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Filosofía pública para un mundo de ganadores y perdedores

La retórica de la libertad personal y del crecimiento están trayendo como contrapartida un populismo antimeritocrático que abomina de las élites políticas, económicas y culturales. Una aproximación al pensamiento de Michael Sandel.

Iván Garzón Vallejo **

02 de diciembre de 2021 - 06:00 a. m.
Michael Sandel, profesor de filosofía política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard. / Ethan Miller
Foto: Getty Images - Ethan Miller
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En los últimos años, dos fenómenos televisivos globales han provenido de Corea del Sur. En 2020, una cinta no producida en Hollywood ganó por primera vez el Premio Óscar de la Academia a mejor película, un hecho inédito en 82 años de historia del certamen. Parásito, la película galardonada también con el premio al mejor director por Bong Joon Ho, es una elocuente sátira del mundo de los ricos y del mundo de los pobres, una crítica social austera y sin pretensiones pero demoledora.

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La escena que desencadena su final es muy sutil: se trata del momento en el que el señor Kim Ki-taek, quien trabaja como conductor de Dong-ik Park, un adinerado hombre de negocios, percibe por segunda vez que a su jefe le fastidia su mal olor. La secuencia, que parece sacada de una película de Quentin Tarantino, es totalmente inesperada, toda vez que el señor Park es un jefe generoso: trata bien a su empleado, confía en él, respeta sus horarios y remunera bien su trabajo. Sin embargo, Kim percibe, en este gesto inconsciente de su empleador, un acto de humillación y asco, y ese gesto reiterado suscita su ira y desata una grotesca escena de violencia.

Y este año, la popular serie El juego del calamar recrea la situación en la cual 456 personas convocadas en las calles de Seúl, tan endeudadas como desesperadas y, por ello, sin mucho que perder, se internan en una isla a participar en unos crueles juegos infantiles que harán acreedor al ganador de una suma astronómica. La generosidad del premio mayor, sin embargo, tiene una contracara y es que quienes pierdan, lo perderán todo, incluso su vida. Como los participantes tienen la posibilidad de dejar el juego siempre y cuando la mayoría se ponga de acuerdo, el guionista de la serie pone en boca de Sang-woo, un inversionista de bolsa participante del juego, la principal motivación de los participantes para regresar a él una vez vieron de cerca su inhumanidad: “Solo vine porque no tenía adonde ir”.

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Parásito y El juego del calamar reflejan bien un fenómeno que las élites políticas, económicas y culturales parecen haber pasado por alto: las democracias contemporáneas se dividen cada vez más entre ganadores –élites urbanas acomodadas, educadas, racionales y seculares– y perdedores –masas de individuos desempleados o con empleos precarios e informales que no tienen cómo llegar a fin de mes y que sienten rabia, frustración y resentimiento–. Si tuviera que sintetizar el último libro de Michael Sandel, La tiranía del mérito, diría que se trata de una obra de filosofía pública para un mundo de ganadores y perdedores.

(Quizás quiera leer también: Michael Sandel en Colombia)

El libro cuestiona el lugar común que se popularizó durante la pandemia del coronavirus de que “estamos todos juntos en esto”, pues Sandel advierte que, por el contrario, los últimos 40 años en Estados Unidos –y los lectores en América Latina sabemos que el diagnóstico se aplica también a nosotros– han sido testigos de un crecimiento de la brecha entre los ganadores y los perdedores del mercado, la tecnocracia y la globalización. Ello le permite cuestionar la mentalidad de los ganadores: la meritocracia entendida como justificación racional del éxito, toda vez que éste es producto del esfuerzo y el trabajo duro y es una recompensa merecida. El problema de ello no solo es que nadie triunfa en la vida solo porque se esfuerza, sino que quienes no triunfan sienten que su fracaso es su culpa, lo cual incentiva el resentimiento contra las élites e incentiva políticas populistas.

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Con este libro, Sandel se inscribe en el grupo de autores como Martha Nussbaum, Francis Fukuyama, Dieter Thomä y Peter Sloterdijk, y entre nosotros, Mauricio García Villegas y Laura Quintana, que hallan en emociones políticas como la rabia, la ira y el resentimiento claves interpretativas de los fenómenos políticos contemporáneos. Sandel advierte que la retórica de la libertad personal y del crecimiento están trayendo como contrapartida un populismo anti-meritocrático que abomina de las élites políticas, económicas y culturales representadas en tecnócratas, expertos, ejecutivos de bolsa e intelectuales privilegiados.

Aunque se pueda cuestionar la respuesta de quienes actúan políticamente como si no tuvieran nada que perder, la reacción es, según Sandel, comprensible: la fe en la meritocracia está fundada en la creencia de que el trabajo duro y el esfuerzo son los motores de la movilidad social. Sin embargo, dicha promesa está siendo desmentida día a día, pues vivimos en sociedades en las cuales a los jóvenes les cuesta cada vez más alcanzar el nivel de vida de sus padres.

(Le puede interesar también este texto de Sandel: ¿Se justifica el afán por el éxito?)

