Desde los 13 años, María Graciela Herrera Tinoco ha vivido un amor interrumpido. Su novio en la adolescencia tomó un rumbo diferente al de ella y ambos armaron vidas por aparte. Se reencontraron en Venezuela en 2020, en medio de la pandemia del coronavirus, cuando el mundo se detuvo y el contacto con los seres queridos empezó a ser una amenaza. En ese momento construyeron una relación que duraría cinco años y que pretendía consolidarse en Estados Unidos.
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Él dejó suelo venezolano y optó por aterrizar en el país norteamericano, al tiempo que ella decidió construir una vida en Colombia. Sus esperanzas estaban puestas en el parole humanitario, pero eran otras épocas. Las decisiones de Donald Trump truncaron sus planes. Ahora, sin la posibilidad de acceder a ese programa y sin poder incluso viajar como turista, está en el limbo. Su relación, además, terminó.
Para ella, una mujer de 60 años, todo se vino abajo. Pausó su vida desde agosto de 2023, cuando pasó la solicitud de entrar a territorio estadounidense a través del patrocinio del hermano de su entonces pareja, quien es residente temporal allá. En Bogotá tomó la decisión de entregar su apartamento en el barrio Toberín y de vender lo que tenía dentro. Se fue a vivir con su hija y su familia. No se atrevió a buscar un empleo y se valió únicamente de unas asesorías pedagógicas en línea y de sus conocimientos en la cocina, pero nada formal.
Pensó que era una situación pasajera. No fue así. Mientras escuchaba que a otros les llegaba la autorización de viajar y construir una vida en Estados Unidos, y eso en cuestión de pocas semanas y meses desde el inicio del trámite, a ella solo le llegaron unos cuantos mensajes de confirmación del proceso, hasta que de un momento a otro no supo más y luego el republicano ganó las elecciones.
En su mente las cosas estaban claras: aterrizar en Denver, Colorado, y formar un hogar con uno de sus amores de infancia. Allí, aprovechar sus conocimientos como licenciada en educación y encontrar trabajo en un colegio público. Nada de eso ocurrió y, en cambio, su historia de amor pagó las consecuencias.
Él, aunque en este momento no tiene visa vigente, además de que el TPS (estatus migratorio temporal) se le vence en septiembre y no tiene opción de renovarlo, pues ya la Corte Suprema le dio luz verde al republicano para eliminar este mecanismo de protección para casi 350.000 venezolanos, decidió permanecer en Estados Unidos, aun sabiendo que está cumpliendo los requisitos para posiblemente ser deportado. Ella, en cambio, prefirió no hacer más y empezar de nuevo una vida acá. De hecho, en mayo del otro año puede empezar a tramitar la solicitud de la residencia colombiana, aprovechando que tiene el Estatuto de Protección Temporal.
Ha sido doloroso ver que las posibilidades son cada vez más pequeñas para quienes necesitan ayuda, y no solo por lo que está pasando con los estudiantes extranjeros, sino también porque “hay un tipo de ensañamiento y de xenofobia absurdo, una deshumanización frente a familias enteras que vienen de sufrir y de ser desplazadas”, y ahí no solo pensó en los venezolanos que ha conocido y en los que no, sino también en los haitianos, sudaneses y afganos que han tenido que dejar sus países, como ella también lo tuvo que hacer: “Es algo delicado y peligroso”.
Algo parecido se le escuchó decir a Negina Khalili, quien ante la Associated Press (AP) comentó: “Parece que todas las puertas se están cerrando”. Con algunos familiares aún en Afganistán y otros en una base estadounidense en Catar, no sabe qué va a pasar: “¿Qué significará para ellos? ¿Se están desvaneciendo rápidamente sus esperanzas de algún día encontrar seguridad en Estados Unidos?”. Algunos, aunque son conscientes de que Washington tiene derecho a moldear su política migratoria, han leído esto como una traición contra quienes alguna vez apoyaron a la Casa Blanca en medio de la guerra.
De momento, el fin del parole humanitario, que no solo afecta a venezolanos, sino también a cubanos, haitianos y nicaragüenses, podría ocasionar la pérdida de unos US$5.500 millones anuales para el país, además de que los sectores de manufactura, construcción, salud y hotelería podrían sufrir de escasez de mano de obra. Esa restricción y las otras que ha instaurado Trump pueden provocar inflación, afirmó Lawrence Gumbiner, exdiplomático norteamericano y consultor internacional, en un contexto en el que uno de cada cinco trabajadores estadounidenses ha nacido en otro país.
Pero no solo eso: las disposiciones del republicano están esparciendo miedo entre los extranjeros, incluso entre aquellos que están regularizados, pues su estadía puede pender de un hilo en cualquier momento. Gumbiner cree que todo esto daña la imagen del país, que en el pasado fue refugio para muchos perseguidos en el mundo.
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