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“¿Dos pepazos o degollado?”. Amarrado con las manos hacia atrás y envuelto en un colchón, el conductor Paulo Antonio Rodríguez Carreño escuchaba indefenso esa lapidaria frase de dos integrantes de una peligrosa banda delincuencial que entre los meses de junio y agosto del año pasado secuestraron, despojaron de sus vehículos y luego asesinaron en las afueras de Bogotá a 11 choferes de camión.
El 7 de julio de 2009, Rodríguez Carreño fue contratado por una mujer y un hombre para llevar un acarreo desde Fontibón hasta el barrio Spring. Una vez llegaron al lugar de destino lo convencieron para ayudar a bajar los trastos, pero en lugar de recibir el justo pago por su trabajo fue encañonado, lo inyectaron y lo obligaron a ingerir somníferos, para después ser transportado al lugar donde iba a ser asesinado.
De lo que los delincuentes no se percataron fue que el conductor no tragó los medicamentos y que la droga inyectada no le hizo efecto. Intuyendo que algo malo le iba a ocurrir, Rodríguez les siguió el juego a los delincuentes al punto que soportó que uno de ellos se parara sobre su cuerpo y lo pisoteara, simulando estar inconsciente. Aprovechando un descuido de sus captores, mientras ingerían bebidas alcohólicas, el conductor logró escapar y se convirtió en pieza clave de la investigación que llevó a que recientemente dos miembros de la organización criminal fueran condenados a más de 54 años de prisión por un juez de Cundinamarca.
Se trata de Ismael Bautista Gómez, alias Culebro, y Orlando Pardo Quiroga, alias El Diablo, quienes relataron a las autoridades el modus operandi de la banda delincuencial de la que formaban parte al menos dos integrantes en servicio activo de la Policía Nacional. De acuerdo con su confesión, la organización operaba bajo dos modalidades: la primera consistía en contratar a los conductores para realizar acarreos desde los municipios de Mosquera, Funza y Facatativá hacia la capital del país, o viceversa.
Una vez emprendían el viaje los convencían para que evadieran el peaje y tomaran una vía alterna que atravesaba los barrios Porvenir y Planadas de Mosquera. Mientras transitaban esa ruta alterna eran abordados por hombres vestidos con uniformes de la Policía, quienes los obligaban a descender y los encañonaban, para luego llevarlos al sitio donde les quitaban la vida.
Aunque se pudo comprobar que no todos los uniformados eran policías de verdad, la justicia condenó el pasado 10 de mayo a John Ricardo Céspedes Gaviria, alias Goliat, quien para la época de los hechos era auxiliar bachiller en servicio activo. Pendiente de sentencia se encuentra Óscar Rodrigo Velasco, alias El Gordo, quien también formaba parte de la institución en calidad de suboficial al tiempo que era uno de los jefes de la organización criminal.
La segunda modalidad delictiva de la banda era a la que precisamente fue sometido Paulo Antonio Rodríguez Carreño: ser abordado por una mujer sola o con su pareja, llevado a un inmueble y allí, haciendo uso de medicamentos como atibán, que producen sueño, ponerlo en estado de indefensión para ser asesinado y luego abandonado en un lugar despoblado o lanzado a las fétidas aguas del río Bogotá.
De esta práctica delictiva formó parte la auxiliar de enfermería Mary Luz León Méndez, una mujer de 31 años de edad y madre de dos hijos, de 7 y 12 años , quien como parte de rol delictivo utilizaba pronunciados escotes y ropa ajustada para contactar a los choferes de camión. Luego de su captura la mujer confesó que, aprovechando sus conocimientos médicos, era la encargada de conseguir los medicamentos e inyectar a las víctimas.
En su mayoría, los camiones hurtados eran NPR, NKR y NHR. Recordando uno de los asesinatos, alias Culebro relató: “Eran las 3:30 cuando llegamos a la trocha. El tombo nos dijo que todo bien. Le dijimos que tenía que ser una NPR de estacas para llevarla para Villavicencio. Eran las 5:30 de la mañana cuando pasó la camioneta. Estaban de turno Goliat, Garzón y Velasco. Pararon la NPR de estacas. Los policías le pidieron papeles (al chofer) y le revisaron atrás la carrocería del carro”. Sobre la suerte que corrió el conductor, alias Culebro dijo que sus compañeros de andanzas le contaron que después de haberlo transportado vivo en una patrulla lo llevaron hacia Funza y Mosquera, y en una trocha, a 300 metros de la vía principal, lo arrastraron y El Diablo lo remató con un tiro en la cabeza.
Los camiones eran llevados y vendidos en precios que oscilaban entre los $6’000.000 y los $10’000.000 en la ciudad de Villavicencio, donde los desguazaban y los convertían en autopartes. A cada integrante de la banda, por cada crimen cometido, le quedaban entre $300.000 y $600.000. En su sentencia el juez de Cundinamarca aseguró que en caso de haber tenido la facultad de imponerles penas mayores a alias El Diablo y a alias Culebro, lo habría hecho sin dudar, por la gravedad de los delitos cometidos. No obstante, se convirtieron en penas ejemplares dado que los delincuentes, por confesión, se les rebajaron la mitad de las sentencias.