Donald Trump, el guerrerista

El ataque a una base aérea en Siria es el signo más visible de una nueva política de gobierno y del carácter cambiante del magnate. El riesgo de expandir la guerra es palpable. La ONU pidió “contención”.

juan David Torres Duarte
08 de abril de 2017 - 03:00 a. m.
Donald Trump, el guerrerista
Foto: AP - Alex Brandon

El 17 de noviembre de 2015, quizá animado por la voluntad frenética de sus seguidores, Trump dijo durante un mitin político en Fort Dodge, Iowa: “Soy bueno en la guerra. He encarado muchas guerras. Soy bueno en la guerra. Amo la guerra, en cierto sentido. Pero sólo cuando ganamos”. A causa de su emoción fugaz, también se permitió decir al hablar de los militantes del Estado Islámico: “Los bombardearía hasta sacarles la mierda. Simplemente bombardearía a esos idiotas. Sí, señor. Estallaría sus conductos, estallaría sus refinerías. (Lea: Siria: cinco puntos para entender qué está pasando)

Estallaría cada pulgada. No quedaría nada”. En cambio, un año y medio después, consagrado como presidente y con un decoro que supera la ligereza de su campaña, Trump formuló un discurso solemne, en un tono bajo por completo extraño en él, para anunciar que bombardearía una base aérea en Siria como respuesta al ataque con químicos que sucedió el 4 de abril en Jan Sheijun, cuyo responsable, según la irrestricta certeza del presidente de Estados Unidos, fue Bashar al Asad. En 17 meses, Trump transitó de la soltura de verbo a la determinación cultivada de un comandante en jefe.

Los 59 misiles que cayeron sobre la base aérea de Al Chaayrate, en el centro de Siria, comprenden el primer ataque directo de Estados Unidos al gobierno de Al Asad. Comprenden, también, la señal más visible de la inconstancia de las opiniones de Donald Trump y el producto final de su fina ambigüedad. Durante su primer discurso tras el bombardeo en Jan Sheijun, Trump enfatizó que numerosos niños murieron por el fuego y los gases y reconoció, como si se tratara de un momento de galopante revelación, que había cambiado su opinión sobre Al Asad. La defensa de los civiles, entonces, se trocó en su principal ambición: lo dijo en aquel discurso y lo repitió en el anuncio del bombardeo contra el gobierno sirio, al rememorar a los bebés recién nacidos que murieron en el ataque. El carácter recio de un comandante en ocasiones díscolo se justificó en la defensa de los más necesitados.

Sin embargo, allí yace la primera metamorfosis de su dirección política. Hace poco más de un mes, Trump aprobó un decreto para cerrarles las puertas de su país a los sirios que buscaban refugio, bajo el argumento de que de ese país provenían los terroristas. Hoy, aquellos que llamó terroristas pasaron a tener un nuevo mote: civiles indefensos. Numerosos usuarios sirios de Twitter cambiaron las fotografías de sus cuentas por símbolos en los que juzgaban a Trump como un héroe. Pero él ha sido el mandatario más reacio a seguir las políticas de migración y a atender los llamados de Naciones Unidas con respecto a su veto contra los migrantes. Trump pasó de enemigo a héroe en tres minutos, aunque Rusia lo vio como un quiebre de la ley internacional y una afrenta a un gobierno soberano. Siria condenó ayer el ataque y declaró de nuevo su inocencia respecto de las armas químicas que cayeron sobre la población de Jan Sheijun.

Su segunda metamorfosis resulta más prolongada. Desde hace más de diez años, Trump ha criticado las presidencias de Bush y de Obama por su intervención en los conflictos en Irak y Afganistán. En 2004, un año después de que ocurriera la invasión en Irak y tres después de la irrupción en Afganistán, Trump dijo: “Mire la guerra en Irak y el desastre en que estamos metidos. Nunca lo hubiera manejado de esa manera. ¿Alguien cree de verdad que Irak se convertirá en una bella democracia donde la gente va a ir a las urnas a poner, de manera gentil, su voto y el ganador va a liderar su país felizmente? Qué va. (...) ¿Cuál es el propósito de todo esto? Cientos y cientos de jóvenes asesinados. ¿Y qué pasa con la gente que vuelve sin brazos ni piernas?”. En 2015 lo reafirmó en una entrevista con CNN: “Gastamos US$2 billones, cientos de vidas perdidas, soldados heridos que yo amo, que todos amamos. ¿Y qué tenemos allá?”.

