Justicia Inclusiva
Centrada en las personas

En Bocana de Luzón trazan el camino para la justicia

Tulio Muñoz es el “abuelo” de este resguardo indígena kofán. A través de la planta ancestral, están construyendo un sistema de justicia indígena propio.

Valentina Parada Lugo
03 de julio de 2023 - 04:55 p. m.
Tulio Salázar - Abuelo Mayor - Resguardo Cofán - Bocana de Luzón - Putumayo
Tulio Salázar - Abuelo Mayor - Resguardo Cofán - Bocana de Luzón - Putumayo
Foto: Mauricio Alvarado / El... - Mauricio Alvarado

El abuelo entra en silencio a la caseta central del resguardo con una gorra gris oscura. Sonríe tímidamente antes de que comience la reunión con toda la comunidad. Los más pequeños le gritan “¡abuelo!”. Los adultos jóvenes, que llevan la batuta de la gobernanza de Bocana de Luzón, también le dicen así. No es el abuelo de ninguno de ellos, aunque todos así lo consideren. Es el abuelo de uno de los resguardos indígenas kofanes más importantes del Putumayo.

Su nombre es Tulio Adonías Muñoz Campos, tiene 63 años y su raza es una mezcla de dos etnias: kofán y misak. En una de sus primeras intervenciones en una reunión en la vereda, cogió un marcador y empezó a dibujar los lugares sagrados del territorio en un mapa del resguardo indígena. Habló sobre los taitas Querubín y Salvador, los mayores de la comunidad, que llegaron a poblar esas tierras hace 70 años. El resguardo Bocana de Luzón está clavado en la selva, a orillas del río Guamuez, un afluente que nace en la laguna de La Cocha y muere en el río Putumayo.

Desde allí, el abuelo Tulio explica a una veintena de personas la importancia del territorio ancestral y dice, seguro de sus palabras, que aunque no tienen todavía un sistema de justicia propio, el yagé será su guía para trazar el camino. “El yagé es como una biblia. Y la biblia habla de cosas buenas o malas. Para nosotros es eso: un libro que nos marca el camino para entender cómo debemos actuar”. Aunque los pueblos étnicos en Colombia tienen sus propios sistemas de justicia, los kofanes de Putumayo apenas están en proceso de construirlo.

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Por ahora todas son ideas que han construido de la mano de abogados de la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ). En Bocana de Luzón, un resguardo de 1.413 hectáreas donde viven 234 personas, en lo más profundo del resguardo, cerca de las montañas, hay una casa sagrada para la comunidad: la casa del yagé. Es una casa grande, de ventanas amplias, a las que solo acuden los indígenas para celebrar la ceremonia de la ayahuasca, como también se le conoce a la planta que representa las raíces para los kofanes.

“A medida que uno va tomando yagé, la misma planta se va revelando y mostrando cosas. Él le habla a uno como persona. Le enseña cuál es el canto del yagé, le muestra, a través de visiones, cuáles son las plantas medicinales y enseña profundas lecciones de vida”, explica el abuelo, pocas horas después de haber liderado la ceremonia del yagé. Esas ceremonias, en voz de doña Blanca Muñoz, lideresa del resguardo, son un ritual que comienza con el cántico del abuelo, que invoca a los ancestros para que abran la puerta a la experiencia de la toma.

“El taita empieza a cantar. Después, la gente se tiene que ir sentando en forma de círculo y a partir del comienzo de la ceremonia, no se le permite a nadie entrar o salir de la casa hasta que se cierre el proceso”, explica doña Blanca. La ceremonia es nocturna y va de 7:30 p.m. a 7:30 a.m., que es cuando los efectos de la planta han pasado. Y es que la preparación para la toma del yagé es un proceso extenso y espiritual. Está lejos de ser una experiencia turística, como la venden en algunas ciudades del país.

El que macea la hoja de ayahuasca, por ejemplo, debe estar encerrado en su casa por 12 horas preparando la toma. Durante ese tiempo no se puede ver con familia ni amigos, mucho menos tener relaciones sexuales. Aunque la persona que prepara la toma no es la misma que dirige la ceremonia, dice doña Blanca que el que macea es el que le pone la intención al ritual. “Ellos entran en un proceso de reflexión durante la cocción del bebedizo”.

