A la hora de establecer una huerta o incluso un jardín ornamental, uno de los principales desafíos puede ser la condición del terreno disponible. En muchos casos, el suelo destinado a estos espacios ya presenta signos de degradación, lo que afecta directamente el éxito del cultivo.
Y es que la degradación del suelo representa un problema ambiental grave, ya que se trata de un recurso natural que tarda siglos en formarse y aún más en recuperarse. Esta situación se agrava cuando sus características biofísicas se alteran por procesos como la contaminación, especialmente cuando esta es causada por actividades humanas perjudiciales, como el uso del terreno para el depósito de basuras o escombros.
La Huerta habló con Germán Alfonso Castro Pinto, docente de Ingeniería Ambiental de la Universidad ECCI, para conocer cómo recuperar un suelo degradado y qué aspectos deben tenerse en cuenta al momento de cultivar, ya sea en una huerta o en un jardín.
Comprender el problema es el primer paso
Antes de iniciar cualquier cultivo, es clave entender el estado del suelo. Su degradación puede afectar tanto la fertilidad como su capacidad de sostener el crecimiento vegetal. Uno de los factores más críticos es la erosión, que implica la pérdida progresiva de la capa superficial del suelo, justo donde se concentra la mayor parte de los nutrientes y la actividad biológica.
“La erosión puede ser causada principalmente por el agua o el viento. Cuando llueve intensamente, el agua corre por la superficie y arrastra consigo las partículas del suelo, especialmente si no hay cobertura vegetal que lo proteja. De forma similar, en zonas secas o expuestas, el viento puede levantar y dispersar las partículas más livianas, provocando un empobrecimiento del suelo al eliminar su capa más fértil”, contó.
Otros factores criticos son:
- La compactación: ocurre cuando el suelo es sometido a presiones constantes, ya sea por el tránsito frecuente de personas, el uso inadecuado de maquinaria pesada o técnicas de labranza inapropiadas. Un suelo compactado presenta menor porosidad, lo que dificulta la circulación de aire y agua, afectando el desarrollo de las raíces y la actividad de los organismos beneficiosos.
- La contaminación del suelo: surge principalmente por la acumulación de productos químicos sintéticos como pesticidas, herbicidas y fertilizantes aplicados en exceso. Estos compuestos pueden alterar significativamente el equilibrio microbiológico del suelo, afectando negativamente a las comunidades de bacterias, hongos y otros organismos fundamentales para los ciclos de nutrientes y la salud vegetal.
- El desequilibrio de nutrientes: ocurre cuando se aplica fertilizantes de manera incorrecta, sin considerar las necesidades específicas del suelo y las plantas. Tanto el exceso como la deficiencia de elementos nutricionales pueden provocar problemas en el desarrollo vegetal y alterar las propiedades fisicoquímicas del suelo a largo plazo.
- La práctica del monocultivo: es decir, sembrar repetidamente la misma especie vegetal en un mismo terreno, esto conduce al agotamiento selectivo de ciertos nutrientes y favorece la proliferación de patógenos y plagas específicas que se adaptan a ese cultivo particular, creando un círculo vicioso de degradación.
- La disminución de materia orgánica representa un factor crítico pero frecuentemente subestimado. La materia orgánica funciona como la columna vertebral de un suelo saludable: mejora su estructura, retiene humedad, almacena nutrientes y sirve como hábitat para organismos beneficiosos. Su ausencia conlleva una pérdida generalizada de fertilidad y funcionalidad.
“Finalmente, el cambio climático emerge como un factor agravante que amplifica los problemas anteriores. Las alteraciones en los patrones de precipitación, el aumento de temperaturas y los eventos climáticos extremos modifican las condiciones edáficas, aceleran la mineralización de la materia orgánica y pueden provocar estrés adicional en los ecosistemas del suelo, comprometiendo su resiliencia y sostenibilidad a largo plazo. La comprensión integral de estos factores resulta esencial para implementar prácticas de manejo sostenible que prevengan y mitiguen la degradación del suelo en nuestros espacios de cultivo”, puntualizó el docente.
