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El otro candidato

El aspirante presidencial opositor es joven, experimentado en funciones de gobierno y nunca ha perdido una elección. Hugo Chávez, el actual presidente, por el contrario, ha desperdiciado 14 años en el poder.

Ibsen Martínez * / Especial para El Espectador /

04 de agosto de 2012 - 04:00 p. m.
El candidato presidencial Henrique Capriles durante un acto político en un barrio de Caracas. / EFE
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“¿Quién es el otro candidato en las elecciones venezolanas?”. La respuesta corta la da Chávez: “Henrique Capriles Radonski es el candidato de la burguesía, de los yanquis y la derecha”. Opino que hará mal quien se conforme con esa parvedad. Hay respuestas más largas.

Al discurrir sobre nuestra América, a muchos analistas extranjeros les da por pensar que si el hombre es “carismático” —aunque sólo sea un espadón vociferante, tiránico e inepto—, habla “en nombre de los pobres” y llena de dicterios al imperialismo yanqui, entonces el tipo es de izquierdas y, sin más, el bueno de la película. A Capriles Radonski le pasa lo que a José Carreras en el chiste de Jerry Seinfeld sobre los tres tenores: es el otro tipo. Y supuesto que Chávez es la izquierda, entonces el otro tipo debe ser la derecha.

Sin embargo, las cosas no son tan simples en Venezuela, uno de los “petroestados” populistas más antiguos del planeta. El petroestado venezolano y sus singularidades podrían explicar porqué, contra muchos pronósticos, Hugo Chávez bien puede perder ante “el otro tipo” las presidenciales del 7 de octubre.

Cuando eres un petroestado hispanoamericano heredas la potestad de la corona española sobre la riqueza del subsuelo y acabas convirtiéndote en el “ogro filantrópico” descrito por Octavio Paz: Sólo tú cortas el bacalao. Sólo tú dispensas todo el dinero de la renta petrolera y el resto de la población —incluida la burguesía local— no son más que cazadores o pedigüeños de esa renta. Y por lo mismo, menos ciudadanos que súbditos cuya religión laica es el estatismo redistributivo.

Clientes o aspirantes a serlo tienen poco o ningún margen para sentirse electores de libre conciencia en un país donde el petroestado-billetera es indistinguible del gobierno de turno y, en términos absolutos, el empleador de bastante más del 80% de la población económicamente activa.

Los petroestados experimentan fases maníacas y ciclos depresivos, según los vaivenes del precio del crudo. En fase maníaca, de altos precios, a sus gobernantes les da por pensar que ahora sí cegarán definitivamente la brecha que nos separa del Primer Mundo. Se arrogan toda clase de competencias, creando así más y más incentivos al despilfarro y la corrupción. En fase depresiva, los petroestados se endeudan y dan en garantía a los mercados la factura petrolera futura o bien aceptan las fórmulas del FMI.

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Chávez ha presidido el más prolongado boom de precios registrado hasta ahora, una fase maníaca que ha financiado fallidos planes sociales de subsidio directo a los más pobres, el subsidio a la dictadura castrista, un antiimperialismo tan vociferante como dispendioso e inconducente y un decidido e inequívoco empeño en instaurar un régimen totalitario. El elenco chavista añadió el colectivismo y el militarismo al habitual repertorio venezolano de creencias redistributivas y ha ido tan lejos como ha querido por el camino de abolir no sólo la propiedad privada, sino las más caras libertades individuales.

En un tal país, con tan colosal inflazón del Estado y sus recursos, con una inescapable sujeción de casi toda la población al Gran Dispensador, ¿qué significa estar a la derecha? ¿Es posible que cinco millones y medio de venezolanos, el 52% del universo elector, que votaron por la oposición en las parlamentarias de hace año y medio, sean todos ellos derechistas, elitesca minoría blanca, burgueses oligarcas y agentes de la CIA?

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En Venezuela, y a partir de los años treinta del siglo pasado, los partidos modernos, casi sin excepción todos de izquierdas, fueron secreción de los conflictos sociales que trajo consigo el negocio petrolero. Mo delados leninistamente, animados por la idea de un munificente Estado social de derecho, socialdemócratas y comunistas forjaron en seis décadas un país mayoritariamente ubicado a la izquierda del centro. El petroestado nos hizo también clientelares, manirrotos, consumistas. “En Venezuela, la derecha desentona”, sentenció alguna vez el desaparecido dramaturgo José Ignacio Cabrujas, voz de la tribu.

