
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Jesica Puentes, civil de de Sanidad en Policía Urabá: “Pensé suicidarme. Me salvaron dos veedores”
¿Cuántos años tiene, en dónde trabajó para la Policía y cuáles eran sus tareas?
Tengo 35 años. Trabajé como civil al servicio de la Policía en Carepa, Urabá antioqueño, en la Unidad de Sanidad. Pero por todo lo que me pasó tuve que renunciar y trasladarme a otro lugar.
¿Por qué?
Por miedo.
¿A sus antiguos superiores?
Sí.
¿Qué hacía antes y cómo logró ingresar a la Policía? No es fácil ser aceptada en una institución como esa por razones de seguridad y de cupos: muchos aspirantes, pocas vacantes...
Trabajaba en el hospital Francisco Luis Jiménez Martínez de ese mismo municipio. Hubo una convocatoria pública y se inició el proceso de selección. Cumplí con todos los requisitos y me aceptaron. Me puse feliz: era un avance en mi trabajo y una buena experiencia laboral.
¿En cuál fecha ingresó y cómo sintió su ambiente de trabajo?
Ingresé el 15 de marzo de 2021. Al principio todo funcionó bien y el jefe, un teniente, era un buen ser humano, muy respetuoso, pero fue trasladado. Enviaron en su reemplazo a otro oficial. Llegó el teniente Brian Ferney Escobedo Álvarez. El director saliente nos recomendó, a otra compañera y a mí, con el teniente por ser excelentes empleadas de la Unidad.
Entonces, ¿cuándo empezó a sentirse incómoda?
Las instalaciones principales de la Policía entraron en remodelación. Nos trasladaron a la cabaña, fuera de la sede, pero en la misma edificación. El nuevo jefe comenzó a acercarse a mí en actitud laboral para preguntarme información sobre el personal y otros aspectos. Le daba los datos que conocía y le presenté al personal de sanidad. Poco a poco empezó a citarme a su oficina con mayor frecuencia y a hacerme insinuaciones: que le gustaban las mujeres “voluptuosas” y que le encantaban mis senos por su tamaño. Un día, al mediodía, cuando todos estaban fuera, me quedé sola. Me gustaba permanecer en la oficina para ahorrar el dinero del almuerzo y transporte. Estaba cepillándome los dientes en el baño y, de pronto, el teniente abrió la puerta. Entró y de una vez me bajó el cierre de la camisa y me tocó los senos. Lo empujé y salí llorando. Él también salió y se retiró. Entonces regresé al baño y seguí llorando, muy asustada.
¿Le contó a alguien sobre ese incidente?
Una compañera me encontró temblando, pero no fui capaz de decirle nada, aunque ella se dio cuenta de que algo raro me había sucedido. La verdad, intenté seguir trabajando como si nada hubiera pasado, porque necesitaba el trabajo, pero vivía tan nerviosa que a finales de mayo presenté mi renuncia. El teniente me la firmó apenas se la entregué. Entonces le notifiqué de mi retiro a mi jefe inmediato, un patrullero. Hasta mi salud se estaba deteriorando por el estrés.
¿Le dijo al patrullero por qué se iba?
Después del incidente del baño no le comenté nada, pero cuando renuncié me preguntó por qué no quería seguir. Le conté. De pronto llegó el teniente -seguramente había escuchado- y me quitó la carta firmada por él. La rompió y me dijo que estaba “drogada” si creía que me iba a dejar ir por esa razón. Me tocó seguir trabajando porque me podía denunciar por abandono. Todos los días llegaba con mucho susto. La ansiedad me hizo subir de peso. Trabajaba en la ventanilla atendiendo público y, cuando podía, me encerraba en el baño a llorar. ¿Qué podía hacer contra un oficial de policía? Hubo una etapa de alivio porque él empezó a tener una relación con otra compañera. Fue cuando dejó de hostigarme, pero ella falleció en un accidente de tránsito. Tiempo después regresamos a la sede principal y volvió a insinuarse. Buscaba cualquier excusa para tocarme. Siempre me amenazaba diciéndome que con una sola llamada suya mi contrato terminaba.
¿Cuánto tiempo después empeoró su situación?
