En la zona más al sur de Luisiana, donde la tierra en el mapa parece granos de arroz y quimbombó en un plato de gumbo, la masa de agua que la bordea siempre ha tenido un papel importante. Ha transportado a los antepasados de la zona, ha permitido que se desarrollen las industrias que se convirtieron en la columna vertebral de la región, ha sido el escenario de tormentas devastadoras y, últimamente, ha erosionado la costa a un ritmo agresivo.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Vivir cerca del agua ha exigido comprender sus ritmos y sus consecuencias. Pero, durante generaciones, algo en lo que la mayoría de la gente de la costa del golfo no ha pensado mucho era en cómo llamarla.
“Siempre ha sido el golfo de México”, dijo Kenneth Armand, de 62 años, frente a su casa en la diminuta zona de Cut Off, Luisiana, a pocos metros del Bayou Lafourche, en la costa sur del estado. “Desde que nací”.
Cuando el presidente Donald Trump emitió una orden ejecutiva el mes pasado para rebautizarlo como golfo de América, las comunidades de la costa comenzaron a pensar en la cuenca de un modo distinto.
Para muchos residentes de la costa del golfo, el cambio fue sorprendente, si no desconcertante: la orden fue inesperada y no respondía exactamente a una oleada de protestas. Sin embargo, muchos lo han aceptado, viendo la medida como un reflejo de lo central que es la masa de agua para la identidad y la economía del país.
“El mejor país de Dios”, dijo la esposa de Armand, Jeanie, de 76 años. “Ahora todo el mundo lo llama el golfo de América”.
Flora-Bama, un local de Pensacola, Florida, ha tenido que reponer continuamente 27 dólares en camisetas con el lema “golfo de América”, dijo la semana pasada un trabajador de la tienda de regalos. La popularidad de las camisetas ha hecho que ahora también se fabriquen gorras y mangas de espuma para latas de cerveza.
“Fue algo obvio”, dijo Jenifer Parnell, directora de mercadotecnia de la empresa. “Somos patrióticos, apoyamos a Estados Unidos y podemos vender cosas de Flora-Bama”.
No es sorprendente que el entusiasmo por el cambio de nombre se corresponda con el apoyo a Trump, como sugirieron las entrevistas con dos decenas de residentes de la costa del golfo. Pero algunos habitantes de la región consideran que el cambio amplía una brecha de otro tipo: en un país profundamente dividido, donde la gente no solo no está de acuerdo, sino que cada vez tiene versiones más distintas de la realidad, es una cosa más que antes era indiscutible, pero que ahora es objeto de debate.
“Cuando se hizo este cambio, sentí que estábamos perdiendo el control de lo que es real y que el gobierno actual estaba creando su propia realidad”, dijo Stephanie Davis, de 60 años, quien vive cerca del golfo en Fort Myers, Florida. “No se puede simplemente cambiar el nombre de esta gran masa de agua que se ha llamado de la misma manera durante 400 años y, sin embargo, se puede”.
Los funcionarios republicanos de los estados del golfo —Florida, Alabama, Misisipi, Luisiana y Texas— se han apresurado a adoptar el nombre. El gobernador de Florida, Ron DeSantis, anticipándose a la orden, empezó a utilizar el nombre antes de que fuera oficial. Se refirió al golfo de América en una orden ejecutiva relacionada con una tormenta invernal el 20 de enero, horas antes de que Trump firmara su orden ejecutiva.
La orden de Trump también ha provocado una tarea mucho más grande y técnica, ya que los gobiernos estatales y locales tienen que decidir si reescriben las leyes y los documentos oficiales. Los legisladores de Florida han presentado leyes que obligarían a las escuelas públicas a utilizar golfo de América y a cambiar el nombre de una autopista a Gulf of America Trail. Un proyecto de ley en Alabama obligaría a las entidades públicas del estado a utilizar el nombre en mapas, documentos, material educativo, sitios web y comunicaciones oficiales de nueva creación. (Ese proyecto de ley también pide que se hagan “esfuerzos razonables” para actualizar los materiales más antiguos).
Pero la orden también ha puesto en aprietos a las instituciones y organizaciones que quieren evitar la polarización partidista. Seguir con el statu quo podría percibirse como una opción tan política como adoptar el nuevo nombre.
Algunos medios de comunicación de la costa han seguido la orientación de The Associated Press de seguir llamándolo golfo de México, una decisión que hizo que el gobierno de Trump excluyera a los reporteros de AP de determinados actos y a una demanda judicial. (Algunas publicaciones con audiencia internacional, como The New York Times, siguen utilizando golfo de México). Gannett —que publica The Corpus Christi Caller-Times, Pensacola News Journal y The News-Press de Fort Myers, entre otros periódicos costeros— ha optado por incluir referencias a ambos nombres en los artículos.
El Galveston County Daily News de Texas ha decidido seguir usando golfo de México porque “se niega a cambiar los nombres de toda la vida”, dijo Michael A. Smith, director del periódico.
