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El obispo de los próceres

El viernes será la posesión de Fernando Lugo. Quiso ser militar y maestro, pero terminó de obispo. Como Presidente, sostiene que persistirá en su obstinación: el bienestar de los pobres.

Juan Camilo Maldonado T.

12 de agosto de 2008 - 05:05 p. m.
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A Lugo se lo tragaba la muchedumbre vociferante. No había tarima, ni enormes escoltas, sólo un mar de gente que parecía arrollarlo, aplastarlo en su alegría. Era la noche del 20 de abril de 2008, y el ex obispo, con su barba espesa y lentes oscurecidos, se agarraba al micrófono como si éste lo salvara de ser arrastrado por la masa.

Lugo, aquel que desde hace años llamaban el “Obispo de los Pobres”, les declaraba hasta la afonía las intenciones de su futuro gobierno: “Mi compromiso es por los más humildes, por el pueblo pobre, por los jóvenes… gracias a ustedes este corazón palpita”.

Han pasado cinco meses desde cuando Fernando Armindo Lugo Méndez le sacara 10 puntos de ventaja a su más cercana oponente, Blanca Ovelar, y acabara con el invicto del Partido Colorado, la polvorienta maquinaria que gobernó al Paraguay por más años que la dinastía Kim de Corea del Norte, e incluso dos años más que el Partido de la República Popular de China. Un invicto que se había iniciado en 1947, y que incluía el gobierno de hierro del general Alfredo Stroessner, (desde 1954 a 1989) y una sucesión de administraciones con un prontuario de intrigas y corrupción.

Después de cinco meses, este viernes Paraguay y América Latina se preparan para ver subir en Asunción a su nuevo Presidente. El primer ciudadano en la historia del Paraguay, según declaró tras su victoria el diario ABC, “que accede al cargo de Presidente de la República sin ser colorado, ni liberal, ni militar”.

A diferencia de otros políticos dinásticos del continente, a Lugo no se le preparó desde niño para la política. Heredera del Partido Colorado y su disidencia, y perseguida por la dictadura de Alfredo Stroessner, su familia había intentado que Lugo estuviera alejado de los intríngulis viciados de la burocracia partidista. Por eso lo motivaron a seguir la carrera militar, aunque fracasó; luego la carrera de la enseñanza escolar y, finalmente, al descubrir que en una villa con escuela y sin sacerdote los campesinos vivían desamparados, se decidió a seguir el llamado de Dios. En 1970 entró a la orden de los Misioneros del Verbo Divino.

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Ordenando sacerdote en 1977, Lugo pasó cinco años oficiando como misionero en la provincia indígena de Bolívar, Ecuador, sumido en la provocadora doctrina de la Teología de la liberación, que era promulgada por su mentor, el padre ecuatoriano Leonidas Proaño Villalba. Así se convenció de que el sacerdocio debía servir a los podres y a los sin tierra, y con esa conciencia volvió en 1982 a Paraguay para convertirse desde el púlpito en una piedra en el zapato para el partido gobernante, la Alianza Nacional Republicana (ANR, el Partido Colorado).

Los “sermones subversivos” del padre Lugo habrían de ser rápidamente neutralizados por la ANR, que se las arreglaría para hacer que la congregación enviara al sacerdote a estudiar a Roma.


Su curioso exilio le dio alas para formarse como sociólogo, con especialización en doctrina social, y retornar a Paraguay en 1987 (dos años antes del golpe de Estado a Stroessner), con la convicción de seguir trabajando por los pobres.

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En 1994 su nombramiento como Obispo de San Pedro, una de las regiones más empobrecidas del Paraguay que con los años se convertiría en el epicentro de su vertiginosa carrera política, lo convirtió en la voz de protesta de las reivindicaciones agrarias de indígenas y mestizos de esta zona.

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Comenzó entonces a figurar públicamente, haciendo denuncias y liderando dos de las protestas sociales más importantes de Paraguay en el siglo XXI: la marcha de 2001 contra el gobierno “incapaz” de González Machi, y en marzo de 2006, en Asunción, contra las aspiraciones del presidente, Nicanor Duarte, de reformar la Constitución para aspirar a la reelección.

Los favorables sondeos de opinión y el coqueteo de varios partidos políticos de oposición le sugirieron el curso de su destino. Envió, en diciembre de 2006, una carta a El Vaticano, respaldada por 100 mil firmas, en la que renunciaba a su sacerdocio (la Constitución paraguaya prohíbe a los curas hacer política).

La Iglesia no aceptó su renuncia y optó por suspenderlo. Algunos llegaron a temer, incluso, su ex comunión. Y vieron en la posición de la Iglesia un potencial obstáculo para la candidatura del obispo rebelde. Pero ni la suspensión de El Vaticano, ni los rumores de que detrás de Lugo se encontrarían los “tentáculos temibles” del chavismo bolivariano, pudieron detener la campaña lanzada por el ex obispo.

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El 20 de abril de 2008 su nombre entró a la lista de los nuevos gobiernos alternativos que, con  rostros en Chile y en Venezuela, en Bolivia y Ecuador, han hecho que analistas presagien el “viraje a la izquierda del continente”.

Lugo insiste en que él no es Chávez ni es Lula. “En América Latina no hay paradigmas comunes unificados. Tenemos que hacer nuestro propio camino para integrarnos y no ser una isla entre gobiernos progresistas”, afirmó en una de las tantas entrevistas que ha dado.

Lugo se precia de ser un hombre de “negociaciones”. Tal vez sea esa la clave para lograr lo que él mismo, esa noche de júbilo en el Panteón Nacional del Paraguay, proclamó triunfante: “Hoy parece aquel 14 y 15 de mayo de 1811. Ustedes son los próceres del 20 de abril de 2008. Nunca nos dejen solos”.

Por Juan Camilo Maldonado T.

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