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El minuto 6 puede cambiar el historial de abuso en el deporte femenino

Un gesto simbólico, que se volvió viral en el fútbol femenino, destapó cómo durante años las atletas denuncian abusos físicos, sexuales y psicológicos, y nadie las escucha.

17 de octubre de 2021 - 02:05 a. m.
Jugadoras de la Liga de Fútbol Femenina de EE. UU. pararon el juego en el minuto 6. / Getty Images
Jugadoras de la Liga de Fútbol Femenina de EE. UU. pararon el juego en el minuto 6. / Getty Images
Foto: Getty Images - Howard Smith/ISI Photos

En el minuto 6 de los partidos de la Liga Femenina de Estados Unidos, que se disputaron el pasado 6 de octubre, el silencio retumbó. Las jugadoras de los clubes de Portland Thorn, Houston Dahs, Gotham FC Spirit, North Carolina Courage y Racing Louisville se abrazaron en el centro del campo para decir basta a la larga historia de abusos físicos, sexuales y psicológicos de los que las atletas han sido víctimas.

Si bien fue un acto solidario con las futbolistas que tuvieron que esperar seis años para que sus denuncias por abuso sexual fueran tenidas en cuenta, también fue un reconocimiento a las deportistas que han alzado la voz para alertar sobre la poca atención y la falta de acción frente a estos comportamientos hacia las mujeres en el deporte. “Si se mira la historia de las atletas en EE. UU., se puede encontrar un patrón histórico de violación y abuso por parte de hombres poderosos”, recordaba Beth Daley en el portal The Conversation, cuando estalló el escándalo en un país que ha visto cómo varias instituciones como la Iglesia católica o los Boy Scouts son sacudidas por terribles historias de abusos cometidos durante años ante la mirada y el silencio cómplices de las autoridades.

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Después de la Segunda Guerra Mundial, millones de mujeres incursionaron en el deporte en Estados Unidos y otros países, pero quedaron a merced de hombres, muchos de ellos abusadores en potencia.

“Aunque la mayoría de los líderes deportivos han apoyado a las atletas en lugar de abusar de ellas, y las leyes federales de posguerra como el Título IX y la Ley de Deportes Amateur tenían como objetivo empoderar a los atletas de todos los géneros, las instituciones educativas, las autoridades olímpicas y el gobierno federal no han hecho cumplir estrictamente estas leyes y crearon, irónicamente, oportunidades para el abuso”, señala The Conversation.

La semana pasada el exentrenador del equipo de fútbol North Carolina Courage Paul Riley fue despedido por “acusaciones muy graves de mala conducta” contra varias jugadoras. ¿Un acto nuevo? No, el entrenador cometía sus abusos desde 2015 y, aunque muchas futbolistas lo denunciaron, nadie hizo nada.

¿Les recuerda otro caso? Sí, el de Larry Nassar, exmédico del equipo de gimnasia de Estados Unidos, condenado a cadena perpetua por abusar sexualmente de más de 200 atletas durante dos décadas. “Culpo a Larry Nassar”, dijo la medallista olímpica Simone Biles a los senadores estadounidenses el pasado 15 de septiembre, “pero también culpo a todo un sistema que permitió y perpetró sus abusos”.

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Porque antes de Nassar hubo otros. Cuando el entrenador de taekwondo de Yasmin Brown comenzó a abusar de ella en 2010, ni USA Taekwondo ni el Comité Olímpico de Estados Unidos tomaron medidas para destituirlto, lo que permitió que continuara abusando de Brown y de otras jóvenes. Los casos abundan: USA Swimming, USA Water Polo, USA Volleyball y la Liga Femenina de Fútbol se han visto envueltas en una serie de escándalos de abuso sexual sistémico.

La inacción del FBI en el caso de la gimnasia permitió que Nassar siguiera trabajando con niñas y mujeres jóvenes y, por lo tanto, agrediera a cerca de 70 atletas que podrían haberse librado si agentes federales hubieran hecho su trabajo. En el fútbol femenino estadounidense las denuncias fueron hechas en correos electrónicos y otras comunicaciones desde 2015 sin que nadie hiciera nada.

Hasta que muchas lo denunciaron por redes sociales y llevaron las historias a los medios de comunicación, fue que comenzó a correrse el velo del horror. En los últimos meses se han multiplicado las denuncias de acoso sexual y comportamiento abusivo o intimidatorio por parte de entrenadores y funcionarios de la Liga Nacional de Fútbol Femenino (NWSL, sigla en inglés). Ni siquiera la comisionada de la Liga, Lisa Baird, tomó en serio a las jugadoras. Baird ignoró cada una de las quejas de las atletas repitiendo un patrón que condenó a muchas futbolistas a guardar silencio. Tuvo que renunciar.

