En el universo de despachos y leyes de Colombia hay una magistrada indígena que durante los últimos seis años se ha dedicado a ofrecer justicia a las víctimas de la guerra. Ana Manuela Ochoa, magistrada kankuama de la JEP, habló con El Espectador sobre cómo ha combinado su experiencia jurídica con sus conocimientos ancestrales para intentar aliviar el dolor y restaurar las heridas que dejó el conflicto. Desde su despacho como magistrada de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), Ochoa ha buscado que la restauración, la armonía y el equilibrio, tan frecuente en el universo indígena, también sea aplicado en este sistema de justicia transicional.
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En esta entrevista habló sobre cómo ha logrado empalmar dos de los aspectos más importantes de su vida: el de su trabajo como magistrada y el de su tradición indígena para apostarle a que la justicia llegue a quienes fueron afectados por la guerra, pero que, además, lo logren a través del perdón y la restauración de un tejido social desgarrado por las balas.
Su trabajo en la JEP consiste en ofrecer justicia a quienes fueron afectados por la guerra. Desde su experiencia como mujer indígena y magistrada, ¿qué panorama puede hacer frente al acceso a la justicia de estos 115 pueblos?
Para nadie es un secreto que acceder a la justicia para los pueblos indígenas ha tenido muchas barreras. Desde el idioma, porque se le tienen que poner traductores, hasta las barreras geográficas, porque viven en regiones muy apartadas del país. Además no es clara la ruta para acceder a la justicia. Cuando la Organización Nacional Indígena del Cauca (Onic) presentó su informe a la JEP aseguró que lo que existía era un “racismo institucional” por parte de la justicia hacia los indígenas. Esa es la situación que queremos revertir.
Hay otra barrera y es la falta de magistrados y nombres indígenas o afros en cargos de justicia. ¿Qué significa para usted ser una de las primeras mujeres en haber roto ese paradigma?
Es un gran logro académico y laboral. Y no soy solo magistrada, sino también mujer y mamá. Pero soy consciente de que no habría podido sola: hay muchas personas acompañándome. Uno no se hace solo y siempre lo he dicho: estos logros son colectivos. Yo vengo de un proceso, de una comunidad que me ha acompañado y me sostiene. En los 90 se entendió que en el futuro los indígenas necesitarían profesionales y empezaron a mandarnos a las universidades y hoy se ven los resultados. Yo estoy en la JEP, pero muchos de ellos ahora son líderes y tienen altos cargos en la organización indígena.
Somos conscientes de que nuestro cargo en la JEP como magistrados étnicos también causa que seamos inspiración para niños y niñas que nos ven y observan en nosotros una inspiración y una representación de que una persona étnica sí puede llegar a estos cargos.
¿Qué es lo que más le ha parecido doloroso de administrar justicia desde la posición de mujer indígena y magistrada de la JEP?
A mí me han impactado todas las historias del conflicto desde hace mucho tiempo. He conocido historias duras de la guerra: mujeres abusadas, viudas, niños y niñas que se quedan solos. Impacta sobre todo el asesinato de los mayores y los sabedores, porque soy consciente de que ellos son el centro de la cultura indígena. Cuando se mata a un mayor, se está atacando el espíritu indígena, impacta en mayor medida porque hay pueblos que solo les quedan cuatro miembros y uno entiende que están destinados a desaparecer.
¿Y el momento más gratificante y reparador?
En un encuentro restaurativo estábamos trabajando con el pueblo wiwa. Un hijo había sido asesinado allí y, en sus creencias, él no había podido trascender al lugar donde van los muertos, que es en lo más alto de los picos nevados de la Sierra Nevada. La familia decidió que quería que el evento fuese en el mismo sitio donde el muchacho fue asesinado, pues querían hacer un ritual para que sí pudiera trascender a la muerte. Se organizó el encuentro restaurativo con víctimas y comparecientes. El ritual se hizo con una planta llamada pune que sirve para limpiar energías.
Yo estaba sentada al lado de la madre del muchacho asesinado. Cuando el compareciente empezó a limpiarse con la planta, ella se dio cuenta de que lo estaba haciendo mal. Se paró y fue a limpiar las energías y el pasado de la persona que había asesinado a su hijo. Luego fueron los hermanos del muchacho asesinado los que lo ayudaron a limpiar. Siendo de un pueblo indígena y sabiendo lo que eso significa, para mí fue muy gratificante ver que incluso cuando ella le cuestionó por la muerte de su hijo, se reconcilió en cierta forma al ayudarlo.
Aunque parezcan diferentes, la JEP y los conocimientos de justicia indígena tienen mucho en común, como por ejemplo, la restauración o intentar devolver la armonía a territorios o personas afectadas. ¿Qué otros aspectos se relacionan entre ambas justicias?
Hay que decir que existen 115 pueblos indígenas y cada uno de ellos tiene un sistema propio de justicia. Lo que hemos podido aprender de ellos es que la mayoría tiene una “Ley de origen”, que explica que las normas están escritas en la naturaleza: la ley natural de un río es que su cauce circule por donde la naturaleza dice que debe correr; esa ley te dice dónde debes o no sembrar, es el ordenamiento natural de las cosas. Y esta Ley se rompe cuando no se respeta las reglas que tiene, como cuando se implanta un monocultivo, se siembre un cultivo ilícito, se desvía un río y claro, con la guerra, pues en lugar de que una persona muera de forma natural, la guerra lo que hizo fue arrebatarle la vida.