Tanto así, que la democracia cristiana, único partido que desde los años cuarenta aspiró a encarnar una derecha conservadora, hubo de mutar rápidamente en un partido populista más, so pena de “desentonar” en un país mamador de gallo donde el catolicismo se funde a menudo en cultos sincréticos afroantillanos. Esa escora “a la izquierda”, junto con el desgaste y descrédito de los viejos partidos, hizo posible, en 1998, el triunfo de Chávez.

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Henrique Capriles Radonski recoge, sin duda, la mayoritaria propensión nacional al centro izquierda que la discordia y la polarización política, azuzadas por Chávez, parecieron haber sofocado para siempre. Ello se refleja en las encuestas más fiables: a cien días de la elección, figura ya en “empate técnico” con Chávez. Sin exagerar, también en el fervor de la calle, un fervor que recuerda al que nimbó a Chávez en su mejor momento electoral, allá por 1998.

Capriles ganó más que holgadamente las elecciones primarias, convocadas por la Mesa de Unidad Democrática para designar un candidato único de oposición, acaso justamente por ser el vocero más moderado de ella. Como gobernador del estado Miranda, el segundo más poblado de Venezuela, que alberga la favela mas grande de Suramérica, la mayor parte de la Caracas acomodada, populosas ciudades dormitorio y una vasta provincia rural y atrasada, Capriles administrócon éxito, durante casi cuatro años, una réplica demográfica del resto del país. Ganó la gobernación en 2008, al derrotar, contra todo pronóstico, a Diosdado Cabello, designado candidato por el dedo jupiterino de Chávez.

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Capriles adoptó y mejoró sensiblemente los más emblemáticos planes sociales del chavismo —salud y vivienda—, mitigando de tal modo el sectarismo que los caracteriza en el resto del país que buena parte de la base social chavista de su estado hoy le apoya. Capriles se declara de centro izquierda liberal, es manifiesto admirador y estudioso del papel jugado por Felipe González en la transición española y, en lugar de la Cuba castrista, propone al Brasil de Cardoso, Lula y Rousseff como modelo. Todos los partidos venezolanos afiliados a la Internacional Socialista hacen parte de la coalición que lo apoya.

Chávez ha malgastado catorce años en el poder. Esos años lo han gastado y ahora enfrenta a un adversario joven, sin especial don oratorio pero experimentado en funciones de gobierno y quien, desde que fue electo diputado en 1998, a los 26 años, nunca ha perdido una elección.

“¿Cuál crees que es tu mayor fortaleza”, le pregunté. “Siempre me han subestimado y es mejor así”, me dijo. Tal vez tenga razón, aunque hoy sean muchos quienes creen que con Capriles, “el otro tipo”, el péndulo venezolano puede regresar desde el caudillismo autoritario de Chávez al centro democrático y plural. Se oyen apuestas.

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* Periodista y escritor venezolano.

 

Entre una gorra y la bandera nacional

Una gorra con la bandera de Venezuela fue causa de discordia esta semana en la campaña presidencial. El Consejo Nacional Electoral advirtió al candidato opositor, Henrique Capriles, que investigará el uso de este accesorio en sus apariciones de campaña. El artículo 204 del reglamento electoral prohíbe el uso de la bandera y de imágenes de próceres durante los actos de campaña.

Desde el punto de vista de la oposición, el llamado de atención es una muestra de la desigualdad con la que se adelanta la campaña, pues en Venezuela es familiar la imagen de Hugo Chávez vistiendo una chaqueta con la bandera nacional y hace apenas días presentaba una imagen digitalizada de Simón Bolívar. El presidente aprovechó la ocasión para opinar sobre el tema: “Lo más importante de esto, creo yo, no es la gorra o la camisa. Lo más importante es el fondo de este asunto. Es decir, el comando burgués desconoce las instituciones".

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Incertidumbre en los sondeos

 

La última encuesta de intención de voto, con resultados puntuales, fue publicada por la firma Datanálisis el 16 de julio. El sondeo daba a Hugo Chávez el favoritismo con un 46,1%, que mostraba una ventaja de más de 15 puntos porcentuales sobre su rival, Henrique Capriles Radonski.

 

¿El repunte de Capriles?

Luis Ignacio Planas, dirigente nacional del movimiento que encabeza Henrique Capriles, Comando Venezuela, aseguró que el candidato opositor superó en estos días a Hugo Chávez en los sondeos. Sin embargo, no entregó cifras ni fuentes de encuestadoras que soportaran su percepción.

 

 

63 días restan para las elecciones presidenciales en Venezuela.

 

 

 

 

Por Ibsen Martínez * / Especial para El Espectador /

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