Evaluar antes de actuar
“Cuando un suelo está muy degradado, por ejemplo, si tiene metales pesados, demasiada sal, ha perdido capas completas por la erosión o se ha vuelto muy ácido, los aportes orgánicos, como el compost, no siempre son suficientes para recuperarlo. En casos como los suelos contaminados con hidrocarburos, el compost puede ayudar al activar microbios que degradan estos compuestos, pero normalmente se necesita combinar con otras técnicas, como el uso de plantas que absorben contaminantes (fitorremediación) o métodos que estimulan ciertas bacterias específicas”, puntualizó.
De hecho, en sí, la regeneración del suelo demanda una mirada amplia y de largo plazo. Es por eso que el proceso debe considerar los siguientes principios:
- Tiempo de recuperación. La regeneración del suelo es gradual. Aunque el compost acelera la mejora física (como menor compactación y mejor infiltración), la formación de comunidades microbianas estables y estructuras duraderas requiere ciclos sucesivos de aportes orgánicos.
- Diversidad de enmiendas. Usar distintos insumos orgánicos —como compost, abonos verdes, biochar o harinas de rocas— permite cubrir múltiples funciones y emular la complejidad de los ecosistemas naturales, logrando una nutrición más equilibrada y sostenida.
- Enfoque integral del sistema. Reducir la labranza, rotar cultivos, usar coberturas vivas y aplicar acolchados mejora el entorno para que los aportes orgánicos tengan mayor efecto, fortaleciendo la salud del suelo como un todo.
- Monitoreo y adaptación. Evaluar no solo nutrientes, sino también indicadores biológicos —como la respiración del suelo, la actividad enzimática o la presencia de organismos— permite ajustar las estrategias según cómo responde el suelo, optimizando el proceso regenerativo.
Estrategias naturales para recuperar el suelo
Recuperar un suelo degradado no solo es posible, sino esencial para garantizar la sostenibilidad de cualquier huerta o jardín. Según Castro, existen métodos naturales que permiten restaurar la fertilidad y funcionalidad del suelo, al tiempo que se reactivan los ciclos ecológicos que lo mantienen vivo. Estas prácticas —basadas en principios agroecológicos— no solo corrigen el daño, sino que transforman el suelo en un entorno más resiliente y fértil a largo plazo.
- El compostaje:
Según el docente este constituye la piedra angular de cualquier programa de recuperación de suelos. Este proceso biológico transforma restos orgánicos diversos (restos vegetales, cáscaras, restos de poda) en un material estabilizado rico en sustancias húmicas. El compost maduro aporta beneficios multidimensionales: incrementa el contenido de materia orgánica (mejorando la estructura física), libera nutrientes gradualmente (evitando lixiviación), estimula la actividad enzimática del suelo y aporta una microbiota diversa que cataliza procesos bioquímicos fundamentales.
Un compost de calidad puede incrementar la capacidad de retención hídrica del suelo hasta en un 30%, factor crítico para la resiliencia frente a sequías. Aquí le explicamos como hacer su propio compost.
- Los cultivos de cobertura
Guncionan como herramientas vivientes para la restauración.. Especies como el trébol, la veza, el centeno o el trigo sarraceno, sembradas estratégicamente entre temporadas productivas, desempeñan múltiples funciones: sus raíces penetran y descompactan capas profundas, crean redes de canales que favorecen la infiltración del agua y la aireación, mientras su biomasa aérea protege la superficie del impacto erosivo de la lluvia.
Por otro lado, las leguminosas (trébol, alfalfa, habas) establecen simbiosis con bacterias fijadoras de nitrógeno atmosférico, incorporando este nutriente esencial al sistema. Cuando estos cultivos se incorporan al suelo (abono verde), aportan materia orgánica fresca que estimula picos de actividad microbiana beneficiosa.
- Rotación de cultivos
“Este representa un enfoque sistémico para la salud edáfica. Al alternar especies de diferentes familias botánicas (por ejemplo, solanáceas-leguminosas-cucurbitáceas-gramíneas), se interrumpen los ciclos de patógenos específicos, se diversifican los patrones de extracción nutricional y se aprovechan los efectos alelopáticos positivos entre plantas”, explicó Castro.
