El espacio público al servicio de la integración de población migrante y de acogida

Dos mujeres, una colombiana y una venezolana, cuentan cómo la intervención del espacio público ha contribuido al bienestar de la comunidad, compuesta por nacionales y migrantes.

03 de febrero de 2023 - 12:00 p. m.
La plaza escenario sirve para eventos, obras de teatro, entre otras actividades. / Cortesía
La plaza escenario sirve para eventos, obras de teatro, entre otras actividades. / Cortesía

Muchas veces lo damos por sentado, pero cuando no existe se nota, y cuando se obtiene no solo se nota, sino que puede cambiar la vida. Hablamos del espacio público, el mismo que puede mejorar la cotidianidad individual, pero sobre todo la de la comunidad. Por eso es un ingrediente clave, indispensable, al hablar de integración de la población migrante.

Mayerlin Gómez, de 38 años, quien migró de Venezuela a Colombia hace siete años, lo pone en términos muy sencillos: los espacios comunes crean “integración entre residentes y migrantes” y tienen un impacto “visual y ambientalmente”. Ella se refiere en particular al resultado que la iniciativa “Ciudades incluyentes, comunidades solidarias” dejó en su entorno, en el corregimiento de La Playa, en Barranquilla.

Se trata de una iniciativa entre Acnur, OIM y ONU-Hábitat, financiada por la Unión Europea, “que busca reducir las vulnerabilidades de los refugiados y migrantes e incrementar la resiliencia de las comunidades de acogida en seis países de América Latina y el Caribe: Colombia, Ecuador, Panamá, Perú, República Dominicana y Trinidad y Tobago”, explica desde ONU-Hábitat.

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En Colombia tienen presencia en Barranquilla, Cúcuta, Villa del Rosario y Bucaramanga. Una de las intervenciones más recientes fue precisamente la de Barranquilla, en donde se adecuaron dos espacios: la llamada plaza escenario, en el entorno del centro comunitario, y el parque Las Cometas.

En la plazoleta se pueden hacer eventos, obras de teatro, cine foros, y alrededor hay “bancas, iluminación y colorido”, como resalta Mayerlin, quien llegó al sector (Villa del Mar) hace seis años y hoy es lideresa comunitaria; también se dedica a la repostería. “Hay andenes peatonales. Creo que son los primeros que se han hecho en la comunidad”, agrega.

“Se adecuó la cancha para los jóvenes, ellos mismos dijeron lo que necesitaban. Lo que pidieron se hizo”, cuenta Jeneth Caicedo, otra lideresa de la comunidad, oriunda de Turbo, Antioquia, y radicada en el sector desde hace 19 años. En lo que dice Jeneth está una de las claves para que este tipo de proyectos sean, efectivamente, sostenibles: que sea la comunidad la que tenga voz y voto en las decisiones.

“No se trata de que sea de arriba abajo, sino que la cooperación y que nuestros equipos coconstruyan con el resto de los actores”, explica Elkin Velásquez, representante regional de ONU-Hábitat. Con “el resto de los actores” se refiere también a las autoridades locales y otro tipo de organizaciones llamadas a participar.

Es Velásquez quien dice “cuando lo tiene ni lo nota, pero cuando no lo tiene se siente en la convivencia”. Si hay un encuentro entre población migrante y población receptora, y el espacio tiene deficiencias que afectan la integración socioeconómica, el goce de los derechos y el acceso a oportunidades, “pueden surgir tensiones y desafíos que generan situaciones de discriminación, segregación, exclusión y pobreza en las ciudades”, explica la agencia especializada en los asuntos urbanos.

Una de las claves para combatir la xenofobia, agrega Velásquez, es que la comunidad de acogida sea testigo de que este tipo de inversiones benefician a toda la comunidad. Para la población migrante, por otro lado, el arraigo puede pasar de ser una aspiración o una posibilidad a una realidad.

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La iniciativa “ha unido a los vecinos, a la comunidad, ha traído motivación”, resume Jeneth. Mientras que ella señala que a la población migrante la han acogido “con amor” y que son “parte de la comunidad”, Mayerlin lo pone así: “Me han abierto las puertas, he compartido con mis hermanos colombianos, nos hemos dado la mano y estamos unidos trabajando”.

Como esto es un “comienzo de una nueva era urbanística en nuestra comunidad”, en palabras de Mayerlin, la aspiración ahora es que la zona prospere y se vuelva “más turística”. A escala macro, no es menor que Barranquilla (adonde han llegado cerca de 100.000 migrantes desde Venezuela, de los casi 2,5 millones que ha recibido Colombia), junto con las otras nueve ciudades en la región, sea un “piloto mundial”, como lo describe Velásquez.

El objetivo, apunta, no es solo transferir el conocimiento a la comunidad y los tomadores de decisiones nacionales y locales (incluyendo a los gobernantes locales entrantes), para que “no nos necesiten” y que los proyectos puedan perdurar, sino que la iniciativa pueda replicarse en más lugares del mundo. Actualmente, cuenta el vocero de ONU-Hábitat en la región, están en el proceso de convocar a los donantes para lograr en el futuro más espacios incluyentes y sostenibles.

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