Ingresó una nueva compañera y él empezó a perseguirla, también. Era tan descarado, que me insistía en que la convenciera de que aceptara tener acercamientos con él. De cualquier modos, a cada rato me insistía en que fuera a su oficina. Muchas veces le decía que estaba ocupada, pero él iba hasta donde estaba y delante de todos se insinuaba. Me tocaba y me exigía que le mandara fotos y videos sexuales. Me decía que si me portaba bien podía incidir en que mejoraran mi contrato. Un día intentó bajarme el pantalón. Me negué. Fue cuando me dijo que le hiciera sexo oral. Accedí a hacer algunas cosas, pero repito, siempre por miedo.
¿Es cierto que se obsesionó por practicarse una cirugía de reducción mamaria?
Sí, es verdad. Empecé a buscar una mamoplastia de reducción en enero de este año. Ese señor se negó rotundamente a darme la licencia. Incluso me amenazó con que si me operaba, me echaba. Delante del patrullero le rogué, le supliqué. Pensaba que si me hacía la cirugía me iba a librar de él. Por esos días llegó el subcomisario y me preguntó si había tenido algún problema con el teniente porque le había dado la orden de no contratarme más. En ese momento ya había llegado a trabajar con nosotras la esposa del teniente a quien él hizo contratar después de haber sacado al médico que trabajaba en la Unidad. Me retiré, pero me dieron el reingreso unos meses después. Todavía ese teniente estaba en la sede, y también su esposa. Fue cuando me llamó para exigirme que cambiara mi número de teléfono para “borrar evidencias”. Empezó, entonces, el acoso laboral. Fue terrible porque me enfrentaban hasta con los usuarios.
Pero, ¿por qué aguantó tanto?
Por necesidad y porque era el mejor sitio para trabajar en ese municipio. Pero mi salud mental se deterioró tanto, que finalmente pasé nueva renuncia el 22 de julio. Fui a hablar con el comandante de Urabá. Me escuchó con una frialdad y distancia terribles. Solo me contestó que por qué no había dicho nada antes y que pasara mis quejas por escrito. Me sentí revictimizada, juzgada, señalada. Pensé en suicidarme. Me salvaron dos veedores que me brindaron apoyo, me ayudaron a poner las denuncias y me consiguieron valoraciones psicológicas. Cuando fui a entregar mi puesto, mediante acta, antes de que me la recibieran, salí a tomar un café con otra compañera que también interpuso denuncias en contra del mismo oficial. De pronto entró la esposa y minutos después me advierten que el teniente estaba furioso diciendo que por qué me habían permitido el acceso y que iba a mandar a unos uniformados a requisarme, porque estaba tomando fotos de las instalaciones.
¿Qué hizo?
Me llené de pánico y me fui. Pocos días después recibí una llamada en que se me pedía firmar un documento que me incriminaba. Se comunicó conmigo un abogado a nombre de la Policía y me advirtió que si no entregaba el puesto y firmaba el acta estaría cometiendo un delito. Me tocó ir a un centro psicológico. Apenas me dieron de alta decidí viajar lejos de Urabá porque sigo temiendo que algo me pueda suceder.
¿Y el acosador?
Continúa en su puesto.
Daniela de la Ossa, patrullera recién retirada: “Primero fue acoso sexual, después, laboral”
¿Qué edad tiene y cuándo ingresó a la Policía?
Tengo 26 años. Ingresé a la Policía hace seis años: desde 2018 hasta el 6 de octubre recién pasado. Fui patrullera y gestora de participación y educación ciudadana.
¿Cuándo sufrió el acoso sexual que denunció en un video que publicó en las redes hace poco?
Desde el principio he sufrido acoso sexual. Primero fue en Bogotá, en donde una señora capitán y una patrullera me perseguían. La patrullera era lesbiana y me tocaba la cola. Era la amiga de la capitán y su secretaria privada. Ellas terminaron acosándome laboralmente. Decidí pedir traslado a mi departamento, Córdoba.
¿La trasladaron a cuál municipio?
A comienzos de 2020, empezando la pandemia, me dieron traslado a Cereté. Durante un tiempo todo marchó bien y sin problemas. Después estuve en Montería, en el área de comunicaciones estratégicas. Tiempo después me dieron licencia de maternidad y volví a Cereté. Más o menos un mes después llegó trasladado, como comandante de la Policía Metropolitana de Montería, el coronel Juan Gabriel Arrieta. Y el mayor Juan Rodrigo Roa Sánchez fue nombrado comandante en Cereté. Fue cuando empezó el acoso sexual de este oficial.
