La situación en Haití es como ninguna otra que se haya vivido en el hemisferio. El país no cuenta con instituciones de gobierno que protejan a sus ciudadanos. Las últimas elecciones tuvieron lugar en 2016; apenas 10 senadores que ya hace tiempo cumplieron su periodo componen el legislativo; el presidente Jovenel Moïse fue asesinado hace más de un año en un crimen que no ha sido resuelto, y la Corte Suprema funciona media marcha, con una gran parte de sus magistrados sin elegir. Mientras tanto, las dos grandes confederaciones de pandillas secuestran, asesinan, extorsionan y cometen toda clase de crímenes oprobiosos contra los ciudadanos, poniendo a las ciudades, y al país en general, en un estado de sitio.
Mientras los actores políticos no logran llegar a un acuerdo mínimo de gobierno, el pueblo haitiano se enfrenta a condiciones de inseguridad y de estrés que hacen imperativo el actuar de la comunidad internacional. Esta ‘responsabilidad de proteger’, que es reconocida por todos los actores clave en la región es, sin embargo, opacada por debates sobre el nivel de participación que la comunidad internacional debe tener en Haití.
Es verdad que el récord histórico de la comunidad internacional en el país no es el mejor y que es el propio pueblo haitiano el que debe decidir su futuro y soberanía. Sin embargo, los ciudadanos jamás podrán ser libres y soberanos si se enfrentan a platos vacíos, a violencia en las calles y a un Estado inexistente que represente sus intereses. La cruda verdad es que la única forma de prevenir que Haití caiga al abismo de la anarquía es una respuesta fuerte de la comunidad internacional que realce y proteja las voces de tan valiente pueblo. La comunidad internacional lo puede hacer en tres formas:
1) Acudiendo a las llamadas de financiamiento de los organismos humanitarios de Naciones Unidas
Actualmente existen mínimo tres fondos ‘canasta’ de asistencia humanitaria, de seguridad y de reconstrucción administrados por la ONU y el gobierno de Haití, y ninguno de los tres ha sido financiado siquiera hasta su 50%. Esto sin contar que las promesas y anuncios de contribuciones no se traducen directamente en desembolsos concretos a estas bolsas. Un buen lugar para empezar sería coordinar los esfuerzos de donantes para suplir las necesidades financieras de estos fondos y así comenzar a satisfacer las necesidades humanitarias y sociales inmediatas de los ciudadanos.
2) Urgiendo, acompañando y apoyando a los actores políticos a llegar a un acuerdo de gobierno transicional por medio de un gran dialogo nacional
Son los ciudadanos de Haití los dueños de su futuro y, como tales, los únicos que pueden decidir cómo organizar su democracia por medio de una renovada constitución. En este punto la comunidad internacional no puede decidir y presionar por un modelo especifico de gobierno, pero sí debe ofrecer sus mejores servicios de mediación y facilitación para que todas las partes lleguen a un acuerdo.
3) Reestableciendo el orden y estabilidad pública por medio de una misión multinacional híbrida de paz
Solo una robusta fuerza multinacional puede acompañar a la policía nacional para hacer frente a la amenaza cuasi-insurgente de las confederaciones de pandillas. Dicha misión podrá proteger también al pueblo haitiano durante su proceso de diálogo nacional y ser la garante de la aplicación de los acuerdos que resulten de esta. Esta nueva misión deber ser única en su sentido híbrido: de comenzar a incorporar desde el principio a personal militar y civil haitiano y de incrementar su proporción a medida que pasa el tiempo y el contingente internacional se reduzca. De esta forma, para el final de la misión de estabilización el país podrá gozar de una nueva fuerza profesional intermedia de guardia nacional/gendarmería.
Más que una intervención internacional, estas medidas deben entenderse como instrumentos para reestablecer la soberanía popular de los ciudadanos de Haití. El Gobierno Interino de Haití inclusive emitió una petición de ayuda militar internacional el año pasado, pero la inacción de la comunidad por debates bizantinos sobre neocolonialismo y soberanía no han llevado más que a la prolongación del sufrimiento y la inseguridad.
Haití se encuentra al frente del abismo, con sus generaciones futuras de niños, niñas y adolescentes viendo sus sueños robados y pisoteados por la violencia y el hambre. Está en las capacidades de la comunidad internacional devolverle un futuro a Haití y, por tanto, es su responsabilidad hacerlo realidad.
*Nicolás Devia Valbuena es investigador del Programa de América Latina del Instituto de Paz de Estados Unidos.
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