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Entre abrazos y tambores, las mujeres en Chocó trazaron una ruta hacia la paz

En el Día Internacional de la Mujer marcharon más de 1.500 colombianas en Istmina. Esta es una historia de abrazos, dolores y un cúmulo de exigencias que reclama atención estatal urgente en el departamento.

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Valentina Arango Correa
12 de marzo de 2024 - 12:00 p. m.
El Día de la Mujer llegó con consignas de paz y justicia, recorriendo las calles de Istmina, demostrando la fuerza y resistencia de las mujeres con un comadreo por la vida y la paz.
El Día de la Mujer llegó con consignas de paz y justicia, recorriendo las calles de Istmina, demostrando la fuerza y resistencia de las mujeres con un comadreo por la vida y la paz.
Foto: Valentina Arango Correa
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Han sido muchos los muertos. En 2023, 170 jóvenes. A medio año ya se contaban cinco feminicidios, sumados ahora a seis paros armados y más de 28.000 personas desplazadas en el Chocó. Las mujeres quedaron al margen, sufriendo, como siempre, las consecuencias de un conflicto en crecimiento. Por ahora, se preguntan hasta qué día tendrán que soportar la ausencia de sus hijos, los golpes de los hombres sobre sus cuerpos, la inexistencia de empleos, el paradero de sus familiares desaparecidos, la salida forzada de sus casas, y hasta el cobro de una “vacuna” para financiar su propia muerte. Aunque ha sido larga la pena, y cada día se suman más, esta vez se encontraron en una movilización enorme como un abrazo entre madres e hijas, muchas desconocidas, pero con una lucha en común: la paz.

Aunque hay un proceso desde el Gobierno de Gustavo Petro para dialogar con grupos armados como el ELN, el conflicto entre esta guerrilla, el Clan del Golfo y bandas criminales sigue azotando a la región. Con todos los riesgos que implica salir en medio de esta situación, el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, las “comadres” se encontraron la fuerza para protestar junto con más de 1.500 mujeres más de todo el país agrupadas en la Ruta Pacífica de las Mujeres. Desde Santander, Cauca, Antioquia, Bolívar, Eje Cafetero, Putumayo, Santander y Valle del Cauca llegaron hasta Istmina, y llenaron sus calles con rituales que hablaban del cuidado colectivo, consignas que pedían justicia y canciones que parecían despejar el miedo, llamando la atención de todos los transeúntes y, ojalá, de los grupos ilegales y del Estado.

Primera parada: El resguardo Chibcariwak

Una a una nos encontramos en Medellín. La de la colchoneta grandota y la que no trae. La de la cobija, la de la sábana. Las que vienen en chanclas, en tenis, en botas. Las jóvenes con sus tambores. Hay rostros que conozco de las calles. Indígenas, afro, mestizas. Profes, estudiantes. Las chicas de la batucada feminista; también a Judith Botero, quien lleva toda la vida defendiendo el aborto en Medellín; Ludis Soto, la lideresa indígena que conocí cuando fue desplazada del Bajo Cauca y se encarga de acoger a las que viven más lejos en el resguardo Chibcariwak, y muchas más.

Las pañoletas que escriben “Un comadreo permanente por la vida y por la paz” se van extendiendo, cada mujer la cuelga sobre su cuello o la amarra en su brazo, en su cabeza, al igual que los letreros enormes de color naranja sobre un costado de cada uno de los ocho buses que van en Caravana desde Medellín. El significado del color: Resistencia pacífica, la capacidad de seguir trabajando por un mundo libre de violencias para las mujeres. Los mensajes: “Que cesen las hostilidades y que llegue la paz”, “por una juventud que viva en los territorios sin miedo ni violencia”.