No solo pasa en EE. UU. La semana pasada, en Venezuela, Denya Castellanos, delantera del Atlético de Madrid, que estaba entre las tres mejores jugadoras del mundo en 2017, publicó en redes sociales un texto firmado por 24 futbolistas, en el cual revelaron que “una de nuestras compañeras nos confesó que había sido abusada sexualmente desde los 14 años por el entrenador”, unos hechos que se remontan a 2014. “Hemos decidido romper el silencio para evitar que las situaciones de abuso y acoso físico, psicológico y sexual ocasionadas por el entrenador de fútbol Kenneth Zseremeta tomen más víctimas en el fútbol femenino y en el mundo”, añade el texto. Esta semana Zseremeta fue detenido.

En 2020, el Comité de Ética de la FIFA impuso un veto de por vida del fútbol al presidente de la Federación Haitiana de Fútbol, Yves Jean-Bart, luego de acusaciones de abuso sexual contra mujeres futbolistas. El Comité lo halló culpable de “haber abusado de su cargo y acosar y abusar sexualmente de varias jugadoras, incluyendo menores de edad”, de 2014 a 2020.

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“Esto no se trata de un caso aislado”, aseveró la directora de Iniciativas Globales de Human Rights Watch, Minky Worden. Los incesantes escándalos en el deporte femenino van desde África hasta Colombia. En 2019, dos integrantes de la selección Colombia sub 17, una de ellas menor de edad, presentaron denuncias ante la Fiscalía General de la Nación por acoso sexual y laboral en 2018. El director técnico del equipo y el preparador físico fueron acusados por las jugadoras.

En Malí la situación es aún peor: desde el baloncesto hasta la gimnasia, el fútbol, la natación artística y el judo, pareciera que ninguna deportista está a salvo. Hay denuncias de abuso sexual, físico y psicológico por parte de los oficiales y entrenadores. En junio de este año, algunos activistas le comentaron a The New York Times que tenían registros de al menos 100 casos de jugadoras de baloncesto, en su mayoría adolescentes, que dijeron que fueron abusadas por una docena de entrenadores desde principios de la década de 2000, “incluida una de 16 años que quedó embarazada de su entrenador y fue presionada para que se hiciera un aborto en 2018″.

Antes de los talibanes, el Comité Olímpico de Afganistán destapó el caso del renombrado expresidente de la Federación de Fútbol de ese país, quien es buscado por la justicia por abuso sexual a varias deportistas. ¿Un mal exclusivo de ciertos países? No, casi una pandemia. En Argentina, cuatro jugadoras de fútbol denunciaron ante la FIFA a un entrenador de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) por acoso sexual. Las jugadoras presentaron pruebas que detallan cómo el entrenador “utilizó su posición de poder para intimidar y acosar sexualmente a distintas adolescentes, incluso de 14 años.

Críticas a la denuncia pública

“El entorno deportivo ha sido reconocido como un microcosmos de acoso y agresión sexual. El deporte ha sido acusado de ser un caldo de cultivo para el acoso y la agresión sexual, dada la idealización de la masculinidad y la violencia inherentes a la cultura, señaló en un estudio Jenny McMahon. ¿Qué hacer?

Muchos condenan la denuncia pública a la que han recurrido las mujeres. Pero, entonces, ¿qué hacer? “Pedir a las mujeres que se moderen, que no denuncien sin pruebas, que bajen la voz o vuelvan a callar o que se abstengan de hacer señalamientos es violentarlas otra vez. ¿Qué alternativas tienen si los cauces institucionales siguen siendo igual de deficientes que denunciar por Twitter?”, se preguntaba Gabriela Wiener, escritora y periodista peruana en una columna en The New York Times.

Y plantea que, mientras llega una manera ideal de exponer estos casos, el tema se aborde con los hombres, victimarios en un 98 % de los casos de violaciones a mujeres, hombres y menores. “La denuncia pública es un recurso imperfecto que no equivale a la justicia. Pero la justicia también es imperfecta y hasta ahora estas son las herramientas de autodefensa más eficaces que conocemos para hacer visible y combatir la violencia contra las mujeres. Eso no quiere decir que no sigamos buscando canales y legislaciones más eficientes para que las sobrevivientes denuncien sin correr riesgos, programas de concientización que les enseñen a ellas a hacer valer sus derechos y grupos de exagresores en rehabilitación que les enseñen a ellos a sensibilizarse ante su machismo y enfrentarlo”, dice Wiener.

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Y pese a que algunos analistas dicen que el #MeToo aún tiene mucho que lograr (desde cambios en la ley hasta en las medidas de seguridad para los sobrevivientes), “su impacto, en los poderes públicos, en los tribunales y en las conversaciones que los estadounidenses tienen, es innegable”, comentó la escritora Anna North en Vox.

“En cada viralización de las variantes del #MeToo se mezclan denuncias graves con otras más leves. Y, es verdad, se propaga de forma incontrolable en algunos casos y sin verificación. Pero también es cierto que el señalamiento público envía un mensaje contundente contra el abuso y busca la reprimenda social del victimario. Su fin último, sin embargo, es otro: encontrar maneras de conseguir justicia y, sobre todo, erradicar la cultura de acoso”, concluye Wiener en una nota en el Times.

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