John Mary Buwule viene de una región de África donde la mayoría de personas todavía piensan que Colombia se escribe Columbia, como el Distrito en Washington (EE. UU.), y que sólo se produce y consume cocaína. Cuando era niño, estudiando geografía en el Narozari Primary School, en Uganda, no lograba visualizar lo que había al otro lado del mundo, más allá de la vegetación y las florestas pluviales que citan los libros.
Al llegar en el 2012, sin embargo, se encontró un país con las personas más amables que ha conocido, con comida y música similares con las que creció y una democracia más desarrollada que en otros países, en la cual sus hijos podrán tener un futuro estable.
Su nombre original es Buwule y cuando entró a la cultura occidental le asignaron el John Mary. En su país hay 60 tribus, de las cuales sólo 20 se entienden entre ellas. Nació en la tribu Baganda, una de las más grandes en Uganda. Dentro de cada una de estas organizaciones tribales hay clanes compuestos por un líder y una gran familia. El tótem de la suya es el Mamba Namakaka, que, cuando todavía eran colonia inglesa, tenía la labor de trabajar en la corte del rey como guerreros o constructores de los barcos para en eventual ataque.
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Una de las decisiones más difíciles fue abandonar su proyecto de convertirse en sacerdote. Aceptar el celibato fue algo que frenó a Buwule hasta el último momento, cuando, estando en Roma, decidió tomarse un año de reflexión para pensar mejor las cosas. La experiencia le dejó estudios en filosofía y teología. Al cumplirse el tiempo que pidió renunció a su sueño de infancia y comenzó a trabajar. En ese momento ya conocía a Filomena Santamaría, con quien se casaría un tiempo después.
A Colombia llegaron él, su esposa, sus dos hijos y sus suegros. Durante 10 años trabajó en Italia con habitantes de calle, ancianos, inmigrantes, para al final dedicarse a transmitir las injusticias que existe entre los países del primer mundo y los del tercero. La situación económica del país comenzó a deteriorarse y fue entonces cuando decidieron cambiar el rumbo. “Al principio queríamos ir a Uganda, pero la situación ahí es complicada porque no hay colegios para nuestros hijos y, además, la situación política no es muy tranquila. Acá en Colombia estaba mi cuñado, quien nos dijo que viniéramos a trabajar en algún colegio”.
Desde entonces enseña historia de la religión y ética en el Colegio Italiano Leonardo Da Vinci, en Bogotá. “Una de las cosas que más me gustaron fue la simplicidad con la que la gente vive. La vegetación, la amabilidad de todos es algo muy especial en Colombia. Yo he vivido en Italia y Uganda y acá me encontré con personas que acogen a cualquiera. Amo a Colombia por lo incluyente que es y, cuando se dan cuenta de que eres un extranjero, te ayudan con lo que necesites, cosa que en otros países parecería imposible”.
Haber vivido en Italia y ahora en Colombia le hace llevar su condición de inmigrante en la piel, más ahora que la situación está desbordada en diferentes partes del mundo. El nuevo gobierno italiano se ha encargado de promover mano dura para las leyes contra los africanos que buscan llegar cruzando el Mediterráneo. “En Italia, el flujo migratorio viene de diversos países y continentes. Hay mucha preocupación con respecto al tema. En Colombia el flujo es sólo de Venezuela y desde hace poco. Acá, además, se puede convivir, y si bien hay dificultades, no se compara con la situación en Europa”.
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Encontró mucho más de lo que esperaba. Tuvo la oportunidad de trabajar con Isaías Román, un indígena uitoto que comparte con él la cátedra que dicta en el colegio. “Trabajar con él ha sido una maravilla. Encontré muchos aspectos de su cultura que se parecen a la mía, de los Baganda. Si bien son dos continentes diferentes, hay cosas parecidas, como por ejemplo en los cuentos, en la forma de explicar y de vivir la vida. En su cultura también se parece la forma de organización familiar, también su forma de educar”. Para Buwule, la diferencia con los uitotos es que la cultura es mucho más sólida que la de su tribu, pues durante siglos han logrado fortalecer sus símbolos sin dejar entrar la cultura occidental.
A un mes de cumplir sus 49 años, John Mary Buwule es consciente de los conflictos que hay en Colombia, por más de no haberlos vivido en carne propia ni sentirlos como parte de su historia. Con eso y todo se queda con lo bueno que ofrece el territorio, con la nostalgia que le producen las montañas llenas de café y bananos del Eje Cafetero, que coinciden con las que se ven en su país de origen. Se queda con el olor del tamal, que se parece al de algunos platos típicos de Uganda. “En Colombia no sólo hay multiculturalismo sino interculturalismo. En Colombia veo un país donde mis hijos pueden ser reconocidos como personas y no como inmigrantes. Puede ser que existan choques, somos seres humanos en crecimiento, pero acá las cosas son diferentes”.