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Antes de salir en caravana, un ritual con el aroma del eucalipto, la ruda y el romero bendijeron el camino que precedía al colectivo. Norte, sur, oriente y occidente fueron mirados por cada mujer, como alimentando la esperanza de un recorrido en paz. La tierra también fue tocada con las manos de cada una, mirando al suelo, el centro del mundo. “Vamos a ponernos la mano en el corazón, a saludar el camino”, dice la guía del ritual. De fondo, los tambores de la batucada, al ritmo de latidos, con la misma cadencia que caminan todas. En palabras de Alexandra Ariza, coordinadora de la Ruta Pacífica en Bolívar e integrante de la batucada Brulleras, todas llegaron con el ánimo de acompañar, porque “somos una y no importan las distancias, ni la cultura, ni el acento, ni el hablar, ni la idiosincrasia, si no es el pensamiento y el sentir, el cual nos hermana y nos une hoy acá”.

La particularidad de este territorio es la razón por la que se movilizaron las mujeres. Allí, se alberga población víctima del conflicto armado de la subregión del río San Juan. Y, todavía, municipios como Sipí, Nóvita, Medio San Juan y Andagoya, están viviendo las consecuencias de la violencia con un recrudecimiento de paros armados y enfrentamientos entre grupos ilegales, tal y como lo han informado con alertas desde la Defensoría del Pueblo. Lideresas como Claudia Palacios expresan preocupación frente a la situación. “Los habitantes de este territorio nos sentimos confinados, porque cuando dicen hay paro armado, todos debemos dejar de hacer las labores que cotidianamente realizamos”, dice la mujer.

Las mujeres no pueden estudiar, pero tampoco trabajar. Si trabajan y consiguen con qué arreglar su casa, llegan a extorsionarlas. Si compran una moto, se las roban. Si tienen un hijo, los reclutan o se los matan. Están cansadas y no quieren llegar al borde de la desesperanza que causa una situación de derechos humanos tan agravada como a la que sobreviven. Por eso, coinciden en que hay un primer paso para que la problemática comience a mejorar: un diálogo abierto y concertado, un acuerdo humanitario entre el Gobierno nacional y los grupos que tienen azotado el sector. Esto sumado a los diálogos que mantiene el Alto Comisionado para la Paz con grupos como el ELN, con fuerte presencia en el departamento.

“Esta exigencia es porque esto está causando una problemática social desde la salud mental. Las mamitas que tienen a sus hijos, que han sido, por ejemplo, instrumentalizados en la guerra, no duermen y tienen problemas como depresión, y otras afectaciones. Si no tenemos una salud mental equilibrada, lo otro no va a funcionar”, explica Palacios.

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Segunda parada: Quibdó y el malecón

Todas se sorprenden y sonríen por el color verde azulado del río Tutunendo; cada vez estamos más cerca de Quibdó. Al arribar a la ciudad, en medio del tumulto, asoma un grupo de mujeres afro gritando “Bienvenidas”. Sobre el malecón del río Atrato, los 31 °C se hacen tenues al lado del suave abrazo de tantas mujeres juntas. El comadreo ya comenzó. Pero, ¿cómo es eso?

“El comadreo es lo que chuchusamos [hablamos] las mujeres, unas con las otras, en la lavandería, en la cocina, en el patio, sembrando el arroz, el maíz; y cuando estamos haciendo ese trabajo de mujeres. Entonces comadrear es cuando hablamos entre nosotras y nos damos cuenta de cómo está la situación de la compañera, cómo está la mía, si me están violando mis derechos, que si mi marido me está maltratando”, dice Ana Rosa Heredia, habitante de Bojayá, quien hace parte del área de género del Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato (Cocomancia). “Esto nos vuelve más solidarias y empáticas y permite que las mujeres trabajemos juntas y que caminemos hacia esos objetivos comunes”, explica la lideresa Palacios sobre ese comadreo.