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Esa ceremonia ritual, que es sagrada para los indígenas, es el punto de partida que tienen los kofanes para comenzar un proceso de consolidación de unas normas que les permita identificar las faltas o errores que estarán tipificados en leves, graves o gravísimos. Por ejemplo, una falta leve puede ser la inasistencia a las reuniones obligatorias del resguardo. Una falta grave podría ser un robo de gallinas o de menor cuantía. Una falta gravísima, de las que “poco se ven”, según el abuelo, podría ser un homicidio o la venta de hoja de coca dentro del resguardo.

La propuesta que tienen por ahora es construir un centro de armonización en la misma casa del yagé. “Creemos que esa casa, que es un lugar tan significativo para nosotros, puede ser un lugar para la reflexión cuando alguien comete faltas”, explica el abuelo Tulio Muñoz. Quieren basar su gobernanza indígena en un modelo de justicia restaurativa, que les permita que los responsables de faltas puedan enmendar sus errores a través de acciones restaurativas.

También piensan crear nuevos cargos en el resguardo, como un comité de justicia que tenga un líder que sea quien lleve un control interno de los casos del resguardo. Aunque dicen que la atención de delitos en el resguardo no es una urgencia, por el bajo índice de criminalidad, saben que hay una problemática que deben atender para proteger el resguardo: la lucha por la tierra.

Bocana de Luzón limita con dos consejos comunitarios: Los Andes y Villa Arboleda, pueblos afrocolombianos vecinos. El segundo de esos consejos ganó un proceso de restitución de tierras en 2013. Ambos consideran ese territorio como ancestral y propio. Pero la disputa va mucho más allá de números de hectáreas. Están en un proceso de entendimiento para que ambas culturas puedan convivir, pese a las diferencias en su cosmovisión.

Bocana de Luzón, como la mayoría de territorios rurales del país, vive de la economía de la hoja de coca. No está determinado el número de hectáreas de coca sembradas que pueda haber en El Tigre, que es una de las seis inspecciones de policía del Valle del Guamuez. Lo cierto es que, por norma del resguardo, los indígenas cocaleros no pueden vender la hoja en el territorio indígena; deben sacarla a otros poblados para que lleguen los negociantes a comprarla.

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De hecho, una de las problemáticas que más buscan resolver es justamente la de la hoja de coca. El abuelo Tulio es consciente de que su pueblo vive de ella, porque no hay muchas alternativas para sobrevivir en el territorio. A Bocana de Luzón solo se puede llegar en lancha desde la inspección de El Tigre. Cuando llueve y sube el caudal del río, quedan confinados en su territorio sin poder llegar hasta el casco urbano. Los cinco galones de gasolina que consume la lancha de ida y regreso para llegar hasta la inspección a conseguir víveres, hacer alguna diligencia médica o simplemente salir del territorio valen $70.000.

Eso es lo que cuesta, por ejemplo, el transporte diario de los niños del resguardo hasta su colegio en El Tigre. En el resguardo de Bocana, la escuela enseña hasta grado noveno. Pero los dos últimos años del bachillerato deben estudiarlos en el casco urbano. La “ruta”, como la llaman, es acuática. Todos los días, unos 30 niños se trasladan desde el resguardo en una pequeña canoa. El precio del transporte diario no lo asumen los padres, sino el mismo resguardo que financia la educación de sus niños a través de recursos públicos.

Viven en medio de grupos armados. En su territorio opera el frente 48 de las disidencias de la Segunda Marquetalia, llamados Comandos de la Frontera, que frecuentemente llegan a querer imponer sus normas a las comunidades. Sin embargo, esa batalla está casi ganada por los kofanes, quienes, mediante el diálogo, han logrado que respeten su autonomía y costumbres.

Doña Blanca Muñoz dice que el yagé les ha ayudado a alejar, incluso, a los actores armados del territorio. “Esa planta es tan poderosa que un día había una toma guerrillera en el resguardo. Nos amenazaron. Fuimos con el abuelo a tomar yagé para saber cómo salir de esa situación. Y cuando terminamos la ceremonia, la guerrilla se había ido”, cuenta. La ayahuasca, dice, les trazó el camino y les salvó la vida. Esa es su esperanza y su justicia.

Valentina Parada Lugo

Por Valentina Parada Lugo

Comunicadora Social - Periodista de la Universidad Autónoma de Occidente, con experiencia en cubrimiento de conflicto armado y crisis humanitaria. @valentinaplugo vparada@elespectador.com

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