combate, cuando veía que mis compañeros perdían la vida, había un infante que me decía: ‘Mi cabo, le regalo mi cantimplora. Guárdela, porque yo me voy’. Y muchas veces bebí de ella cuando estuve a punto de fallecer y siempre me dio fuerzas para seguir luchando”.

También fueron recordados los ausentes. En honor a la memoria del capitán de la Fuerza Aérea Javier Alonso Sarmiento Niño, quien falleció en septiembre de 2008, fue entregada una placa y una de sus medallas más preciadas. También pasó por el auditorio parte del legado del sargento del Ejército José Vicente Rojas Rincón, quien fue secuestrado por las Farc el 2 de noviembre de 1992, en el momento en que se dirigía hacia la Base Militar de Mutatá (Antioquia).  Su esposa, Olga Esperanza Rojas, no ha recibido una sola prueba de supervivencia desde entonces. “Le entregué a la sala una cámara fotográfica y un radio. A él le gustaba escuchar música romántica y tomar fotografías. No salía sin esos aparatos. Precisamente, hacía poco tiempo los había cambiado por otros de tecnología más avanzada.  Yo me quedé con los que me dejó y esos son los que quiero dejarle al país”, agregó.

De un momento a otro, las mesas del auditorio se fueron llenando de objetos y el salón de historias. De recuerdos de alegrías y momentos de desesperanza. Los lapsos de silencio se volvían a interrumpir por los inusitados aplausos que conmovían o embargaban de emoción a los asistentes. Y tras referirse al significado de sus esferos forrados de hilo y a una cruz hecha con una pepa de corozo, el intendente de la Policía Donald Quintero García –quien fue secuestrado durante la toma a Mitú, en 1998, y liberado en 2001– aseguró que se trata de una oportunidad única para visibilizar a los rostros anónimos del conflicto. “Esperamos que los ciudadanos, más que como unas víctimas, nos vean como unos héroes que lo hemos dado todo por ellos”.

 

Por Juan David Moreno B.

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