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Los cachorros nos encantan. Tienen ojos grandes y redondos, narices de botón y cabezas mucho más amplias que su cuerpo, por lo que, de hecho, comparten varias características físicas con los bebés humanos. Al igual que los bebés, los gatos o los perros pequeños provocan en las personas una respuesta automática de “ternura”. Pero, de hecho, su aspecto físico también tiene una razón para su supervivencia.
Según explica Science Focus, de la BBC, los cachorros captan la atención de los propietarios, y a nivel neuronal, desencadenan una actividad asociada con la recompensa, la compasión y la empatía.
En los humanos y otros animales, esta respuesta es un comportamiento innato y evolutivo, que motiva a los adultos a cuidar a los infantes indefensos y a ser más sensibles a sus necesidades y sentimientos. Esto, de hecho, también hace parte de nuestro sistema de apego.
Ver a un cachorro activa el sistema de recompensa a nivel neuronal, haciendo que las personas sientan una oleada de satisfacción. Ver a un animal pequeño llena a las personas de sentimientos positivos, además de activar su empatía y los buenos deseos en los dueños.
Al igual que con los bebés, el instinto de los seres humanos es el de proteger y asegurar el bienestar de los cachorros con los que interactuamos. Un estudio desarrollado por la revista Frontiers in Behavioral Neuroscience investigó de qué manera la ternura de los animales de compañía influye en las personas, hasta el punto en que decimos “es tan tierno que podría espicharlo”.
El estudio descubrió que el cerebro de las personas genera esta “agresión de ternura” para equilibrar el abrumador sentimiento de amor y cuidado que nos despiertan estos seres. En últimas, si los cachorros no nos enamoraran tanto como para cuidarlos adecuadamente, probablemente no podrían sobrevivir.
