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Conocer la edad de un bovino no solo permite entender mejor su desarrollo, sino también tomar decisiones más responsables sobre su bienestar. En contextos donde no existen registros de nacimiento, una de las formas más utilizadas para estimarla es observando su dentadura, especialmente los dientes incisivos de la mandíbula inferior. Esta práctica, basada en cambios naturales del cuerpo, evita métodos invasivos y contribuye a una relación más consciente entre humanos y animales.
Desde su nacimiento, los terneros pasan por una serie de cambios dentales bien documentados. Durante su primer mes de vida, los ocho incisivos temporales o “dientes de leche” ya han emergido. Estos dientes pequeños y blancos indican que el animal es muy joven. Pero es alrededor de los 18 a 24 meses cuando se produce un cambio clave: aparecen los primeros dientes permanentes, conocidos como “pinzas”. Son más grandes y firmes, y marcan el inicio de una secuencia que continúa durante los siguientes dos o tres años.
A los dos años, suelen haber emergido las pinzas permanentes. Hacia los tres años, ya están en boca los primeros incisivos intermedios, y entre los cuatro y cinco años aparecen los segundos intermedios y las esquinas, completando así los ocho incisivos permanentes. Este patrón, registrado en manuales veterinarios como los de la Universidad Estatal de Mississippi o el portal FutureBeef de Australia, ha sido usado por ganaderos durante décadas como una guía confiable.
Pero no solo se trata de contar dientes. A partir de los cinco años, los bovinos no cambian más su dentición, por lo que la edad se estima observando el desgaste de los dientes. Es aquí donde la experiencia del ganadero o veterinario juega un papel importante. Por ejemplo, entre los seis y siete años, las pinzas suelen mostrar desgaste en sus bordes, y al acercarse a los ocho años, los dientes intermedios también presentan signos visibles de uso.
A los diez, el desgaste es generalizado y puede notarse cómo los dientes se vuelven más cortos, puntiagudos o incluso triangulares, mientras aparecen marcas internas llamadas “estrellas dentarias”.
Estos signos no son exactos al año, pero dan una buena idea de la etapa de vida del animal. A edades avanzadas, como los doce años o más, algunos bovinos incluso pierden dientes, lo que afecta su alimentación y, por tanto, su valor productivo.
Sin embargo, hay que tener cuidado. No todos los animales envejecen igual. Un bovino que ha pastado en terrenos duros, secos o arenosos, probablemente tendrá más desgaste dental que uno criado en suelos blandos o con alimentación suplementaria. Lo mismo ocurre con la raza: animales con genética Bos indicus (como el cebú) tienden a conservar mejor sus dientes que los de razas europeas como el Angus o Hereford. Por eso, la evaluación debe hacerse con contexto, entendiendo las condiciones en que ha vivido el animal.
El procedimiento para revisar la dentadura es relativamente simple, pero requiere seguridad. El animal debe ser contenido adecuadamente, por ejemplo en un brete o manga, y el evaluador debe inspeccionar la mandíbula inferior con cuidado. A simple vista, puede observarse cuántos dientes permanentes tiene y en qué estado están.
Esto ayuda no solo a estimar la edad, sino a tomar decisiones: un bovino con dientes completos y poco desgaste está en plenitud productiva, mientras que uno con dientes rotos o ausentes puede tener dificultades para alimentarse y ganar peso.
Este método es especialmente útil en fincas donde no se lleva un registro individual de nacimiento, o cuando se adquieren animales sin historial conocido.
Aunque la inspección dental no reemplaza al registro documental, sigue siendo una técnica esencial, práctica y económica que permite a ganaderos de todo tipo, pequeños y grandes, tener un mayor control sobre la edad de sus animales.
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