Asegura que los sistemas de rotación bien diseñados incluyen especies con diferentes arquitecturas radiculares que exploran distintos horizontes del suelo, maximizando el aprovechamiento de recursos y evitando zonas de agotamiento. Estudios demuestran que rotaciones planificadas pueden reducir hasta en un 70% la incidencia de enfermedades radiculares persistentes.
- El acolchado orgánico
Este proporciona una protección física fundamental para la recuperación del suelo, pues esta capa protectora de materiales orgánicos (paja, hojas, astillas de madera, cáscaras) replica la función del mantillo forestal natural: regula la temperatura edáfica (evitando extremos térmicos), conserva la humedad (reduciendo la evaporación hasta en un 80%), suprime el crecimiento de malezas competitivas y, conforme se descompone, libera nutrientes y compuestos orgánicos que estimulan la actividad biológica en la interfaz suelo-mantillo, zona particularmente activa para la formación de agregados estables. Aquí le explicamos como hacer uno correctamente en sus cultivos.
- El aporte estratégico de materias orgánicas diversas:
“Algo importante a tener en cuenta es la diversidad de insumos orgánicos, ya que enriquecer el suelo con compuestos de distintas características y velocidades de liberación nutricional favorece su salud a largo plazo. Por ejemplo, el estiércol maduro aporta nutrientes en formas estabilizadas y estimula la actividad de microorganismos beneficiosos. El vermicompost o humus de lombriz contiene altas concentraciones de hormonas vegetales, enzimas y microorganismos que mejoran la estructura y fertilidad del suelo. También se pueden aprovechar residuos marinos, como las algas, que proveen oligoelementos y compuestos bioactivos únicos. Esta diversidad de aportes garantiza una nutrición vegetal más completa y equilibrada, evitando los desequilibrios comunes de la fertilización sintética”, explicó el docente.
Todas estas prácticas (compostaje, cultivos de cobertura, rotación de cultivos, acolchado y diversificación de insumos orgánico) no actúan de manera aislada. Según el docente, su mayor potencial se alcanza cuando se integran dentro de un manejo agroecológico coherente. Juntas, forman un ciclo regenerativo que potencia la fertilidad, aumenta la biodiversidad microbiana, optimiza la retención de agua y nutrientes, y fortalece la resiliencia del sistema frente a plagas, enfermedades y condiciones climáticas extremas. Esta sinergia permite restaurar la vitalidad del suelo y avanzar hacia modelos de producción verdaderamente sostenibles.
Otras estrategias, mas elaboradas son:
- Aplicación de biochar El biochar es un carbón vegetal obtenido por pirólisis de biomasa. Su estructura microporosa mejora significativamente la retención de agua y nutrientes, proporciona hábitat para microorganismos beneficiosos y actúa como un secuestrador de carbono de larga duración (más de 1.000 años). Además, su alta capacidad de intercambio catiónico (CIC) reduce la lixiviación de nutrientes y optimiza la eficiencia nutricional del suelo.
- Labranza mínima o cero labranza Este manejo conserva la estructura natural del suelo, protege los agregados creados por la biota edáfica y mantiene redes de hifas fúngicas (como las micorrizas), esenciales para la absorción de nutrientes y la supresión natural de patógenos. También favorece el desarrollo de comunidades microbianas maduras y estables, clave para ciclos nutricionales eficientes.
- Inoculación de microorganismos beneficiosos Introducir consorcios específicos —como bacterias promotoras del crecimiento (PGPR), hongos micorrízicos, actinomicetos y microorganismos solubilizadores de fosfatos— cataliza procesos bioquímicos clave, mejora la estructura del suelo y establece relaciones simbióticas con las plantas. Esta práctica también permite recuperar linajes microbianos perdidos por degradación severa.
- Integración de prácticas regenerativas Cuando estas técnicas se aplican de forma conjunta, activan ciclos autosostenibles que incrementan la fertilidad del suelo, restauran su vitalidad biológica y promueven un equilibrio ecológico. Así, se avanza hacia sistemas agrícolas más resilientes, productivos y alineados con los procesos naturales.
