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Cómo 360.000 haitianos terminaron viviendo hacinados en escuelas y baldíos

Durante el año pasado, al menos 360.000 personas (más de la mitad de ellas en la capital o barrios circundantes) abandonaron sus hogares en Haití, y se espera que en los próximos meses ese número de desplazados internos supere los 400.000, según la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU.

Frances Robles | The New York Times

10 de mayo de 2024 - 01:00 p. m.
Personas se transportan en un automóvil con sus pertenencias después de un ataque de bandas armadas en el sector de Delmas 22 este jueves, en Puerto Príncipe (Haití). El Gobierno de Haití extendió este miércoles por tres días el toque de queda en el departamento Oeste, donde se localiza Puerto Príncipe, capital cuya mayor parte de su territorio está dominado por bandas armadas que imponen el terror entre la ciudadanía.
Foto: EFE - Mentor David Lorens
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Con el objetivo de escapar de la violencia desenfrenada de las pandillas, cientos de miles de personas en Haití han abandonado sus hogares, en una crisis humanitaria que empeora y que las Naciones Unidas describen como “cataclísmica”.

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Una muchedumbre de familias sin hogar, que huyen de pandilleros que quemaron sus casas y mataron a sus vecinos, han tomado decenas de escuelas, iglesias e incluso edificios gubernamentales. Muchos de esos lugares no tienen agua corriente, inodoros o gestión de residuos.

Los afortunados duermen en el sofá de un amigo.

“Hay niños en mi campamento que no tienen padres”, dijo Agenithe Jean, de 39 años, quien dejó su casa en el barrio Carrefour Feuilles de la capital de Haití, Puerto Príncipe, en agosto para ir a un campamento improvisado en un terreno baldío a unos seis kilómetros de distancia. “Necesitamos letrinas. Necesitamos un lugar adónde ir”.

Durante el año pasado, al menos 360.000 personas (más de la mitad de ellas en la capital o barrios circundantes) abandonaron sus hogares en Haití, y se espera que en los próximos meses ese número de desplazados internos supere los 400.000, según la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU.

Cientos de ellos son niños que están solos, incluidos huérfanos y otros separados de sus padres en medio del caos.

A medida que se acerca la temporada de huracanes, los grupos humanitarios y la oficina de respuesta a desastres de Haití tratan de determinar con rapidez cómo abordar los grupos de personas cada vez mayores que viven en refugios improvisados en una capital invadida por pandillas y con un gobierno nacional que apenas funciona.

Casi 90.000 personas viven en esos sitios, y más o menos el mismo número abandonó Puerto Príncipe en marzo, según las Naciones Unidas y los grupos de ayuda, muchos de ellos con destino a otras partes de Haití, un éxodo que afecta a ciudades más seguras y mal preparadas para un incremento en la demanda de agua, alimentos y escuelas.

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Una campaña de la ONU para recaudar 674 millones de dólares a fin de atender la lista cada vez más larga de necesidades básicas en Haití ha recaudado solo el 16 por ciento de la meta. Estados Unidos aportó 69,5 millones de dólares de los 107 millones recaudados hasta el momento.

Según los grupos de ayuda, la competencia por la atención y los recursos puede verse eclipsada por crisis en todo el mundo, incluso en la Franja de Gaza, Ucrania y Sudán. La respuesta ha palidecido en comparación con la enorme iniciativa internacional que siguió al catastrófico terremoto de Haití de 2010, cuando los países y las organizaciones de ayuda enviaron miles de millones en ayuda.

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“Todos nosotros buscamos prácticamente a los mismos donantes”, dijo Abdoulaye Sawadogo, jefe de la oficina de la ONU encargada de la asistencia humanitaria en Haití.

Por lo general, la agencia del gobierno haitiano cuyo trabajo es ayudar a los refugiados se concentra en los desastres naturales, no en un desastre causado por la violencia generalizada de las pandillas.

“Puedes rastrear un ciclón. Después de un terremoto, puedes encontrar refugio”, dijo Emmanuel Pierre, director de operaciones de la Dirección de Protección Civil, la agencia de gestión de emergencias de Haití. “Pero ahora el problema es un peligro social”.

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En los tres años posteriores al asesinato del presidente haitiano Jovenel Moïse, las pandillas haitianas han expandido su territorio y aumentado su violencia.

Los líderes de las pandillas lograron un objetivo importante: la renuncia del primer ministro Ariel Henry, y ahora afirman que quieren poner fin a la pobreza y a un sistema corrupto dirigido por élites. Pero también quieren amnistía por sus crímenes e impedir el despliegue de una fuerza de seguridad internacional que encabeza Kenia.

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En los primeros tres meses de este año, alrededor de 2500 personas murieron o resultaron heridas como resultado de la violencia de las pandillas, un aumento del 53 por ciento en comparación con los tres meses anteriores, según las Naciones Unidas.

Las cosas empeoraron considerablemente a finales de febrero, cuando, en un intento por derrocar al primer ministro, unas bandas rivales unieron fuerzas para atacar comisarías, cárceles y el aeropuerto. Barrios enteros de Puerto Príncipe fueron abandonados por sus habitantes cuando las pandillas tomaron el control.

Las personas que encontraban espacios seguros fueron expulsadas repetidamente porque nunca dejaron de estar en peligro de muerte.

En cierto modo, Jean tuvo suerte ese día de agosto cuando una pandilla se apoderó de su barrio Carrefour-Feuilles en medio de una balacera. Cuando corrió hacia su casa alquilada en busca de su familia, pasando junto a cadáveres en el suelo y personas heridas cubiertas de sangre, se topó con sus cuatro hijos. Los cinco huyeron sin nada más que la ropa que llevaban encima.

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Desde aquel día de agosto, Jean vive en un campamento improvisado de tiendas de campañaque comparte con unas pocas docenas de personas más en el barrio de Croix Desprez. No puede trabajar porque las condiciones son demasiado peligrosas, pero ahora que sus hijos están a salvo con familiares que viven en el campo, se ducha en casas de amigos y ha recibido dinero en efectivo y alimentos de grupos humanitarios.

“No creo que pueda volver jamás”, dijo. “En Puerto Príncipe, ningún lugar es seguro”.

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Por Frances Robles | The New York Times

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