Se hace difícil mantener la objetividad ante un crimen como el presenciado en Ecuador, en tiempo real, el miércoles pasado, cuando a la salida de un mitin, Fernando Villavicencio es abatido a tiros por un sicario. “Don Villa”, como lo llamaban sus seguidores, era uno de los candidatos a la presidencia, en las elecciones anticipadas, convocadas para el 20 de este agosto, tras la decisión del presidente Lasso de invocar la denominada “muerte cruzada”, ante la crisis política por el bloqueo al gobierno, desde la Asamblea.
Que el dolor no sea indiferente
Tampoco quisiera que la búsqueda ideal de la objetividad se convierta en una camisa de fuerza que impida expresar la indignación y el dolor, por la perversa prepotencia, prevalida de su impune vileza.
Horacio Guaraní nos pide, “que no calle el cantor, porque el silencio, cobarde apaña la maldad que oprime”, “que no callen jamás de frente al crimen”. Don Villa, unos días antes de ser abatido, graba con sus hijas una bella canción, pues entre sus habilidades estaban también el canto y la música “vengo de un pueblo valiente, de gente que lucha el pan, con las uñas y los dientes, frente a esos otros que van, vendiendo el suelo que pisan, tratándote de comprar y no conocen la vida y son esclavos del mal, andan con falsa sonrisa y rondan la obscuridad, no saben de dónde vienen y menos a donde van”.
No callar
“Si se calla el cantor, calla la vida”, dice Guaraní, cuando no hay otros cantores que sigan con su canto, como dirá en su copla don Atahualpa Yupanqui.
“Cantor que cante a los pobres, ni muerto se ha de callar, pues ande vaya a parar el canto de ese cristiano, no ha de faltar el paisano que lo haga resucitar”.
La isla perdida
Así pues, estas líneas van a llevar también su carga de rabia y tristeza por lo que ocurre en Ecuador, donde las violencias espantosas en nuestra vecindad, las veíamos como algo a lo que, por alguna razón inexplicada, Ecuador estaba vacunado. “Isla de Paz”, fue la frase acuñada para describirnos, motivo de orgullo, pues, al parecer, habíamos sabido mantener las discrepancias dentro de parámetros de sensatez, procesándolas civilizadamente.
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Debimos despertar de pronto a la desoladora realidad de que, en el mundo actual, las islas no existen. Situado entre los dos principales productores de cocaína en el mundo, con extensas costas, dolarizados, sin estructura de seguridad efectiva, pues lucia innecesaria, de a poco la “isla” dejó de serlo y aterrizó en un territorio para el que no estaba preparada.
Llegan los redentores
Para colmo, el país escogió en las urnas un mesías, de aquellos “salvadores”, la marca de fábrica regional, inevitables, como El Niño o los huracanes, igual o más destructivos que estos. Al ágil entendimiento de los carteles, de las ventajas que les brindaba Ecuador, se encadenaron unas decisiones, sobre cuya intencionalidad es inútil escarbar, pero que sin duda, contribuyeron decisivamente para la rápida degradación de la situación, ante una institucionalidad anclada en la ilusoria y autocomplaciente noción de la “isla de paz”.
Lo objetivo
El desmantelamiento de la inteligencia militar y policial; el cierre de la base de Manta; la apertura de fronteras a cualquier persona, sin necesidad de visados, a nombre de una utópica “ciudadanía universal”; unos nunca aclarados aportes a la campaña electoral del mesías ecuatoriano, realizados, según un líder histórico de las FARC, el Mono Jojoy, por éstas a su favor; la “vista gorda” del Estado ecuatoriano al campamento de Raúl Reyes, otro líder histórico de las FARC, en el oriente ecuatoriano, objeto de un ilegal y letal ataque de las fuerzas armadas colombianas, sin advertencia al gobierno del Ecuador, ante fundadas dudas de que Reyes hubiera sido prevenido por simpatizantes en el gobierno ecuatoriano; las reformas a las leyes, reduciendo penas por transporte, posesión y uso de drogas; el oscuro caso de la droga enviada a la Embajada del Ecuador en Roma, desde la Cancillería del Ecuador, por valija diplomática, donde los únicos responsables fueron los perros antidrogas; el turbio proceso de reforma judicial, con el anuncio del propio mesías sobre su decisión de “meterle mano a la justicia”, por el cual se nombraron cerca de 3.500 jueces de todo nivel, en un cuestionado y opaco proceso de selección y calificación; la inclusión, en las listas para asambleistas del partido redentor, del líder de una peligrosa banda criminal, los Latin Kings, que ya habían mostrado las uñas durante el régimen del ex vicepresidente del mesías; la significativa diferencia en capturas de droga, entre los 10 años del gobierno redentor y los dos del banquero neoliberal, pasando de 42 toneladas en 10 años, a 380 en dos.
