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La odisea cubana

Periodistas del programa “Los Informantes” acompañaron a isleños que pretendían atravesar de Colombia a Panamá por la selva del Darién, rumbo a EE. UU. ¿Lo lograron?

Tomás Aguirre Pinilla /Federico Benítez *Especial para El Espectador

05 de marzo de 2016 - 09:00 p. m.
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Nélida Nápoles y José Álvarez son cubanos. Él es periodista y ella médica. Están cruzando de manera irregular fronteras por toda América para llegar a EE. UU., donde esperan cumplir sus sueños. Son esposos hace tres años y se prometieron estar juntos en las buenas y en las malas. Cuando las fuerzas ya nos les dan más, mientras escalan una montaña en el Darién colombiano, una de las selvas más agrestes del mundo, se acuerdan de su pacto: se agarran fuerte de la mano y siguen. No los vence el cansancio, ni las náuseas, ni los desmayos.

Los acompañamos en parte de su travesía. “Vamos a llegar a Estados Unidos y no sé hacia dónde me dirigiré ni dónde dormiré, solamente llegaré y pediré asilo”, afirma José mientras hunde su calzado cada vez más en el fango. No les importa que lo tengan que hacer por aire, mar o tierra. Cuando cruzan la parte final de Colombia ya no tienen ni un centavo, a pesar de haber salido de Cuba con US$3.000 que les prestó un amigo.

“El cruce por la selva es un poco peligroso, ya que existen paramilitares (…), pero una experiencia que me ha conmovido es el cruce de mi esposa, cómo ha tenido que enfrentarse a la selva es una cosa que me da miedo”, dice este cubano.

Salieron por separado el 21 y 23 de enero de Cuba para no generar sospechas. Son de la provincia de Guantánamo. Lo hacen porque José es periodista y se cansó de la mordaza que le ponía el gobierno cubano cuando hacia reportajes para el canal Palenque Tv y de las nueve detenciones a las que lo han sometido por, según él, mostrar la verdadera realidad de su país: “La gente en Cuba no vive, la gente en Cuba sobrevive. Las jóvenes hoy en día se ven en la obligación de dejar las escuelas con 16 años de edad para ir a prostituirse”. Nélida estudió medicina y ganaba al mes US$45 por ejercer su profesión. Tampoco aguantó, que por ser la novia de un periodista disidente o un “antisocial”, la presionaran para hacerla retirar de su carrera.

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Sólo se tienen el uno al otro. Él acaba de cumplir 27 años y ella tiene 26. Se embarcaron en un viaje que puede durar meses y en el que pueden perder la vida. Salieron por avión de Cuba hacia Guyana, luego abordaron una lancha a Venezuela, en la que estuvieron junto con otros inmigrantes cubanos navegando por más de 12 horas en mar abierto. Duraron casi 30 horas cruzando Venezuela en bus hasta Cúcuta. Entraron, ilegales, por las trochas de la frontera a Colombia. La ruta la fueron conociendo a través de la experiencia de los otros cubanos que migran. En Cúcuta, las mafias del tráfico de personas los subieron, junto a otros cubanos, a un bus rumbo a Montería.

En el páramo de Berlín, en la vía entre Bucaramanga y Cúcuta, los detuvo un retén de la Policía. “Ahí nos amenazaron con que nos iban a deportar, que si no les dábamos plata. Nos pidieron US$500 por cada uno: éramos 16. Entre todos llegamos a darles US$2.100”.

De Montería siguieron para Turbo, Antioquia, municipio que es centro de acopio de tráfico de personas en Colombia. Allí, José y Nélida fueron escondidos en una casa con migrantes africanos y asiáticos. Esperaron cuatro días encerrados hasta que hubo vía libre para cruzar en lancha el golfo de Urabá. Por ser cubanos, les cobraron US$530 a cada uno por el trayecto de Turbo a Acandí, saliendo de noche -en el día se esconden entre manglares-, tres días después llegaron al Caribe chocoano. “La experiencia más amarga fue el tramo de Turbo a ‘Purgana’ (Capurganá). Temí por mi vida y por la vida de mi mujer. El agua entraba al bote y nos daba a las rodillas. Vomité como nueve veces. No sé cómo llegué hasta acá”, relata José. El golfo de Urabá es una zona en donde todo lo ilegal lo controla el clan Úsuga. El paso de migrantes, el tráfico de armas y de droga se hace con la autorización de esta banda criminal.

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Los esperó un coyote que hace parte de la red de traficantes. Iba a cruzar un grupo de 17 cubanos por la selva del Darién. Por cada uno cobró US$150 para cuatro días por la selva. Entonces se dieron cuenta de que Nélida, deshidratada, no iba a ser capaz de seguir y tampoco aguantaron los insultos del coyote, por eso se devolvieron.

Cuando recuperaron fuerzas, José, Nélida y Yurelys decidieron enfrentarse solos a la selva. Muchos como ellos son asesinados para robarles los dólares que tienen. Otros, que intentan hacer el cruce por el mar, enfrentando olas hasta de ocho metros de altura, se ahogan. El 10 de enero una lancha se hundió con 22 migrantes africanos, a 13 de ellos se los tragó el mar.

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Los acompañamos hasta que el cansancio y la desesperación los agobió. Devolverse no era una opción. La neblina los obligó a acampar. En medio de una fuerte lluvia y ventarrones que tumban árboles, intentaban dormir pensando en que tenían que llegar a Panamá como fuera. Además, en esta zona hay jaguares, pumas y serpientes venenosas, como la “talla x”, que podían acabar con su sueño americano.

Cada uno se quedó con una botella de agua, maní, galletas y latas de atún. Nosotros no podíamos seguir porque sería entrar de manera ilegal a Panamá. Vimos poco a poco cómo se los tragó la selva. Será una lotería si salen con vida de esta jungla. Luego les faltará cruzar por cinco países; tendrán que pasar por territorios dominados por las maras y los salvatruchas, en Centroamérica, y recorrer México de sur a norte, tratando de sobrevivir a las balas de los carteles, hasta completar 5.188 kilómetros para llegar a El Paso, Texas. Volvimos con la fuerza de una frase de José: “No me arrepiento de este viaje. Si tengo que volverlo a hacer en busca de mi libertad lo hago”.

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* Vea el desenlace de este drama esta noche en “Los Informantes”.

Por Tomás Aguirre Pinilla /Federico Benítez *Especial para El Espectador

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