En numerosas ocasiones, Trump prometió que su gobierno no se insmiscuiría en ninguna guerra. Pero, en esta ocasión, el argumento fue trastocado de tal modo que la guerra en Siria se convirtió en una amenaza directa contra Estados Unidos. En su discurso, Trump recordó que el conflicto sirio produce una crisis intensa de migrantes y que los migrantes luego se convierten en una amenaza de seguridad para Estados Unidos. Ergo, la guerra en Siria es un problema personal de Estados Unidos. En últimas, el presidente no tomó el papel filantrópico de defensor de los inocentes, sino un rol más acorde con su carácter usual: el de un hombre de negocios que determina los riesgos de sus apuestas.

No se trata sólo de Siria. Entre los planes de Trump está la ampliación de las tropas estadounidenses en Afganistán, la multiplicación de los bombardeos en Yemen y el apoyo total a las fuerzas armadas de Irak contra los talibanes (la única razón que tuvo para retirarlos de la lista de países vetados por Estados Unidos; de nuevo, más un cálculo de riesgos que una forma de la bondad). A esto se suma la propuesta de aumento de presupuesto para la defensa nacional en detrimento del resto de necesidades (educación, salud y medioambiente, entre ellas) que tiene el país. Su política de gobierno es, en muchos sentidos, la continuación de los conflictos que heredó de Barack Obama y tal vez su ampliación. Los apoyos que mostraron ayer Gran Bretaña, Francia, Turquía, Alemania e Israel podrían servirle como propulsores. Trump se siente tan respaldado que sólo avisó a Rusia del bombardeo sobre Al Chaayrate dos horas antes de que sucediera.

Su tercera metamorfosis es una sorpresa política. Cuando comenzó su mandato, en enero de este año, Trump abogó por una mejor relación con Vladimir Putin. Las buenas palabras y la carencia de frialdad presuponían una cercanía necesaria, sobre todo para determinar el futuro del conflicto sirio. Al paso de los meses, la amistad fue desdibujándose a causa de las investigaciones que el FBI realiza para saber si el gobierno ruso tuvo alguna influencia en la elección presidencial.

Trump, por estrategia política o por orgullo (y dado que la materia humana es tan frágil, la segunda razón podría ser la más acertada), comenzó un alejamiento paulatino, un movimiento hacia fuera que declaró su independencia total con el bombardeo sobre la base aérea. En una época en que los dirigentes eurófobos de Gran Bretaña piden su independencia de la Unión Europea, Trump ha hecho lo propio con aquel que bautizaban como su mejor amigo.

El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, pidió moderación y contención. La advertencia no es menor. El conflicto sirio comenzó como una rebatiña entre oficialismo y oposición. Y entonces, con la decepción opositora y las ansias de reafirmación gobiernista, degeneró en una avanzada bélica general y bárbara: a la guerra entraron los kurdos, los yihadistas (el Estado Islámico y el frente Al Nusra), Turquía, Estados Unidos (acompañado de 68 países en la coalición global), Rusia e Irán. Un conflicto doméstico se trocó en una virulenta azotaina común.

Es la primera vez, sin embargo, que dos de las potencias involucradas se enfrentan. Estados Unidos mantenía un dominio aéreo sobre zonas de influencia del Estado Islámico, mientras armaba a los kurdos. Rusia mantenía una línea de hierro en sus bombardeos contra la oposición. Sucedió como en un matrimonio resignado a la derrota: aunque estaban en la misma casa y reconocían sus muchos vicios y sus escasas virtudes, Rusia y Estados Unidos habían tomado la decisión tácita de imponer unas fronteras precisas para apaciguar los ánimos. Estados Unidos acababa con el Estado Islámico y Rusia defendía a Al Asad. El bombardeo a la base aérea sólo enreda aún más la geografía del conflicto.

El hecho que desencadenó la Segunda Guerra Mundial fue la invasión de Polonia por parte de los nazis. Hasta 1939, Europa había sostenido unas relaciones tensas y por lo general distantes con el régimen de Hitler, siempre con el cuidado, heredado de la diplomacia ancestral, de no despertar a un enemigo indeseable. La irrupción en tierra ajena fue considerada un exceso. Se entiende por qué Guterres llama a la contención.

Por juan David Torres Duarte

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar