La avenida principal de Charallave, como casi todo lo principal en Venezuela, tiene el nombre de Simón Bolívar. Marileiny Guerrero camina por la vía sobre la que hoy no pasan carros y hay carpas y afiches y parlantes con música. Hace calor, pero a Marileiny le tiene sin cuidado: acaba de llegar en un bus desde Ciudad Miranda, con sus dos hijas, Wayllelis, de 10 años, y Naleska, de 8. Naleska, la pequeña, le dice “papá” a Hugo Chávez.
Hace tres semanas, por esta misma avenida de unos tres kilómetros de largo, vino Henrique Capriles Radonski, el candidato de la Mesa de Unidad Democrática, el rival de Chávez, “el escuálido”, como lo llama Marileiny Guerrero. Capriles vino, contaba esta mañana la gente de Charallave, pero tuvo que irse porque “el pueblo” detuvo la caravana y le hizo saber que aquí no era bienvenido. “Le gritábamos: veeeteee, no te queremos”, comentó una señora morena, ya mayor, así no más, sin dar su nombre. Y Capriles tuvo que irse.
Hoy, la historia es diferente porque a Hugo Chávez sí lo quieren en Charallave. De hecho, Marileiny lo ama porque es —palabras textuales— su vida, su luna, su estrella, su sol. El sol azota fuerte en Charallave, pero la mujer camina en calma, con sus hijas, con una boina roja en la cabeza sobre su pelo amarillo, como el color de la cerveza que bebe para refrescarse. Hoy será la primera vez que va a ver al “Comandante Chávez” en persona. Quizá esta mañana estuvo ansiosa al salir de su casa y por eso lleva tenis de pares diferentes en cada pie. “Quiero verlo y tocarlo pa’ ver si existe de verdad...”.
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Charallave es el pueblo principal del municipio Cristóbal Rojas, enclavado en una región conocida como los Valles del Tuy, a poco más de una hora de Caracas por carretera, según el tráfico, según el chofer. El rostro de Hugo Chávez aparece por todas partes: en los postes de luz, en la parte delantera de las motos que transitan en desorden, en las pinturas de esténcil sobre los muros, en los souvenires revolucionarios de los buhoneros en las calles, en el inflable gigantesco que se ve cada dos o tres esquinas. Las tiendas, pequeños restaurantes y frigoríficos no abrieron hoy sus puertas porque iban a participar en la concentración o porque tanta gente al borde de sus locales resultaba peligrosa para el negocio.
La tarima, con una gran pancarta que invita a votar por Chávez, está en uno de los extremos de la Avenida Bolívar y, de a poco, la multitud ha ido llegando para recibir al líder. Es una visita sorpresa que apenas ayer fue confirmada por Mario Silva, conductor del programa La Hojilla de VTV (Venezolana de Televisión, canal oficial), hacia las 11 de la noche. Esa fue la chispa que encendió la maquinaria chavista, la que hoy trae a toda la gente que se agolpa sobre la avenida, la que espera estar bien sincronizada para las elecciones del 7 de octubre.
El anuncio de Mario Silva se difundió rápidamente, como las fichas de dominó tumbándose entre sí, a través de Facebook y Twitter, de llamadas y alertas entre los activistas de la campaña. El ejército de Chávez siempre está en pie de lucha, duerme con las botas puestas y se levanta antes de que suene la diana. Es lo que “El Comandante” ha pedido en reiteradas oportunidades, en discursos y apariciones en televisión: “No hay enemigo pequeño; ésta debe ser la campaña perfecta para la batalla perfecta y la victoria perfecta”. Chávez pronostica que el 7 de octubre demolerán juntos al candidato de la “extrema derecha”, al “jalabola del imperio yanqui”.
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Para la gente de Charallave poco importa que aseguren que Hugo Chávez ya no recorre el país como lo hacía antes, cuando pueblo a pueblo iba “abriéndonos los ojos”, como dice Alan Vera, un joven que se ha apostado cerca de la tarima ahora que la llegada de Chávez es inminente. Entre la gente se escucha que “El Comandante”, luego de casi cuatro horas de espera, ya inició su recorrido por la avenida principal y que es cuestión de minutos para que esté allí y les hable de socialismo. Mientras tanto, ellos siguen esperando, bebiendo algo para la sed y bailando. Un grupo de música llanera en el escenario da un sabor a bazar.
Tal vez Chávez ya no recorre el país como antes porque no lo necesita, así Henrique Capriles lo señale de andar “empantuflado” en el Palacio de Miraflores. Con casi 14 años en el poder, el arraigo de su mensaje parece suficiente para soportar una campaña desde Caracas y sus alrededores. Su objetivo para el 7 de octubre, al que llama “la victoria perfecta”, consiste en lograr 10 millones de votos, una cifra que nunca ha alcanzado en ninguna de sus batallas anteriores.
