“A los niños los molestan por cualquier razón: por ser altos u orejones, o lo que sea. A los nuestros los podrían molestar por tener dos mamás, pero por eso los van a molestar sólo si otros padres crían hijos homofóbicos”, dicen Ana Leiderman y Verónica Botero, quienes desde 2009 lideran la batalla judicial por el derecho a la adopción igualitaria en Colombia. Ana y Verónica explican que sin la adopción su familia se encuentra desprotegida: “¿Qué pasa si yo falto? ¿Qué pasa si hay un accidente y hay que tomar una decisión?”, dice Ana, la madre biológica de los hijos de la pareja. Por otro lado, si un día Ana y Verónica se separan, Verónica podría decir que no es su responsabilidad seguir haciéndose cargo de los niños o Ana podría prohibirle las visitas. “Es un asunto de protección mutua”, dicen. Por ejemplo, en estos momentos Verónica tiene un trabajo estable y cotiza salud y pensión, pero Ana trabaja como freelance. Verónica no puede incluir a los niños en su seguro y Ana tiene que afiliarse como beneficiaria independiente para que ellos puedan tener servicios de salud.
En agosto de este año, la Corte Constitucional falló a favor de Ana y Verónica para aprobar la adopción de Raquel, la mayor de los dos hijos de la pareja. Aunque en los medios, la decisión se presentó como “un fallo histórico”, para Ana y Verónica fue un poco decepcionante: el fallo sólo permite la adopción en casos en que uno de los o las demandantes sea el padre o madre biológico del hijo, dejando desprotegidas a muchas familias. “El fallo ratifica algo que no estaba prohibido”, dice Ana; “además, la adopción de Raquel aún no es un hecho y en Colombia muchas leyes se quedan en el papel”. Sin embargo, ambas esperan que el fallo anime a muchas familias que están en la misma situación a reclamar sus derechos. Ana y Verónica se consideran “activistas accidentales”. “Nos parece importante dar la pelea porque podemos, tenemos la formación y la energía para aguantar la exposición mediática. Es una causa justa y creemos que si uno lo puede hacer, pues tiene que hacerlo”, explica Verónica y agrega: “El fin ulterior, más allá del caso nuestro, es crear una sociedad igualitaria”.
Cuando comenzó el proceso, ninguna de ellas estaba interesada en ser una figura pública; sin embargo, ante las declaraciones homofóbicas que suscitó el caso de Chandler Burr, decidieron hacer público su proceso: “No estaban hablando de alguien en abstracto, estaban hablando de nosotras”. Sin duda, esta exposición mediática ayudó. Ana cuenta que la magistrada María Victoria Calle le dijo que, en paralelo a la discusión en la Corte, hubo una discusión pública en la que empezó a cambiar el imaginario de la gente: “Habíamos cambiado la imagen de lo que es una familia homoparental. No todas las personas tienen una opinión formada al respecto y lo que se escucha es el grito de unos cuantos homofóbicos”, dice Verónica. Por eso desde entonces Ana y Verónica buscan mostrarles a todos, desde su vida cotidiana, que son una familia como cualquier otra y piden a quienes están a favor de la adopción igualitaria que lo digan públicamente. “Nos sentamos a conversar con otros padres y hablamos de los mismos problemas. Algunas mamás hasta nos han dicho: tan de buenas ustedes que se reparten; seguro porque tienen unos maridos que no las ayudan en nada”, cuenta Verónica, y Ana añade: “Lo importante en la crianza de los niños en este país es que lo haga gente que quiera hacerlo, gente amorosa, solidaria que lo haga con ganas”. Cuando otros padres, o niños, o la misma Raquel les han preguntado por qué sus hijos tienen dos mamás, ellas simplemente contestan: “Porque son muy de buenas”. Basta con conocer la historia de esta familia para saber que es verdad.
* Columnista de El Espectador