Pero, ¿usted acababa de llegar de la licencia de maternidad?
Sí. Por eso tenía solamente labores administrativas y podía salir con permiso por los períodos de lactancia. El mayor empezó, primero, a acosarme laboralmente. Decía que era “una chillona” porque no quería trabajar. Me tocaba reemplazar a su secretaria cuando ella no estaba. Entonces, de pronto él empezó a acariciarme la espalda. Me hacía sentir muy incómoda. Me llamaba desde el carro oficial. Y a veces también se acercaba y me tocaba la nariz. No me gustaba que hiciera eso ni que tuviera contacto físico conmigo. Me parecía un irrespeto. Además, él era mi superior.
¿Y usted qué hacía?
Trataba de mantenerme a distancia, pero las cosas fueron poniéndose peores. En una ocasión todos estábamos en una fiesta. Soy cantante de vallenatos, así que iba a cantar con los grupos, por obligación. Me tocaba ir a esos eventos. En la fiesta que le digo, después de cantar, entregué el micrófono e iba a retirar cuando el mayor me ofreció un trago. Lo rechacé. Y, ¿qué hizo? Me lo tiró a la cara.
Sin duda, un acto muy agresivo...
Me limpié. Y aunque me dio mucha rabia, no renuncié: tenía un bebé y no podía darme el lujo de quedarme sin trabajo. Fue cuando empecé a sufrir acoso laboral. El mayor habló con un capitán que también estaba allá en el cargo de subcomandante de la estación de Cereté. Este oficial me empezó a atiborrar de trabajo. No me permitía descansar. Para cumplir con todo lo que me ponía a hacer me tocaba “doblar” mi horario. No tenía derecho al descanso. El agobio fue en aumento.
Cuando la trasladaron al municipio de San Pelayo, ¿pudo descansar?
No. Mi situación no mejoró. En marzo pasado llegué a San Pelayo y me encontré con el capitán Wálter Cortés Cadavid. Parece que él tuviera, también, el encargo de acosarme con exceso de trabajo. Fue peor: cuanto oficio encontraba me lo asignaba, desde ponerme turnos de vigilancia hasta cambiarme de horarios a otros de oficina, y así. No tenía tiempo de almuerzo si no había terminado el trabajo que me había impuesto. Me cambiaba de turnos de manera inesperada. El estrés fue tan enorme, que pedí vacaciones. Cuando llegué solicité el retiro. Eso fue el 20 de septiembre pasado.
¿No intentó hablar con el comandante de Montería y explicarle lo que sucedía?
Sí. Le dejé ver conversaciones, en el celular, con la esposa del capitán. Hasta ella me daba órdenes y andaba hablando mal de mí por todas partes. Intentaba cumplir con toda la carga laboral, pero por mucho que me esforzara, a veces trabajando hasta la 1 y 2 de la mañana, no era suficiente. Le conté todo al coronel y le expuse mi deseo de retirarme. No me aceptó porque en la carta expuse lo que me había ocurrido. Me dijeron que, en esas circunstancias, no podían darme la aceptación porque, según lo que decía ahí, el retiro era provocado y eso podía ser un lío para la Policía. También me dijeron que si me quería ir, que pusiera que lo hacía porque tenía otros proyectos pendientes. Como deseaba salir de la institución y nunca regresar a ese sitio, acepté hacerlo.
Pero primero tomó el período de vacaciones...
Sí. Cuando el coronel no me escuchó decidí que era hora de retirarme. Ya no podía hacer nada más. Tomé las vacaciones de retiro, pero cuando regresé, mientras me aceptaban la renuncia, todavía me tocó soportar actitudes espantosas en mi contra. Mientras llegaba la resolución me pusieron a realizar labores de archivo. Sin embargo, el mayor me obligaba a usar moto para atender requerimientos ciudadanos. Al mismo tiempo debía cumplir horario de oficina. Aunque traté de hablar con él, me dijo que no podía faltarle al respeto y que yo tenía que hacer todo lo que me mandara porque todavía era patrullera. Me sentía muy humillada e incómoda. Un día llegué y me di cuenta de que él le había ordenado al personal que nadie me hablara, que ninguno me determinara y que tampoco me permitieran usar los baños del alojamiento, los únicos que son aseados. La orden era que si tenía alguna necesidad, podía ir al baño de la guardia que es sucísimo y suele tener hasta estiércol regado en el piso.
