El olor a rancio recorre el ambiente y se mezcla con los tonos canela, marrón y negro de sillas y sillones. Los cuartos tienen una luz tenue. A pesar del sol allá afuera, el hall central es sombrío. En los cuartos, las camas cuentan con apoyadores a los lados, están adecuadas a la altura de cada adulto mayor que duerme en ellas. La residencia geriátrica Gerusia, en la ciudad de Buenos Aires, en el barrio de casas bajas de La Paternal, es un caserón con 30 ambientes donde viven 28 personas mayores.
En Argentina hay cerca de 3.800 geriátricos y residencias registrados. En la ciudad de Buenos Aires, poco menos de 600. En su gran mayoría son privados, porque el Estado argentino no provee este servicio masivamente, solo a un pequeño porcentaje de casos y en condiciones de precariedad social y vulnerabilidad física y salud comprobadas.
El “dossier” sobre adultos mayores, publicado por el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censo de Argentina) muestra un índice de sobreenvejecimiento que va en alta, de 85 años para arriba. Si en 1970 ese índice era de cinco puntos, en 2022 llegó a 10. “Debido al aumento en la expectativa de vida, la mayoría de los residentes llegan y superan los 90 años, y los hijos suelen tener entre 55 y 70 años. Hace unos 20 años la situación era distinta. La edad promedio de las personas en geriátricos argentinos era de 72 años”, resume Norma Fernández, médica geriatra, integrante de la Asociación Argentina de Establecimientos Geriátricos.
En Gerusia el perfil de los residentes responde a esas estadísticas hechas historias humanas. “En general, los casos de internación de adultos mayores son por deterioro cognitivo”, explica Guido Antonello, el responsable del geriátrico. “Hay un antes y un después de la pandemia. Antes, cada consulta familiar me llevaba tres entrevistas. Era muy notoria la culpa familiar, en especial de los hijos, de traer al padre o madre mayor a un geriátrico, era vivido como un abandono. Sin embargo, en la pospandemia, como muchas familias atendieron a sus adultos mayores en el confinamiento, la actitud comenzó a ser otra: venían a hacer las consultas y demoraban menos tiempo en tomar la decisión”, cuenta.
El costo mensual en Gerusia es de 1.500.000 pesos argentinos (casi $6 millones). Este es un geriátrico de un barrio de clase media porteña, y por eso los valores de residencias en toda la ciudad son de amplio rango: pueden llegar a los 3 millones de pesos argentinos.
¿Cómo con jubilaciones tan magras y sueldos familiares que no se ajustan a los vaivenes de la inflación pueden cubrirse los costos de las residencias?
Los costos son para todos
Guido Antonello pertenece a la segunda generación que administra la residencia Gerusia. Tiene 42 años, un aire de ejecutivo sénior y ojos sensibles. “De niño subía y bajaba las escaleras de esta casa, me acostumbré al ambiente de gente mayor porque mi padre administraba el geriátrico y ahora soy yo”. En su oficina se apiñan dos escritorios. Entra un médico a dejar planillas, sale una asistente al sonar el timbre, es un proveedor de alimentos. El movimiento matinal del geriátrico fluye entre el comedor, los pasillos y un patio interno con una fuente de azulejos andaluces. Cuatro señoras adultas están frente a la televisión de la sala, a la que no le ponen atención. Sus miradas están en otros lados. “Llegar a viejo”, la canción de Joan Manuel Serrat, es la cortina musical de la escena. “Si se llegase entrenado y con ánimo suficiente (…) Quizá llegar a viejo sería todo un progreso, un buen remate, un final con beso, en lugar de arrinconarlos en la historia, convertidos en fantasmas con memoria”.
Los momentos más difíciles de los últimos dos años fueron económicos, tanto para la administración de la residencia como para los familiares de los adultos mayores. El 2024 estuvo marcado por el inicio del gobierno libertario de Milei. La inflación (que ya venía en alza) tuvo un incremento anual del 117,8 %, pero lo cierto es que las jubilaciones argentinas siempre tuvieron las de perder. Sufren un déficit ininterrumpido desde 1998, al que hoy subsisten 7,5 millones de personas jubiladas y pensionadas argentinas en una población de 46,65 millones. La mayoría recibe mensualmente $343.086 pesos argentinos ($1.300.000 más o menos).
De hecho, el poder adquisitivo de las jubilaciones mínimas ha caído hasta 41,8 puntos porcentuales, obligando a muchos adultos mayores a elegir entre comprar alimentos o medicamentos.
Mientras los costos del geriátrico subían, las posibilidades económicas de los familiares de los residentes de Gerusia se congelaban. “Una casa geriátrica es como una microempresa, nosotros somos intermediarios entre los proveedores y los clientes. En 2023 y 2024, el teléfono sonaba, los proveedores nos aumentaban todo y tenía que comunicarles entre un 20 y 35 % más a las familias”, explica Guido. Eso, confiesa, le llevó a hacer un ejercicio diario emocional. “Algunos no podían afrontarlo, y en ese caso nosotros no podemos dejar de proveer al jubilado un medicamento, un pañal o la atención permanente, porque convivimos con ellos”, concluye.