“La gente del negocio inmobiliario intentó una vez cambiar el nombre de un antiguo barrio de Galveston por algo más elegante que Fish Village; sigue siendo Fish Village en las páginas del Daily News”, añadió Smith. Dijo que el periódico podría reconsiderarlo si hay resistencia por parte de los lectores. “Hasta ahora no hemos tenido ninguna”.
El Museo Marítimo Nacional del Golfo de México, en Mobile, Alabama, fue designado por el Congreso como el único museo nacional dedicado al golfo. El museo, gestionado por el gobierno municipal, tendrá que seguir el ejemplo de los funcionarios municipales y estatales. “Cambiar el nombre costará bastante tiempo y dinero”, dijo Karen Poth, directora ejecutiva del museo.
Pero borrar las referencias al golfo de México de todo el museo sería prácticamente imposible. Abarca ocho plantas y tiene más de 80 exposiciones.
Las referencias al golfo de México se remontan al siglo XVI, aunque también se ha conocido como golfo de Nueva España y mar de Florida.
La costa del golfo se extiende aproximadamente 2700 kilómetros desde la desembocadura del río Bravo hasta Cayo Hueso, un tramo racial, económica y biológicamente diverso que abarca las arenas blancas y las aguas cristalinas de las ciudades playeras y las turbias sombras de cola de las costas trabajadoras.
La orden de Trump describía el golfo como “un activo integral de nuestra nación, antaño en expansión” y “una parte indeleble de Estados Unidos”, señalando su importancia para las industrias del petróleo y el gas, los mariscos y el transporte marítimo.
Pero Nelly Camuñas, cosmetóloga de 33 años de Wesley Chapel, Florida, lo consideró poco más que un juego de poder de Trump. “No es más que otra frase como: ‘Mírennos, somos los más grandes y los más malos’”, dijo. “Creo que podemos llamarlo como queramos, pero globalmente, no funciona así”.
Para muchos otros en la región, la orden provocó poco más que un encogimiento de hombros.
“Sigue siendo la misma arena, el mismo sol, y no es un mal lugar para estar”, dijo Tammy Ozinga, de 57 años, quien ha vivido en Pensacola toda su vida. “Seguirás trayendo a tus amigos y a tu familia, seguirás disfrutando de las olas, y si hay alguien enfadado porque le cambien el nombre es porque, para empezar, no le gustan mucho los cambios”.
Muchos señalaron que siempre lo habían llamado simplemente “el golfo”, y seguirán haciéndolo. “Ni siquiera puedo decir que lo haya llamado golfo de México antes en mi vida”, dijo Jacky Danaher, de 44 años, camarera en un Waffle House de Pensacola.
Danaher había oído casi todas las opiniones sobre el tema de sus clientes. El cambio le pareció innecesario. “Yo soy más del tipo ‘no lo arregles’”, dijo.
“Me pregunto si a mis hijos les enseñarán a decir golfo de América”, añadió, “porque es como cambiar el nombre del océano Atlántico o del Pacífico”.
Otros argumentaron que el golfo necesitaba la atención de Washington, pero que su nombre no era la cuestión. La costa se ha visto profundamente afectada por un clima cambiante, con veranos abrasadores y tormentas devastadoras en los últimos años, y solo se espera que la amenaza se intensifique.
En Fort Myers Beach, el huracán Ian devastó la isla barrera en 2022, dañando o destruyendo casi todas las estructuras de sus 11 kilómetros de extensión. La comunidad sufrió más daños por los huracanes Helene y Milton en 2024. Hay nuevos temores de que un brote de marea roja frene la temporada turística de invierno.
“Un cambio de nombre parece mucho trabajo mientras hay que hacer cosas mucho más importantes”, dijo Jason Pim, de 44 años, de Cape Coral, Florida.
Armand, quien trabaja para una empresa de alquiler de helicópteros, puso en duda la autoridad de Trump para hacer un cambio tan radical. Sin embargo, él y su esposa pensaban que era un esfuerzo que merecía la pena. Gran parte del golfo limita con Estados Unidos, y es tan vital para los medios de vida, las recetas y las historias personales, que el nombre tenía sentido, dijeron.
La mayor parte de la masa de agua, de hecho, se encuentra fuera de las regiones marítimas controladas por Estados Unidos. Pero el golfo, desde el punto de vista de los Brand en la costa de Luisiana, era más estadounidense que mexicano.
“Es como ir a la Luna y a Marte: la gente se reía de eso”, dijo Armand. “Hace falta una idea loca para que la gente lo piense”.
“Siempre que no cambien el nombre de Luisiana”, dijo Armand.
Elisabeth Parker colaboró con reportería desde Tarpon Springs, Florida.
👀🌎📄 ¿Ya se enteró de las últimas noticias en el mundo? Invitamos a verlas en El Espectador.
🌏📰🗽 Le puede interesar nuestro plan superprémium, que incluye acceso total a El Espectador y a la suscripción digital de The New York Times. ¡Suscríbase!
📧 📬 🌍 Si le interesa recibir un resumen semanal de las noticias y análisis de la sección Internacional de El Espectador, puede ingresar a nuestro portafolio de newsletters, buscar “No es el fin del mundo” e inscribirse a nuestro boletín. Si desea contactar al equipo, puede hacerlo escribiendo a mmedina@elespectador.com