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55 años de la elección de Salvador Allende como presidente de Chile: testimonio

Fragmento de “Allende inédito. Memorias de la Secretaría Privada de La Moneda”, libro publicado en Colombia con el sello editorial Aguilar (2020).

Patricia Espejo Brain * / Especial para El Espectador

04 de septiembre de 2025 - 11:00 a. m.
El 4 de septiembre de 1970, Salvador Allende, candidato de la Unidad Popular, ganó las elecciones presidenciales en Chile. Su gobierno socialista terminó con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, que dio paso a la dictadura militar de Augusto Pinochet. Aquí, captado en Buenos Aires, Argentina, el 26 de mayo de 1973.
Foto: AP - Eduardo Di Baia
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* Patricia Espejo trabajó en el equipo más cercano y de confianza del presidente Salvador Allende durante los mil días de su gobierno. En estas, sus memorias, relata el triunfo de la Unidad Popular y su trabajo en La Moneda, donde fue testigo privilegiado de los esfuerzos para sacar adelante el proyecto de la vía chilena al socialismo, así como de las circunstancias que desembocaron en el golpe militar del 11 de septiembre de 1973.

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El senador Allende y la campaña

Un día sonó el teléfono en la facultad, y una voz varonil me preguntó por la doctora Allende. «No ha llegado aún», contesté, «ella da clases más tarde». Y le dije: «¿Quiere dejarle algún recado?, ¿con quién hablo?», y me respondió: «Con el senador Salvador Allende».

Me puse nerviosa, pero le pregunté si podía ayudarlo. Con tono cariñoso me pidió que fuera a buscar un sobre para Beatriz. Él venía en un auto grande, oscuro y con chofer. Cuando descendió del vehículo, lo encontré muy elegante, iba vestido con un traje oscuro y con el sombrero bajo su mano. No sabía si decirle «señor», «senador» o «doctor», aunque creo que no alcancé a decirle nada, porque de inmediato me dio las gracias y me entregó un sobre para su hija.

Esa fue la primera vez que vi a Allende.

Al mediodía llegó Tati y le entregué el sobre. Ella lo abrió y me dijo: «Ah, no, yo no tengo tiempo, si quieres te encargas tú». Como yo no sabía nada, no tuvo ni que explicarme. Se trataba de un asunto familiar.

Más tarde me enteré que Allende viajaría al día siguiente a China y Vietnam, y que el Coco lo acompañaría. Por eso había solicitado un permiso sin goce de sueldo.

Tiempo después pude también leer la carta que Allende le escribió a Augusto «el Perro» Olivares sobre ese viaje. Allí le relata lo importante que fue para él conocer en persona a Ho Chi Minh, quien le produjo un gran impacto por su figura legendaria.

Las elecciones de 1970 requirieron cada vez más mayor trabajo, y a mediados de marzo tanto Tati como el doctor Paredes solicitaron un nuevo permiso sin sueldo.

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Allende no tenía grandes recursos para la campaña; sus colaboradores eran sus amigos cercanos, su familia, la Payita y gente que lo había acompañado siempre en sus anteriores cometidos, como Osvaldo Puccio Giesen.8

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Había que estructurar los equipos, tanto para la inminente campaña como para un eventual gobierno, si es que resultaba triunfador en los comicios de septiembre. En eso Payita jugaría un rol fundamental, ya que tenía contactos con gente importante. Su padre había sido un radical de cierta fama, y ella se había casado con el ingeniero Enrique Ropert Gallet, con quien conoció a gente del área empresarial. También tenía relaciones estrechas con el mundo de la cultura, que en su mayoría apoyó a Salvador Allende.

Por su parte, Tati estuvo a cargo de buscar un equipo médico de confanza, ya que Allende había tenido un problema cardíaco; había que controlar la salud del candidato, y por eso se incorporó al equipo el doctor Óscar Soto, cardiólogo del hospital San Borja.

Luego, Tati, Paya y el Coco Paredes formaron un equipo clave en términos de la seguridad del presidente.

