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Inmovilidad forzada: el lado olvidado de la migración

Millones de personas no migran por decisión o necesidad. Por eso es clave reconocer la inmovilidad para elaborar políticas más justas y humanas. Así lo concluyó un nuevo estudio elaborado por la organización Ayuda en Acción, en colaboración con el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo de Canadá y la Universidad del Pacífico.

Camilo Gómez Forero

03 de julio de 2025 - 07:08 p. m.
WhatsApp es la aplicación de mensajería más utilizada por los migrantes, especialmente en América Latina.
Foto: Getty Images - Getty Images
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Desde que inició la campaña Lado a Lado, en 2021, hemos podido observar diferentes ángulos de la movilidad humana en el mundo. Sin embargo, poco espacio le hemos dedicado a una cara invisible de la migración: la inmovilidad. Una investigación de la organización Ayuda en Acción, en colaboración con el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo de Canadá y la Universidad del Pacífico, concluyó que para diseñar las políticas públicas relacionadas con migrantes es fundamental integrar en el diálogo sobre migraciones a quienes no se mueven.

“En Colombia, hemos centrado buena parte de nuestra atención en la migración venezolana, pero existen muchas razones por las cuales la gente no se mueve. Lo que buscamos con este estudio es reconocer que quedarse también implica una decisión, muchas veces forzada, que requiere respuestas concretas”, señala Diana María Quimbay, directora en Colombia de Ayuda en Acción.

No todas las personas que desean migrar tienen la posibilidad de cumplirlo. Es el caso de Gloria Sánchez, quien ilustra cómo la inmovilidad no es sinónimo de inacción, sino una decisión marcada por el arraigo, el cuidado y las condiciones estructurales. A sus 60 años, Gloria vive en Terrón Colorado, un barrio en las laderas occidentales de Cali, que conoce profundamente. Tras el asesinato de su hijo, regresó allí buscando refugio y estabilidad.

Aunque su corazón anhela reunirse con su hija en Estados Unidos, la retiene la responsabilidad económica y emocional que implica el cuidado de sus nietas. Gloria se queda no por falta de sueños, sino por amor y deber. Su caso ejemplifica lo que Ayuda en Acción plantea en su estudio sobre la inmovilidad en contextos frágiles: muchas veces quedarse es una decisión compleja, determinada por factores familiares, culturales, sociales y, por supuesto, económicos.

También aparece el caso de Marianela Chocó, una joven de 24 años del norte del Cauca, cuya historia revela otra faceta de la inmovilidad: quedarse como una pausa estratégica mientras se construyen las condiciones para decidir con libertad. Marianela es madre soltera y sueña con un futuro mejor para su hija de cuatro años. Aunque le atrae la idea de migrar, especialmente a Canadá, el miedo, la falta de recursos y la incertidumbre ante lo desconocido la han llevado a posponer esa decisión.

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Su madre podría cuidar de su hija si ella se fuera, pero aun así irse a otro país le parece demasiado arriesgado. Su experiencia refleja varias de las barreras descritas en el estudio: la carencia de medios para migrar con seguridad, las responsabilidades de cuidado y las dudas propias de una juventud sin certezas económicas.

“Muchas veces quienes migran no son las personas más vulnerables, sino quienes tienen un poco más de recursos. Migrar cuesta. Y lo que hemos encontrado en el estudio es que, en muchos casos, las mujeres son quienes se quedan. Algunas lo hacen por decisión, porque quieren cuidar a sus hijos o a sus familiares mayores, pero otras se quedan por obligación. Y eso representa una doble carga: emocional, económica y de tiempo”, explica Matthew David Bird, investigador principal del informe.

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Repensar la inmovilidad es, en este contexto, una urgencia política. A pesar de que la migración acapara buena parte de las políticas públicas, los programas de cooperación y los titulares de prensa, la gran mayoría de la población mundial no se mueve. Incluso en medio de conflictos, crisis climáticas o precariedades económicas, millones de personas deciden —o se ven obligadas— a quedarse. ¿Por qué permanece la gente a pesar del riesgo? ¿Por qué el quedarse sigue siendo visto como una categoría pasiva o residual?