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Desde San Miguel, Putumayo, llegó también Jhoana Benavides. Después de un viaje de 36 horas, dice que, además de sentirse representada con las exigencias generales de la movilización, el encuentro entre mujeres es bastante significativo e inspirador. “En nuestro departamento vivimos lo mismo con relación al conflicto y la violencia, por eso no somos indiferentes al dolor”, dice Benavides. Es que la marcha es una iniciativa fértil y amorosa, en la que priorizan el cuidado y la conversación. “Venimos a abrazar a las mujeres del río San Juan”, dicen las que llegaron desde Antioquia. El abrazo es colectivo y la respuesta de las chocoanas grata. “Recibimos esta movilización con amor y con aprecio, porque sabemos que ellas están por la misma causa que estamos reclamando nosotros. Les agradecemos que nos apoyen, porque nosotras acá en el Chocó estamos muy olvidadas”, dice una cantadora del Medio Atrato.

Tercera parada: Istmina y el San Juan

En las paredes internas de una pequeña escuela se lee “ABC” en colores amarillo, verde y azul. Afuera, sobre otro muro, la sigla “AGC” grafiteada con aerosol negro. En el borde de la vía, un indígena asesinado del que no supimos su nombre. Llegamos de noche y en medio de la lluvia. De a poco, el cólera que las levantó a protestar se fue convirtiendo en una especie de alegría, en el sonido de un bafle con las canciones de Ana Tijoux, de La Otra, de Rebeca Lane, de Sara Hebe, “porque estamos juntas”, me dijo una mujer. Es un 8 de marzo extraordinario para Istmina. Las primeras en salir a marchar son Las Aguadoras, un grupo de mujeres vestidas de blanco con totumas y manojos de ruda en sus manos. Bendicen el agua del río San Juan y llenan sus recipientes. Durante el recorrido, refrescarán a las marchantes, “como semillas que se nutren”, dice Aura Castro, una de ellas.

En la caminata, Engly Amparo Álvarez llevará una sombrilla con pequeños muñequitos tejidos en lana, conocidos como quitapesares, que cuelgan y se unen a unas mariposas pegadas sobre la tela antifluído. Ella llegó desde Tibú, Norte de Santander, y pertenece a la Asociación de Mujeres Unidas por la Igualdad y el Progreso (Asomuip). Su consigna, la misma que la llevó a viajar más de 30 horas hasta el Chocó, “es la lucha contra el machismo. Las mujeres merecemos que no se nos menosprecie, somos valiosas, lideresas, y tenemos derechos”, dice la mujer. Ella y sus compañeras pintaron esos paraguas en la noche, con vulvas, flores, mariposas. Y resaltan al organizarse en bloque para marchar en medio de las lloviznas características del clima de un municipio bordeado por la selva tropical.

“¿Vamos a ir así mudas?”, grita una mujer chocoana al comienzo de la movilización. De repente, estalla una de las batucadas. “Bailelo”, grita la mujer del micrófono. “Oigo un ruido, ¿qué será? Las mujeres queremos paz”, arengan otras. “La paz es una semilla que nace del corazón”, canta Fulvia Ruiz, una alabaora del medio Atrato. “Nosotras salimos a reclamar nuestros derechos. La igualdad, porque los hombres nos maltratan, violan niñas, ancianas también. No queremos más muertes, no queremos más sangre derramada. Estamos reclamando la paz”, dice la cantadora.

Al final del recorrido, acompañado por las embajadas de Francia, Suecia, Noruega y Suiza, la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), la Gobernación del Chocó, entre otras instituciones, lideresas de la Ruta Pacífica leyeron un comunicado que no solo le hacía llamados al Estado sino a los mismos grupos que han agraviado a sus cuerpos en la región. Los mensajes de las mujeres son reiterativos e insistentes. Necesarios ante un panorama que convoca a la paz.

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Valentina Arango Correa

Por Valentina Arango Correa

Escribe sobre la esperanza, los derechos humanos, el dolor y las mujeres. Es periodista de la Universidad de Antioquia y realizadora audiovisual.@negruracorreavarango@elespectador.com

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