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Fabio Castillo: la voz que enfrentó al narcotráfico con pruebas y palabras

Desde las páginas de El Espectador, el reportero enfrentó a la mafia cuando pocos se atrevían. Destapó los primeros nexos de Pablo Escobar con el tráfico de drogas, investigó al cartel de Cali y arriesgó su vida por la verdad.

Redacción Judicial

29 de octubre de 2025 - 05:05 p. m.
Fabio Castillo llegó a El Espectador a trabajar de la mano con don Guillermo Cano.
Foto: Archivo El Espectador
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“Un lunes cualquiera me llamó una fuente: ‘Fabio, te tienes que venir urgente porque acabamos de encontrar el búnker de Jaime Michelsen’. Era un parqueadero en el centro de Bogotá y, en el tercer piso, había un cuarto blindado. Lo que encontramos fue que ahí estaban archivados todos los documentos de los autopréstamos del Grupo Grancolombiano”. La frase podría ser el comienzo de una impactante serie de televisión, pero fue parte del anecdotario del periodista Fabio Castillo Ulloa en la caída de uno de los poderosos de los años 80, el banquero Jaime Michelsen Uribe, envuelto en la defraudación de miles de ahorradores colombianos.

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El escándalo del grupo Grancolombiano y la crisis financiera de los años ochenta provocaron un largo despliegue informativo y Fabio Castillo Ulloa aportó los principales hallazgos. Desde que llegó a El Espectador en 1979 fue periodista de confianza del director Guillermo Cano Isaza, y en la pelea contra la tenaza publicitaria del grupo Grancolombiano en su afán por sitiar económicamente al periódico, fue el artífice de la investigación periodística que ratificó la credibilidad del diario. Eso sí, con su habitual estilo desde entonces: lejos de las cámaras y el protagonismo. La mayoría de sus secretos se fueron con este acérrimo defensor del secreto profesional.

Tres de los libros que publicó en vida el periodista Fabio Castillo. El primero, "Los jinetes de la cocaína", lo llevó a exiliarse.
Foto: Archivo Particular

Aunque no quiso dejar pistas de su vida personal, entre sus allegados y sus amigos es posible un recuento. Nació el 8 de agosto de 1955 en Moniquirá (Boyacá) y, desde pequeño, su papá, Juan Castillo, le habló de las maravillas del periodismo, que conoció durante varios años en la oficina de prensa de la Presidencia de la República. Con seis hermanos, el único que siguió la ruta del padre fue Fabio. Arrancó su carrera como periodista de El Nuevo Siglo, luego de estudiar algunos semestres de Derecho en la Universidad Libre, donde entendió que quería permanecer ligado al mundo de las leyes y los códigos, pero desde otro oficio.

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Antes de llegar a El Espectador, a los 20 años, ya había ganado el Premio de Periodismo Simón Bolívar por un reportaje en el que desenmascaró a una red de corrupción en la policía de aduanas. Se convirtió en un periodista de primicias judiciales, y Guillermo Cano identificó ese talento y lo convenció de sumarse a la redacción de El Espectador con un sueldo de unos US 150 dólares actuales. “En la redacción casi todos éramos chiquitos. Don Guillermo era feliz con periodistas que hacían cosas insólitas que no hacían los viejos”, contó el propio Castillo en una entrevista que le concedió en 2018 a María Isabel Naranjo.

En 1982, Fabio Castillo se fue a trabajar a la Procuraduría como secretario privado de Carlos Jiménez Gómez, y cuando dejó el Ministerio Público meses después, se dedicó de cabeza al ejercicio del periodismo investigativo. Volvió al periódico como redactor y columnista y además de completar la investigación de la crisis financiera, redobló la confianza de don Guillermo Cano para afrontar uno de los momentos cruciales en la memoria de El Espectador: la desigual confrontación contra el capo del narcotráfico, Pablo Escobar Gaviria. En agosto de 1983, él, junto al editor judicial, Luis de Castro y Guillermo Cano, hallaron la prueba que confirmó los antecedentes del entonces congresista en el narcotráfico.

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El diario publicó la evidencia el 25 de agosto, con la reproducción facsimilar del documento original de junio de 1976 bajo el título: “Escobar estuvo preso”. El propio Castillo le contó a María Isabel Naranjo que ese proceso penal se lo entregaron físicamente “y la persona que lo hizo me dijo: ‘Con esto le estoy entregando mi vida”. A los tres días de publicarlo, pese a que no había forma que nos relacionaran y en esa época no había celulares que rastrearan llamadas, esa persona apareció muerta. El hallazgo del periódico coordinado por Fabio Castillo marcó el inicio de la lucha de El Espectador contra los capos de la mafia.

Fabio Castillo recibiendo un reconocimiento del presidente, Belisario Betancur, en los años 80.
Foto: Archivo El Espectador

En su cotidianidad, siempre privilegió la prueba documental y la verificación con múltiples fuentes por encima del afán de las primicias. Al extremo receloso de la exposición pública, evitó siempre hablar de su vida personal y rehusó aparecer en fotografías o en escenarios mediáticos. En medio de los expedientes judiciales, continuó denunciando el avance del narcotráfico en las esferas del poder y la política. Su vida y la de El Espectador cambiaron para siempre el 17 de diciembre de 1986. A las 7:10 de la noche, un sicario atacó a Guillermo Cano a su salida del diario. “Esa muerte le dolió como si fuera su padre”, recordó su hermana Consuelo Castillo.

En adelante, siguió ejerciendo el periodismo y acumulando evidencias de las andanzas criminales de los mafiosos. En 1987 publicó su primer libro “Los jinetes de la cocaína”, un trabajo de periodismo investigativo que lo llevó a la cúspide de su carrera, pero al mismo tiempo rápidamente en la ruta del exilio. Con ayuda de los amigos escapó a Ecuador, pasó un tiempo en Estados Unidos y Europa, y el exilio sólo terminó después de que Pablo Escobar cayó abatido en el tejado de una casa de Medellín. Ante la pregunta de por qué arriesgó tanto y se cuidó tanto, Castillo siempre tuvo clara su respuesta: “Por amor a mi profesión y por la verdad histórica”.

Ese es legado que debe prevalecer. “Fabio siempre fue una persona entregada a su trabajo. Sabía que le podía costar la vida, pero en el fondo entendió que su lucha valía la pena darla: que tuviéramos un mejor país, como así se lo había enseñado don Guillermo Cano”, señaló su hermana Consuelo. Uno de sus amigos de El Espectador, Gonzalo Silva, lo recordó como un hombre apasionado por los temas y por la profesión, y un maestro para los jóvenes. “Era una persona madrugadora y entusiasta que siempre llegaba al periódico con propuestas. Si se proponía sacar un tema adelante, entregaba su alma por lograrlo”, agregó Silva.

El exeditor general del diario, Jorge Cardona, agregó: “Fabio Castillo fue un hombre hermético. Muy estricto a la hora de deslindar su vida privada y la de su entorno familiar de sus deberes profesionales. Extremadamente sigiloso y crítico. Sin compromisos distintos a su convicción por el oficio. Nunca se interesó por agradar a nadie ni por quedar bien. Siempre fue directo, sin matices”. Su nombre quedó inscrito en la historia del periodismo colombiano como sinónimo de rigor, valentía y coherencia. Un periodista cuyo legado fue demostrar que lejos de los reflectores mediáticos, lo que fue excelente siempre perdurará como ejemplo.

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