“Muchas veces hablamos del desplazamiento causado por el cambio climático, pero poco del cambio climático que impide migrar”, declara Bird.

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En comunidades rurales golpeadas por la sequía o en periferias urbanas azotadas por la violencia, la permanencia no es una falla, sino que en ocasiones puede ser una estrategia, una resistencia silenciosa o una forma de cuidado. Por eso, el estudio reclama a su vez, además de posicionar a quienes no se mueven, que quedarse con dignidad sea visto como una libertad esencial y no como el reverso de una migración fallida. Por eso se hace un llamado a que las agendas humanitarias y de desarrollo reconozcan y respalden a quienes optan por permanecer, pues su decisión está atravesada por desigualdades históricas, pero también por una voluntad clara de sostener la vida donde parece imposible hacerlo.

¿Qué hacer frente a la inmovilidad? El estudio propone una serie de principios programáticos que pueden transformar esta realidad, no desde la imposición de modelos, sino desde el reconocimiento de las condiciones reales de quienes permanecen. En primer lugar, se trata de apoyar la capacidad de quedarse, no solo la de migrar. Esto implica invertir en servicios integrales, oportunidades productivas, fortalecimiento del tejido comunitario e infraestructuras que permitan a las personas quedarse con dignidad y propósito.

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En segundo lugar, urge reconocer el peso del cuidado y las desigualdades de género. Las mujeres, en su mayoría, no se quedan porque quieren, sino porque deben: cuidan a hijos, padres o parejas ausentes. Romper con esta lógica requiere ofrecer alternativas reales, como empleo digno, corresponsabilidad en los hogares, acceso a servicios públicos y políticas que no romantizan el sacrificio.

Con el programa “Sembremos Semillas”, por ejemplo, Gloria fortaleció su negocio de costura, accedió a herramientas que mejoraron su autonomía y redescubrió un propósito. En territorios como el norte del Cauca, fortalecer las oportunidades productivas puede hacer la diferencia: no para impedir que las personas migren, sino para que, como Marianela, puedan decidir cuándo y cómo hacerlo. En la historia de ellas no hay resignación, sino una espera activa: quedarse mientras llega el momento de decidir sin miedo. Esa posibilidad, el derecho a decidir con dignidad si se migra, es uno de los principios fundamentales que reivindica el informe.

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“Reconocemos que la inmovilidad también forma parte del fenómeno de la movilidad humana. Por eso hemos invertido en sistemas de cuidado, medios de vida sostenibles y apoyo psicosocial para las personas que deciden quedarse”, explica Quimbay Valencia.

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Los investigadores también llaman a invertir en las aspiraciones de las juventudes, tanto si quieren irse o prefieren quedarse. Muchas veces no migran por decisión, sino por aplazamiento. Brindarles herramientas, formación, acceso a redes, plataformas digitales y espacios de participación puede cambiar sus horizontes.

“Nuestro enfoque combina acción humanitaria inmediata con soluciones de desarrollo socioeconómico a largo plazo, con énfasis en mujeres cuidadoras, juventudes retornadas y poblaciones desplazadas. Se trata de cambiar la narrativa: quedarse también es una estrategia válida y digna”, agrega la directora de Ayuda en Acción.

Finalmente, se plantea la necesidad de acortar la distancia entre el retorno y la reintegración. Quienes regresan suelen enfrentar sistemas hostiles o indiferentes. Acompañar estos retornos con atención psicosocial, apoyo legal, empleo o reunificación familiar es fundamental para no repetir ciclos de exclusión. La inmovilidad no es el fin de nada, sino un punto de partida para repensar políticas más justas, sensibles y realistas.

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“Hablar de inmovilidad, en lugar de movilidad, nos permite ver mejor las necesidades reales de las personas a lo largo de sus ciclos de vida. Jóvenes que migraron sin información suficiente y ahora enfrentan situaciones difíciles, mujeres cuidadoras que se quedan en contextos de violencia histórica y comunidades que necesitan apoyo para reconstruir la confianza en lo institucional. Reconocer los distintos tipos de inmovilidad afina nuestras intervenciones y nos permite responder mejor, desde la salud mental hasta la planificación de vida o el fortalecimiento comunitario”, remata Bird.

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