¿Ahí decidió interponer las denuncias?
Sí, porque en ese punto ya temía por mi vida o por lo que me pudieran hacer. Entré en estado de depresión y no pude volver a dormir durante un tiempo largo. Decidí publicar el video con mi caso. Se molestaron muchísimo y el mayor me puso una denuncia por calumnia. Empezaron los ataques en mi contra en algunas páginas web. Me hicieron ver como si fuera una “prepago” y escribieron unos comentarios horribles en mi contra. Tuve que buscar ayuda psiquiátrica y asistir a varias terapias.
Después de su retiro, ¿todavía la persiguen?
Quedé muy traumatizada, pero me puedo dar cuenta de cuáles cosas suceden: al lado de mi casa hay un taller. Imagínese, entre muchos talleres iguales que existen en Cereté, llegó el capitán dizque a arreglar una moto, en el que se ubica a metros de donde vivo. Me tuve que ir unos días para Barranquilla y llevarme a mi hijo, por temor. Ahora tengo otros miedos: está pendiente la audiencia en la Procuraduría y en una oficina de atención al ciudadano de la propia Policía. Pero no quiero ver a nadie de esa institución. Bloqueé todos los números de celular y hasta borré las fotografías que me tomé con el uniforme. Estoy sin trabajo y allá no me dieron ni un peso. No se imagina las necesidades que estoy padeciendo.
El acoso sexual a las mujeres policías, el más común
En un estudio universitario realizado el año pasado con personal de la Policía Nacional (*), entre los uniformados que respondieron preguntas sobre acoso laboral dentro de la institución, al interrogante “¿considera usted que al interior de la Policía se presentan conductas de acoso laboral al personal femenino uniformado?”, el 92% de quienes respondieron, aceptaron que sí hay persecución de ese tipo en contra de las policías. Del mismo modo, un altísimo 94% aceptó haber sido víctima de abusos laborales en la institución. Y a la pregunta “¿qué tipo de conductas (inapropiadas) son más frecuentes...” entre acoso sexual, maltrato laboral, discriminación laboral y persecución laboral?, el 58% de quienes contestaron, manifestaron que el acoso sexual es el más común; el 24%, apuntó al maltrato laboral mientras que el 9% respondió que hay discriminación y persecución. Desmoraliza, de otra parte, el dato obtenido en el sentido de que el grado jerárquico tiene un aplastante 89% de incidencia en ese tipo de conductas. Sorprendente panorama en un gobierno y con un director general de la Policía que entraron con la intención de transformación. (* Acoso laboral a las mujeres uniformadas. Molina y Fajardo. U. Libre. Facultad de Derecho. Maestría D. Administrativo, 2022)
Acoso sexual y laboral, una combinación delictiva frecuente
En Colombia, el acoso sexual está tipificado como delito en el Art. 210 A del Código Penal según el cual “el que en beneficio suyo o de un tercero y valiéndose de su superioridad manifiesta o de sus relaciones de autoridad o de poder, edad, sexo, posición laboral, social, familiar o económica, acose, persiga, hostigue o asedie física o verbalmente con fines sexuales no consentidos a otra persona, incurrirá en prisión de 1(uno) a 3 (tres) años”. Para que se constituya este delito se necesita que el perpetrador tenga una relación de superioridad sobre la víctima para poder subyugarla, atemorizarla, subordinarla o amedrentarla. De otro lado, la Ley 1010 de 2006 (Art. 2) establece que el acoso laboral es “toda conducta persistente y demostrable ejercida sobre un empleado o trabajador por parte de su empleador, jefe o superior jerárquico inmediato o mediato, un compañero de trabajo o un subalterno encaminada a infundir miedo, intimidación, terror y angustia, a causar perjuicio laboral, generar desmotivación en el trabajo o inducir la renuncia del mismo”. Son modalidades de maltrato laboral la persecución arbitraria, la discriminación o el entorpecimiento de las tareas de alguien. La combinación de los acosos sexual y laboral es más frecuente de lo que se cree.