Con esta meta, sobre la que gira toda su campaña, diera la impresión de que el presidente no se enfrenta a Henrique Capriles sino a sí mismo, con el verdadero reto de batir sus propias marcas. Las cuentas de Hugo Chávez son como aritmética para principiantes: si el censo electoral de Venezuela es de 19 millones de votantes, con una abstención cercana al 20%, el objetivo de 10 millones de votos sería algo así como el 70% del resultado final, una aplastante victoria para él y su proyecto político. Todas son cuentas a mano alzada.
Alan Vera, moreno, delgado, la hielera portátil bien cargada de cerveza y el optimismo en alto, relata que hace unos tres meses es patrullero del 1x10, “pero ya tengo como 12, papá”. Se refiere a los votos que ha reclutado para el presidente. El chavismo, de cara a la campaña, fundó el Gran Polo Patriótico (GPP), una especie de organización política que abarca al Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) y a los movimientos políticos afines. También fundó el Comando de Campaña Carabobo, la sede central desde la que despliega la artillería para las elecciones del 7 de octubre. Allí se analizan las estrategias de las campañas y desde allí Hugo Chávez lanzó la idea de que cada patrullero suscrito a la campaña tuviera el deber de conseguir al menos diez votos para la Revolución Bolivariana. Es su estrategia de la “batalla perfecta”.
Alan ha recorrido el municipio de Urdaneta, donde vive, llenando la lista que le entregó la campaña. Hasta hoy ha golpeado muchas puertas “llevando el mensaje”, acudiendo a las personas que él creía se podían comprometer con su voto. A ellos, si aceptaban, los anotaba en la lista, les tomaba sus datos y los entregaba al recolector del GPP, que a su vez registraba a los posibles votantes en una base de datos. “El Comandante nos pidió que buscáramos, además de los fieles al socialismo, a esas personas que están de un pelo para votar por la Revolución y que de pronto han tenido una decepción del proceso, porque ha habido corrupción en su zona o algo así... y claro, los escuálidos han aprovechado eso para venir con embustes”.
Alan Vera ha hablado bastante y saca de su hielera una nueva cerveza para beber. Él, en calidad de patrullero del 1x10, es la unidad vital de una de las 36.603 Patrullas Bolívar 200 que trabajan en los alrededores de los 36.603 centros de votación de todo el territorio nacional, conversando con “el pueblo” y coordinando la propaganda. El manual de la campaña dice que cada Patrulla Bolívar 200, empleando la táctica del 1x10, tiene la “responsabilidad de contactar a todos y cada uno de los electores y electoras de la mesa de votación, a fin de facilitar y garantizar las tareas de identificación, localización, contacto cara a cara, convencimiento y movilización de los electores y electoras, a fin de ganar todas las voluntades posibles para participar en las actividades de campaña a favor de la Revolución Socialista Bolivariana”.
Los registros del Psuv dicen que en Venezuela hay 700.000 patrulleros cumpliendo con “el supremo compromiso revolucionario”, recorriendo el país barrio por barrio, calle por calle, casa por casa, colaborando con la organización de actividades políticas, sociales y deportivas. Otro cálculo a mano alzada: los voceros del partido dicen que ya tienen garantizados al menos siete millones de votos.
El joven Alan vuelve a la carga: “Yo le explico a la gente que lo que está en juego es el futuro de sus hijos, porque si pierde la revolución, perdemos todos. ¿Te imaginas si ‘El Comandante’ pierde? ¿Qué le vas a decir a toda esta gente que lo ama? ¿Cuántas familias quedarán desprotegidas? Chico, si el hombre pierde acá se formaría una guerra civil”. A la familia de Alan Vera no le convendría que Chávez perdiera, a menos que estén dispuestos a ver cómo Alan se va a la montaña a formar una guerrilla socialista de la que aún no ha pensado el nombre. A pelear por la Revolución.
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A medida que Hugo Chávez avanza por el camino, saludando desde un camión, un helicóptero de la Policía sobrevuela Charallave y graba a la multitud. El presidente lanza besos y abrazos, saluda con las dos manos y sonríe. Le pide a los escoltas que acompañan el camión que tengan cuidado con una niña que está muy cerca de su paso y puede salir lastimada. Su avance es como el del cazador que genera una estampida. Es difícil mantenerse de pie cuando todos quieren ir hacia adelante. Desde el helicóptero debe verse el camión como un gran imán que atrae puntos rojos.
“El Comandante” por fin sube a la tarima y toma el bajo en un grupo de jóvenes que cantan “Chávez, corazón del pueblo”, la canción de su campaña. Después es la voz líder del himno nacional, “Gloria al bravo pueblo”. Hay gente llorando. En el estrado comienza a azuzar en medio del éxtasis de la multitud: “¡Viva Charallaaaave!”, y la gente grita lo que tiene que gritar. “¿Quién es el candidato del pueblo?, ¿quién es el candidato del futuro?, ¿quién es el candidato de la verdad?, ¿quién es el candidato del amor?”. Y “¡Chávez, Chávez soy yo!”.