Desde la facultad, tanto Blanca Mediano como yo colaborábamos en lo que se nos pedía. Y tal vez fue por eso que, tras el triunfo en las elecciones, terminamos trabajando en La Moneda.

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No hay que bajar la guardia

La posibilidad de un triunfo en las elecciones presidenciales de 1970 solo iba a ser posible si se lograba la unidad de los partidos de izquierda. Y fue luego de muchas y dilatadas conversaciones que se consiguió el objetivo. En octubre de 1969 se pudo constituir un conglomerado que se llamaría «Unidad Popular» (la UP), conformado por los partidos Socialista, Comunista, Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), Izquierda Cristiana (IC), Acción Democrática Independiente (API), Partido Social Demócrata (PSD) y el Partido Izquierda Radical (PIR). El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), aunque nunca formó parte del gobierno, sí prestó colaboración en términos de seguridad e inteligencia.

Este grupo de partidos y movimientos tenían distintas posiciones ideológicas. Los había marxistas-leninistas, ex democratacristianos (que abrazaban la Teología de la Liberación), masones y socialdemócratas.

Sin ser una estudiosa en este punto, pienso que los integrantes de este conglomerado y su gran diversidad de pensamiento no fueron capaces de comprender el proyecto revolucionario y democrático de Salvador Allende. Hoy se podría decir que simplemente «no dieron el ancho» o «no estuvieron a la altura» del desafío, ya que a poco andar las discrepancias internas en la UP se hicieron mayores, lo que fue provocando el desgaste del gobierno.

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El Partido Comunista fue el que menos dolores de cabeza le dio al presidente. Pero la división del MAPU o la titubeante actitud de los radicales no ayudaron para nada.

Recuerdo que una vez por semana el presidente se reunía con los partidos de la UP. Allí asistían los secretarios generales, y muchas veces Allende necesitaba de su apoyo o intercambiar ideas, pero no siempre lo lograba. Recuerdo las múltiples veces que Carlos Altamirano no asistió a las citas, y eso molestaba mucho al Doctor.

Tal vez, el Partido Comunista fue el que mejor comprendió lo que Allende pretendía. La rigurosidad del PC era evidente.

Por otro lado, la división del MAPU fue traumática, ya que el presidente comprendía que era un sector importante para el gobierno. Recuerdo varias conversaciones con Óscar Guillermo Garretón, que presencié en La Moneda. En una ocasión, cuando Garretón salió, le dije al presidente: «Cuánta paciencia tiene usted, qué difícil es gobernar». Con una sonrisa, me contestó: «Usted es muy joven para entender que la política a veces es muy ingrata».

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A causa de estos inconvenientes, Allende prefería reunirse a solas con cada partido, y lo hacía en su casa de Tomás Moro o en Cañaveral.

11 de septiembre de 2023: Personas se manifiestan durante un acto ciudadano en Conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado teniendo de fondo una imagen del Salvador Allende, a las afueras del Palacio de La Moneda en Santiago (Chile).
Foto: EFE - Elvis González

¡Ganamos!

En el periodo previo al triunfo, cuando la campaña ya estaba entrando en su etapa final y se aproximaban las elecciones, todos estábamos muy tensos. La candidatura de Jorge Alessandri tenía grandes recursos y su estrategia giraba en torno a que él era la persona indicada para evitar el peligro de que los comunistas llegaran al poder.

La ciudad estaba repleta de afiches mostrando los tanques soviéticos. Quienes tenían el poder económico estaban aterrados e incluso algunos mandaron a sus hijos a vivir fuera de Chile.

El viernes 4 de septiembre, día de la votación, fui a sufragar y luego al hospital, ya que habíamos decidido estar de guardia ante la posibilidad de cualquier imprevisto. Mis hijos se quedaron al cuidado de mis padres y Eugenio, mi marido, acompañó a Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Ellos habían sido compañeros en ingeniería en la Universidad de Chile y eran amigos muy cercanos. Además, yo había sido compañera de sus hermanas en el colegio Universitario Inglés. Cuando jóvenes, salíamos las dos parejas, es decir con Eduardo Frei Ruiz-Tagle y su mujer. Ya entonces sabían que yo no era cercana a su partido, aunque sí los acompañé en varios actos del gobierno de don Eduardo Frei padre.