Andrea es la hija de Juan Carlos, uno de los abuelos que viven en Gerusia, de 83 años. Prefieren reservar su identidad y no dar a conocer el apellido. “Para poder pagar el geriátrico vamos juntando el dinero entre mi hermano y yo. Es decir, reunimos una parte que recibimos del alquiler del galpón donde mi padre producía perchas, otra parte es de su jubilación y la tercera la complementamos entre mi hermano y yo. Solo así, con una vaquita, llegamos al valor de la mensualidad de Gerusia”, explica Andrea.
“Cuando tuvimos una inflación del 35 %, desde la administración del geriátrico tratamos de encontrar un punto medio, porque esta casa funciona 24 horas durante los siete días de la semana. Intentamos subsistir económica y emocionalmente”, explica Antonello. Los mayores costos de la residencia se van en recursos humanos: empleados de mantenimiento, enfermeras, asistentes, médicos, psicólogos y nutricionistas. “El 60 % de los costos están en el factor humano. En alimentación es un 20 % de los gastos”, concluye Antonello.
Argentina no es una excepción en América Latina. “En toda la región sucede algo similar, menos en Uruguay. Pero en casi todos nuestros países los geriátricos son privados, con valores elevados y con una pobre integración sociosanitaria. En otras palabras, los centros no se articulan con el sistema de salud ni se proyectan a la comunidad”, analiza Róbinson Cuadros, presidente del COMLAT (Comité Latinoamericano de la IAGG). El especialista agrega que en Colombia, donde los geriátricos suman un total aproximado de 600 establecimientos y la jubilación mínima es de unos US$354, los sistemas de salud agobian a las familias y cuidadores de sus adultos mayores cuando no les son entregados medicamentos a tiempo. “Se ponen barreras administrativas hasta para acceder a un especialista en geriatría o para acompañar y proteger a los profesionales que les asisten, y sucede entonces una institucionalización temprana sin planeación financiera sostenible a largo plazo”, concluye.
La bocanada de Milei y el aumento de los medicamentos
En Argentina la atención de servicios a los jubilados está a cargo de Pami (Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados), cuya principal responsabilidad es brindarles asistencia médica integral. El pago de la cuota a Pami es obligatoria, les es descontada a todos los adultos mayores de sus haberes mensuales de pensión que reciben.
Si los costos del geriátrico son difíciles de afrontar, los aumentos de los medicamentos desarticularon aún más las vidas familiares que sostienen a sus adultos mayores. Milei instauró una nueva normativa que limita el acceso a algunos medicamentos que antes contaban con una cobertura del 100 %. En diciembre de 2024, los medicamentos acumularon una subida superior a la inflación, en promedio, un 240 %, mientras el costo de vida avanzó un 193 %, de acuerdo a DEUCO, la entidad de defensa del consumidor.
Según declaraciones del senador Martín Lousteau, los medicamentos más utilizados por las personas mayores han experimentado aumentos de hasta un 361 % desde la asunción del presidente Milei. Estos incrementos, sumados a la reducción del vademécum de Pami, han afectado significativamente el poder adquisitivo de los jubilados.
El padre de Andrea, Juan Carlos, necesita psicofármacos, como la quetiapina y la risperidona, además de gasas y vendas para curar las úlceras crónicas varicosas en las piernas, por tantos años de trabajo en pie en la fábrica de perchas. En el caso de la quetiapina, Andrea paga 58.000 pesos argentinos con el descuento del 50 %. “Yo le compro a mi papá los medicamentos, mi hermano está con mayores limitaciones económicas”, explica. En este sentido, familiares y farmacéuticos coinciden en que los medicamentos más utilizados por los adultos mayores tienen ahora un descuento menor, aunque las autoridades de Pami lo nieguen. Un dato retrata la realidad actual: desde la liberación de precios de Milei hay una caída en el consumo de los medicamentos que más necesitan los jubilados.
Las familias argentinas con sus adultos mayores se encuentran en una encrucijada, el aprieto económico y la necesidad crucial de que padres, madres y abuelos tengan una atención más especializada (sobre todo en la mayoría de los casos de demencia) y los libere para poder llevar adelante sus vidas.
En la sala principal de Gerusia entra luz solar del patio de azulejos andaluces. Dos mujeres residentes conversan en los sillones de color marrón, de una época que ya fue. Es una escena que sabe a encuentro, a una pequeña alegría instantánea que congela tristezas de la realidad.
“Quizá llegar a viejo sería más llevadero, más confortable, más duradero.Si el ayer no se olvidase tan aprisaSi tuviesen más cuidado en dónde pisanSi se viviese entre amigosQue, al menos, de vez en cuandoPasasen una pelotaSi el cansancio y la derrotaNo supiesen tan amargo”
(Joan Manuel Serrat).
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