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Luz Marina Hache, la enamorada que quiere entender

Luz Marina Hache es una mujer a quien le arrebataron al amor de su vida y del que no pudo hablar durante quince años por una promesa que le hizo antes de que se lo llevaran. Este es su relato.

Redacción Judicial
30 de agosto de 2016 - 09:53 p. m.
Luz Marina Hache busca a su "Negro" desde 1986. Apenas hasta el año 2001 se convenció de portar su foto en el cuello. / Foto: Jonathan Ramos.
Luz Marina Hache busca a su "Negro" desde 1986. Apenas hasta el año 2001 se convenció de portar su foto en el cuello. / Foto: Jonathan Ramos.

“La historia del Negro, que es como yo le digo, es diferente a muchas historias. Él era una persona comprometida con un cambio social, sabíamos que se exponía a que lo mataran o lo desaparecieran. Lo conocí en La Picota en 1980, pues yo hacía trabajo con presos políticos y él estaba detenido desde enero de 1979, sindicado de pertenecer al M-19 y de haber hecho parte del complot para el robo de armas del Cantón Norte. Cuando uno llegaba a la cárcel, su saludo era muy afectivo: “Hola compita, cómo anda”, decía. Nos enamoramos, igual que hace la gente común y corriente. Yo fui compañera del Negro desde el 20 de marzo de 1981. 

A pesar de que su condena era de 12 años, a los cinco pudo salir. Era mayo de 1983. Nos fuimos a vivir a una pieza en el barrio San Jorge: allí comenzamos a construir nuestra utopía, que era un país sin excluidos, donde el hombre no fuera explotado por el hombre. En el momento de su salida de la cárcel él ya no pertenecía al M-19, y por eso se vinculó al Frente Amplio del Magdalena Medio (FAM) que empezó a hacer Ricardo Lana Parada, del Eln, cuando regresó al país. Por eso él siempre estaba viajando entre Barrancabermeja y Bogotá; al igual que yo, que en ese momento era líder sindical del Banco Cafetero. 

Nos cruzábamos, hablábamos por teléfono, nos veíamos en nuestra pieza en San Jorge. Mis tres hijos me los cuidaba mi mamá porque teníamos claro que por ningún motivo íbamos a involucrar a los niños en lo que hacíamos. Sabíamos que uno de los dos se tenía que meter hasta el fondo en el trabajo y el otro tenía que velar por los niños. Y fue el Negro quien lo dio todo. Una vez, después de una marcha, mientras tomábamos aguapanela con queso, él me dijo: ‘Hoy vi lo solas e indefensas que están las víctimas de desaparición forzada. Prométeme que si a mí me desaparecen, tu no andarás por las calles con mi foto mostrando tus llagas a nuestro enemigo”. Se lo le prometí, pero no pude cumplir. 

Dos meses después, el 16 de noviembre de 1986, me fui para Santa Marta a una actividad con el sindicato. Estando en una reunión, a las 4 de la tarde, me llamaron. Pasé y era el Negro. Me dijo: ‘Hola, cómo andas?’. Yo me sorprendí porque no me esperaba esa llamada. Me dijo: ‘Tú decidiste dejarme viudo’. ‘¿Cómo así?’, le pregunté. ‘No me hagas caso porque tengo la malparidez en el hombro’, me contestó. Le dije que qué pasaba. (Ella guarda silencio un momento. Está llorando). Me dijo: ‘No me hagas caso pero siento pasos de animal grande’. Me contó que había otro compañero que no aparecía. Le pregunté si quería que me devolviera. Me dijo: ‘No, nos vemos el sábado y te recojo en el aeropuerto’. Me dijo que me llamaba el jueves. Todavía estoy esperando esa llamada.

En el aeropuerto teníamos un sitio donde siempre me recogía, era una cafetería en la que él siempre me esperaba tomando tinto o leyendo un libro. Me fui a buscarlo y no estaba. En ese momento supe que algo había pasado. Me fui para nuestra pieza y daba la impresión de que acababa de salir. No teníamos nada. La cama, sus libros, una mesa donde estudiábamos. Sobre el escritorio había un libro abierto, una botella de gaseosa, una rosa amarilla. La cama estaba tendida y sobre ella, una notita, como las que siempre me dejaba. Decía ‘morcita, te quiero’. Hasta el día de hoy no sé nada, no sé qué pasó. 

Yo me fui para Asfaddes y hablé con la coordinadora y le di a conocer todo lo que había pasado. Fue todo lo que hice. También estuve en cárceles, en los cementerios, en los hospitales, fui a hablar hasta con brujas y nadie me supo decir qué había pasado. Yo salí del país por cuestiones de seguridad en el año 2000. Me sacó Amnistía Internacional que me llevó a Francia, donde estuve sola durante 19 meses. Allá me encontré con gente que había conocido al Negro, y un compañero que se llamaba Jairo me dijo que yo tenía que romper la promesa que le había hecho a él. ‘El Negro no era un mal ser humano, reivindique la memoria del compañero’, me decía. Y fue allá donde hablé por primera vez sobre el Negro. Por primera dije en público que a Eduardo Lofesner Torres, el Negro, lo habían desaparecido.

Cuando volví a Colombia, empecé a reivindicarlo. Me puse su foto al cuello y lo guardé en la billetera. Esta es mi forma de decir que él fue mi compañero, que es el papá de mi último hijo, que él tiene derecho a saber qué pasó con su papá. Yo por mi parte tengo derecho a hacer el duelo. En la Fiscalía la investigación fue inicialmente archivada. Cuando se dieron cuenta de que yo trabajaba ahí mismo, la pasaron a la Unidad de Desaparición Forzada. Allí está pero no ha pasado nada. Lo primero que quiero saber es dónde está, y después saber por qué lo hicieron, porque mi compañero era un hombre comprometido pero él no le generaba una amenaza al Estado. Hoy en día tengo claro que yo no lo voy a encontrar, pero sé que mi deber es ayudar a otras víctimas a encontrar a los suyos. Es lo que él haría”. 

Por Redacción Judicial

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