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La de Frei era una familia muy unida. Recuerdo que los días miércoles comían en familia, y en la época en que yo estaba de novia con Eugenio, me invitaban a acompañarlos. La señora Maruja (María Teresa Ruiz-Tagle) era muy cariñosa y sencilla, y a pesar de ser la primera dama, actuaba como una dedicada dueña de casa. La comida era simple, participaban los hijos, sus pololas y nosotros dos. Don Eduardo era conversador y le daba la palabra a cada uno de los presentes para que todos pudieran participar de la tertulia familiar de sobremesa. Guardo un muy buen recuerdo de esa época, aunque después la situación fuera otra. El día de la votación tratamos de permanecer tranquilos; no teníamos claro lo que dirían las urnas. Escuchábamos las noticias y soñábamos con el triunfo, con la posibilidad de que Chile pudiera llegar a ser un país más justo e igualitario. Nosotros conocíamos muy de cerca la pobreza y, en el ámbito de la salud, la falta total de elementos básicos para poder preservarla.

Cerca de las seis de la tarde, Tati llamó y habló con el doctor Ipinza, quien nos trasmitió que, al parecer, íbamos ganando. Las cifras que daban los partidos eran favorables, pero agregó: «No hay que bajar la guardia», y nos pidió a todos permanecer cautos en nuestros puestos.

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Los minutos se hacían interminables, Blanca Mediano no dejaba de darse vueltas por las oficinas, mientras yo llamaba a mi marido para saber si ellos tenían noticias. Tampoco sabía nada, pero lo sentí preocupado.

Estaba en mi escritorio revisando papeles cuando sentí un grito: «¡¡Ganamos!!». Tati nos comunicaba telefónicamente el triunfo, y nos decía que nos fuéramos a la sede de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech), porque desde allí iba a hablar el Chicho, dirigiéndose a la nación como el ganador de las elecciones. No lo podíamos creer. Nos abrazamos, Blanca saltaba eufórica, y los médicos tampoco dejaron de expresar su felicidad por el triunfo.

Llamé a mi casa, mis padres estaban con los niños, los sentí tristes e intranquilos. A Eugenio lo llamé para decirle que los niños estaban bien y que yo llegaría tarde, porque íbamos a celebrar.

Luego del llamado de Tati, nos preparamos para salir rumbo a la Fech. Íbamos con nuestros delantales blancos, desde la calle José Manuel Infante hacia avenida Providencia, y todo estaba oscuro, las ventanas de los edificios estaban cerradas, solo se escuchaba a la gente que se iba sumando a nuestra marcha.

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Llegamos caminando hasta el punto de encuentro, los balcones de la Fech estaban repletos de gente, y en el tumulto alcancé a divisar a Tati, que parecía brillar. Su alegría era contagiosa.

Con un megáfono, el doctor Allende habló a los cientos de mujeres, hombres y estudiantes que cantaban y bailaban de felicidad. Y entonces, el futuro presidente de Chile, con su voz cargada de emoción, se dirigió a los que lo vitoreábamos desde la calle. Fue un discurso improvisado, lleno de amor y solidaridad.

Recuerdo haber llorado cuando dijo aquello de que nos fuéramos «con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada». «Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria».

Esa noche, al volver a casa, me sentí feliz y también abrumada. Era una tremenda responsabilidad la de llevar a buen término un gobierno como lo pretendía el Doctor.

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Luego se vinieron días intensos.

* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Patricia Espejo Brian es socióloga. Fue parte de la secretaría privada de La Moneda junto a Beatriz (Tati) Allende y Miria Contreras (Payita), durante el gobierno de la Unidad Popular. Vivió exiliada en Cuba y Venezuela. De vuelta en Chile, fue Secretaria Ejecutiva de la Fundación Salvador Allende.

Por Patricia Espejo Brain * / Especial para El Espectador

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