La mesa, servida
Lo citado es una necesariamente breve relación de unos hechos que pueden, o no, configurar un objetivo, pero que, sin la menor duda, fueron determinantes en volver mucho más cómoda la acción de varias mafias narcotraficantes, estructuradas al principio para el microtráfico, en la forma habitual de este reparto a tiros. En cinco años, el crecimiento del consumo en sectores urbano marginales alcanza el 90 %. Se disparan también delitos conexos, asaltos y robos para las adicciones pero, sobre todo, la violencia entre pandillas por el control de territorios, y más adelante, por la protección del almacenamiento y las rutas de la cocaína exportable.
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Con las facilidades que ofrece el país, se da un gran incremento del tráfico de cocaína, ya no para consumo interno, sino para ser embarcada, sea hasta México, por medio de lanchas de pesca, que dejan droga en alta mar, para ser recogida por otras naves, o hacia Europa, desde los puertos principales, embarcada y camuflada con diversas mercancías, en contenedores, con evidente complicidad de los organismos de control. Las bandas locales establecen afiliaciones y acuerdos con carteles mexicanos, como el de Sinaloa o Jalisco, y colombianos, como el del denominado Frente 48, o el Oliver Sinisterra, ambos disidencias de las FARC, que luego de la desmovilización de éstas, continuaron con el lucrativo negocio por cuenta propia.
Espiral criminal
El crecimiento de asesinatos, por ajuste de cuentas, sicariato, o enfrentamientos, en las cárceles o fuera de éstas, entre bandas criminales, se ha disparado de 10 por 100 mil, a un estimado 40 por 100 mil, sin perspectiva de cambio en el horizonte, ante la quiebra de las autoridades para gestionar una crisis para la que no tienen respuesta.
Cocktail mortal
La combinación de las facilidades que, sea por errores o intención, se generaron en el país a lo largo de una década al menos, y de las carencias materiales y de inteligencia, en un entorno legal e institucional cooptado por el crimen organizado, se convirtió en un cocktail mortal para la sociedad ecuatoriana, que ha recibido un shock final al presenciar el asesinato de un hombre valiente, convertido, por sus denuncias permanentes de todo tipo de negociados desde el poder, en azote del correismo, cuyos cabecillas principales, por sus investigaciones, fueran condenados, con algunos en prisión, y el resto prófugos, pero también del gobierno de Lenin Moreno, con sus propios fantasmas, y hasta del de Lasso.
Don Villa se volvió la voz de la ciudadanía que, por su intermedio, se enteraba de la enormidad de la corrupción en el país, y de su impunidad, desde una “justicia” dedicada a su amparo permanente.
¿Día Nacional?
Al día siguiente del crimen, debía celebrarse el Día Nacional del Ecuador, la rememoración del Grito de la Independencia, 213 años atrás, cuando el pueblo de Quito, la Luz de America, como fuera llamada, por ser la primera en el continente en expulsar al gobierno colonial y reemplazarlo por un Cabildo ciudadano, que proclama la Independencia de España.
Al día siguiente, de manera oficial, quedó en claro que nada había que celebrar. Que si, hace 213 años, unos hombres valientes se la jugaron, para ser asesinados un año después por la represión Real, por sus ideales y por una patria que nacía, hoy esa Independencia, que se consagró en Pichincha 12 años más tarde, se ha perdido, enredada en la maraña de la politiquería, la bajeza de unos intereses miopes y egoístas, y una clase política rapaz, a la que se le olvidó que existe para servir, no para servirse del país, para sus desmedidas ambiciones de poder y dinero.
Comunes objetivos
La gesta libertaria de dos siglos atrás nunca fue una empresa de un país solitario, tal vez con la excepción de Haití. Fue una empresa común, en la que confluirían grandes hombres, de San Martín a Bolívar, de Artigas a Sucre, de Santander a O’Higgins.
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Esa comunidad es la única que permitirá enfrentar, no como países aislados, dando palos de ciego ante un poder transnacional enorme, al margen de leyes y escrúpulos que, en variable pero en buena medida, ha capturado el poder en la región, negándole esa independencia que nos legaran nuestros mayores.
Otro Grito de Independencia
Ojalá pronto se escuche, sea en Quito o en cualquiera de nuestras ciudades, un nuevo Grito de Independencia, que impulse, más allá del comprensible temor que ese poder brutal despierta, a su recuperación.
Nunca más necesaria una auténtica integración, más allá de las declaraciones y la lírica. Ante tan insidioso y peligroso enemigo, con su abundancia de recursos y carencia de escrúpulos, esa integración de voluntades es el camino para evitar esas estrofas de Piero, “que a mi patria la fundaron, a golpes y cachetazos, cuántas voces se callaron, a machete y a balazos, ay país, país, país”.
Que esas voces, la de Jaramillo, la de Galán, la de Villavicencio, no queden en un cada vez más nebuloso recuerdo.
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