La crítica de la retórica meritocrática en las universidades ocupa un lugar especial en el análisis, lo cual, viniendo de quien lleva más de 40 años como profesor en la Universidad de Harvard, se lee como una saludable autocrítica. La idea tan cara a la sociedad americana –y a la colombiana– de que alguien difícilmente triunfará en la vida si no tiene un título universitario constituye una promesa cada vez más irrealizable en tiempos de automatización y precariedad laboral y en un contexto en el que se ha achicado dramáticamente el embudo de quienes se gradúan de las universidades de élite.

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Allá como acá, quienes logran tal hazaña entran a un mundo de privilegios y se aseguran, con ello, un futuro igualmente privilegiado por el prestigio social de tales títulos, convertidos no tanto en pasaportes de ascenso social sino en credenciales de reconocimiento paritario entre las élites.

Aunque la crítica se dirige a las élites meritocráticas que han conseguido sus privilegios de modo legal, vale la pena tirar del argumento para advertir que las pautas neoliberales del rendimiento y la acumulación generan estímulos para alcanzar estatus, poder y fortuna a cualquier costo. Creo que esto debería llevarnos a hacer una profunda reflexión colectiva sobre la forma como quienes toman atajos para insertarse entre los sectores más acomodados de la sociedad suelen encontrar allí un entorno seguro, normas e instituciones manipulables, así como no pocos compañeros de ruta.

La política y el derecho, cuestiones morales

Para contextualizar el pensamiento de Sandel, conviene identificar un hilo conductor de sus trabajos: la política y el derecho tienen un trasfondo moral, es decir, detrás de las cuestiones políticas y jurídicas siempre hay bienes, valores y modos de vida que se busca honrar y promover o desalentar y prohibir. Esta parresía –para decirlo con un término de Michel Foucault– interpela tanto a los conservadores como a los liberales, pues ambos se sirven del lenguaje constitucional y legal para encubrir sus motivaciones más profundas o el deseo de que las instituciones políticas validen sus modos de vida. Una sociedad pluralista, sostiene en Filosofía pública, “no tiene por qué rehuir las convicciones morales y religiosas que sus ciudadanos trasladan a la vida pública”. No se trata únicamente de moralizar la política sino también de politizar la moral.

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Aunque Sandel ha sido catalogado como comunitarista debido a su revaloración de la moral y a su defensa de las comunidades en el proceso formativo y deliberativo, es un filósofo que pretende poner al día a Aristóteles y su idea de que el honor, la virtud cívica y el bien común tienen un lugar en la política, y no son reliquias del pasado dignas de ser conservadas en un baúl.

(Puede complemenar con esta reseña de “Lo que el dinero no puede comprar”)

En la segunda edición de El liberalismo y los límites de la justicia, Sandel toma distancia del comunitarismo al sostener que los derechos y las libertades se fundamentan en un juicio moral sustantivo sobre los fines que promueven y no, como hace la teoría liberal rawlsiana dominante, en facultades genéricas independientes de sus contenidos. Su postura consiste en advertir que la pregunta por el bien antecede a la pregunta por la justicia. No podemos determinar si algo es justo o correcto sin determinar previamente si es bueno o no. La pregunta ética o moral no va a desaparecer porque la ignoremos.

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Los límites morales del mercado

Pero no solo la justicia y el derecho tienen un trasfondo moral. También el mercado y la economía. En 2013, Sandel publicó Lo que el dinero no puede comprar, una suerte de crítica desde la filosofía moral clásica al neoliberalismo. Allí advertía que el hecho de tener una economía de mercado no debería implicar que todo quedara sujeto a transacción, pues el razonamiento mercantil, a fin de cuentas, no discrimina entre las preferencias admirables y las bajas. Un mundo donde prácticamente todo se puede vender y comprar vacía de contenido los bienes y valores que no tienen precio.

Este libro constituye un antecedente de La tiranía del mérito, pues se enfoca en los efectos sociales de la mentalidad mercantil dominante y contradice la idea de que la economía es una ciencia carente de consideraciones morales. Allí se mostraba preocupado porque, contrario a lo que los libertarios y utilitaristas consideran, “los incentivos mercantiles minan o desplazan los incentivos no mercantiles”: si el premio Nobel, por ejemplo, pudiera ser comprado, tendría un valor infinitamente menor que si se ganara. Los triunfadores del mercado no pueden imponer su lógica a todas las esferas de la vida.

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Así, en un contexto en el que día a día oímos de personalidades con cuentas en paraísos fiscales, de encumbrados funcionarios públicos que rehúyen la responsabilidad política, de exmagistrados rindiendo cuentas por su participación en sofisticados entramados criminales, de exmandatarios que no asumen su responsabilidad por las consecuencias no queridas de sus decisiones, y de servidores públicos que usan las instituciones estatales como burladeros de sus contradictores políticos, la propuesta de moralización de la política y el derecho están lejos de ser exquisiteces eruditas de un profesor de la Ivy League y se convierten en ideas tan imprescindibles como urgentes para una cultura de la decencia pública. Incluso, para la sostenibilidad moral de nuestro país.

* Texto pronunciado en el XXIV Encuentro de la Jurisdicción Ordinaria “Conflictos sociales y polarización: ¿Qué se espera de los jueces?”, el 18 de noviembre de 2021 en Bogotá durante la conversación del autor y Hugo Quintero Bernate con Michael J. Sandel.

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** Investigador asociado, Universidad Autónoma de Chile. @igarzonvallejo

Por Iván Garzón Vallejo **

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