¿Cómo entender mejor que la guerra interrumpió la Ley de origen, entonces?
Nosotros le llamamos “la mala muerte”. Morir hace parte del ciclo natural, pero hacerlo de forma violenta es fracturar la ley de origen. Hay que devolver la armonía para que esa muerte se convierta en buena, y eso lo hacemos a través de la justicia en la JEP.
Compartimos muchos principios: la pedagogía del amor o la justicia restaurativa, que habla de la interconectividad que tenemos como parte de un todo. Ese principio indígena habla de que cuando algo se rompe, afecta a toda una red y todos nos perjudicamos. Podríamos decir que los comparecientes a la JEP hacemos parte de esa red vital.
Otro de los aspectos son los círculos restaurativos. Los indígenas solucionamos todo en círculos, todos somos iguales, y allí solucionamos los conflictos así.
Su tarea consiste en administrar justicia a las víctimas. ¿Cuál ha sido el momento que más la ha marcado como magistrada y testigo de estos escenarios de perdón?
Hay muchos momentos gratificantes. Hay víctimas que luego de una práctica restaurativa y me dicen: ´gracias, ya puedo respirar´, o ´luego de hoy sí voy a poder dormir´. Solo el año pasado hicimos 12 prácticas restaurativas y no todo lo que hacemos en territorio lo mostramos, porque uno de nuestros objetivos son las víctimas, y hay que respetar que no quieran mostrar sus rostros. En una de esas vimos el alivio de las madres que, frente a los victimarios de sus hijos, escucharon que lo que les sucedió no era por ser delincuentes, guerrilleros o paramilitares. Ellas ya lo sabían, pero querían escucharlo de parte de quienes cometieron el crimen.
¿Cuál es la importancia de esa coordinación entre la JEP y la Jurisdicción Indígena?
Ha habido una deuda muy grande en relación con la jurisdicción indígena; desde el artículo 246 (que ordena articular la justicia ordinaria e indígena) de la Constitución de 1991 está. Hace poco estuvimos en un territorio y vimos a unas mujeres que pertenecían al consejo de mayores. Yo les dije: ´ustedes también son juezas´ y ellas se sorprendían, les brillaban los ojos y la cara les cambiaba, pues se sienten importantes. No son conscientes de que son, en cierta forma, jueces de la República en sus territorios. Tenemos que empezar a hablar de la relación de horizontalidad de que un magistrado en una jurisdicción es, en otras palabras, un homólogo de una autoridad indígena o afro.
Se ha visto que la JEP ha cambiado el paradigma de la justicia. En lugar de que sean las personas las que busquen justicia, han sido ustedes los que van a los territorios para ofrecerla. ¿Qué significa esto cuando hablamos de víctimas de la guerra?
Tiene mucho peso y lo sabemos. Nosotros vamos a los territorios y sabemos que tiene un impacto porque las personas que se encuentran allí ven que la justicia sí llegó a sus territorios. Me gusta mucho que en el reglamento de la JEP se ordena que debe haber diálogos interculturales, que es en otras palabras, relacionarnos con las escuelas de saberes de pueblos indígenas, pero visitar lugares campesinos, territorios de mujeres o consejos comunitarios afro.
¿Qué tiene que aprender Colombia y su sistema judicial de la justicia indígena? Sobre todo porque se pretende por el castigo, mientras que indígenas hablan de restauración.
Hay que escuchar a las víctimas para conocer cuál es el tipo de sanción que cree que merecen los comparecientes. Eso puede ser complicado porque puede ser leído como que nosotros le estamos poniendo una carga adicional a las víctimas. Hemos tenido casos en los que las víctimas, luego de escuchar a los comparecientes, insisten en que vayan a la cárcel. Pero hay víctimas que no. Esa es la cuestión de la justicia restaurativa, que no siempre debe provenir de un juez necesariamente, sino que se construye a través de las partes y que encuentren la solución o el remedio.
Eso nos falta mucho aquí en Colombia. Hemos estado acostumbrados a una justicia que, creo yo, no sana ni a la persona que cometió el delito ni a la víctima. Creo que una justicia en donde se confronten victimarios y agredidos es más reparador y sanador. Pasa muchas veces que desde la cárcel el agresor no ve los ojos de la víctima cuando le dice que debido a lo que hizo quedó viuda, o que gracias a su acción pasaron hambre. Yo sí creo que cuando esto pasa, algo en el ser del agresor se mueve. Espero que eso esté pasando con nuestro trabajo.
En los pueblos indígenas lo que pretendemos es reintegrar a la persona luego de su falla, porque hay que reconocer su humanidad. También tenemos claro que no todo puede ser justicia restaurativa. Habrá casos en los que es necesario acudir a la justicia retributiva y que las personas vayan a la cárcel, pero ese debería ser el último mecanismo.
¿Cree que en algún momento llega la justicia y se superan todos los horrores de la guerra?
Tengo la esperanza de que sea así. De lo contrario no estaría aquí. No sé si lo vamos a ver nosotros o nuestros hijos, pero creo que vamos por el camino correcto, haciendo acuerdos y haciendo justicia. En los años 70 recuerdo que nosotros los indígenas éramos considerados como salvajes e incluso nos cazaban con escopetas en las guahibiadas (práctica legal de cazar indígenas). Hoy el panorama ha mejorado.
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