“En conjunto, estas prácticas regenerativas mejoran progresivamente la salud del suelo y promueven un equilibrio ecológico que permite avanzar hacia una agricultura sostenible, resiliente y respetuosa con los ritmos naturales. Sin embargo, su implementación requiere conocimiento técnico y debe ser acompañada por expertos en agroecología y manejo edáfico, para adaptar las estrategias a cada contexto y garantizar resultados duraderos”, subrayó Castro.
¿Y que especies ayudan a la restauración luego del proceso de restauración?
Una vez que el suelo ha comenzado a recuperar su estructura y fertilidad, es posible introducir especies vegetales que consoliden este proceso y contribuyan a mantener la salud edáfica a largo plazo. Según el docente, las especies pioneras —como el rábano forrajero, la mostaza, la caléndula o el girasol— son especialmente útiles en esta etapa, ya que tienen raíces vigorosas que continúan mejorando la porosidad y el drenaje del suelo.
Las leguminosas, como el fríjol caupí, las habas y el trébol, siguen siendo aliadas clave gracias a su capacidad de fijar nitrógeno atmosférico, enriquecer el suelo y alimentar comunidades microbianas beneficiosas. Además, plantas de cobertura perenne como la alfalfa o ciertas gramíneas como el pasto vetiver pueden establecer sistemas radiculares profundos y estables que previenen la erosión y mejoran la retención hídrica.
“Estas especies no solo se adaptan bien a suelos en recuperación, sino que actúan como aliadas ecológicas en la consolidación de un sistema productivo sostenible. Con el tiempo, permiten que el suelo evolucione hacia un ecosistema más complejo, resiliente y fértil sin depender de insumos sintéticos”, concluyó Castro.
Otras muy utilizadas son:
- Abonso verdes: Especies como el centeno, la avena, el trigo sarraceno o la mostaza funcionan como cultivos de cobertura cuando se siembran entre ciclos principales. Al ser incorporados como abono verde o permanecer como mantillo, aportan materia orgánica fresca que activa la vida microbiana. Los cultivos de cobertura más efectivos combinan distintos tipos de plantas: gramíneas que aportan carbono, leguminosas que enriquecen con nitrógeno y crucíferas que rompen capas compactadas con sus raíces fuertes.
- Hierbas perennes: Plantas como la alfalfa (Medicago sativa), el diente de león (Taraxacum officinale) o la consuelda (Symphytum officinale) tienen sistemas radiculares que alcanzan grandes profundidades, extrayendo nutrientes de capas inferiores para redistribuirlos en la superficie. Esta acción, conocida como “bomba biológica de nutrientes”, mejora la fertilidad sin necesidad de insumos externos. Además, su cobertura constante durante todo el año estabiliza el suelo, mejora la formación de agregados y alimenta de forma continua a la microbiota con sus exudados radiculares.
- Plantas bioindicadoras: Algunas plantas espontáneas revelan condiciones edáficas específicas. La ortiga (Urtica dioica) señala suelos ricos en nitrógeno y materia orgánica en descomposición; la acedera (Rumex acetosa) indica suelos ácidos; los cardos (Cirsium spp.) aparecen en suelos compactados y mal drenados; el llantén (Plantago major) es común en suelos con compactación superficial. Estas especies no solo indican desequilibrios, sino que también pueden participar en su solución: la ortiga, por ejemplo, acumula nutrientes clave como nitrógeno, hierro y sílice, que retornan al suelo tras su descomposición.
“Estas recomendaciones no solo ofrecen herramientas prácticas para recuperar suelos degradados, sino que también nos invitan a reflexionar sobre la importancia de cuidar y proteger este recurso vital. Al aplicar estrategias biológicas y comprender mejor los procesos naturales, no solo regeneramos el suelo, sino que también fortalecemos la salud de nuestros cultivos y aseguramos sistemas agrícolas más sostenibles a largo plazo. Cuidar el suelo es, en definitiva, cuidar la vida”, finalizó Castro.
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