Un nuevo deslizamiento de tierra en la favela Morro do Bumba, ubicada en el municipio Niteroi, ligado a Río de Janeiro a través de un largo puente que atraviesa la Bahía de Guanabara, sepultó un conjunto de 60 viviendas y se calcula que cerca de 200 personas aún podrían estar atrapadas bajo el barro y los escombros. Según el cuerpo de bomberos, es prácticamente imposible que pueda haber supervivientes.
Se trata del último episodio de un rosario de tragedias que desde el lunes azota el estado de Río de Janerio, bajo lluvias torrenciales, enormes inundaciones, deslizamientos de tierra y derrumbamientos de casas. Como siempre, la peor parte se la llevan los más pobres, y en Río los pobres viven en las favelas.
Tras esta desgracia, el saldo de víctimas mortales sube a 153, pero lo previsible es que esta cifra aumente considerablemente en los próximos días. De hecho, las esperanzas de encontrar cuerpos con vida en el Morro do Bumba son tan escasas que los equipos de rescate ya están trabajando con palas mecánicas y no manualmente.
Según la alcaldía de Niteroi, las casas afectadas fueron construidas sobre un antiguo vertedero, de manera que al recibir la avalancha de tierra y agua las viviendas se hundieron en un amasijo de desechos y fango. El alud en Niteroi abrió un enorme cráter en la cima del cerro y dejó una lengua de aproximadamente 600 metros de tierra revuelta en una de sus laderas, por donde rodaron toneladas de piedras y basura, que se llevaron por delante las viviendas. Las imágenes aéreas impresionan: en un cerro poblado de vegetación se distingue una gran lengua de tierra que se ha tragado parte de la favela.
Durante las primeras horas tras el siniestro, los bomberos lograron rescatar a 56 personas con vida, entre ellas ocho niños de una guardería que funcionaba en la zona. En todo el estado de Río, más de 160 heridos de diversa gravedad se han contabilizado desde el lunes y alrededor de 15.000 personas han tenido que abandonar su vivienda. Diversos barrios de la capital —principalmente los más pudientes— recobran poco a poco su ritmo de vida habitual. La preocupación se concentra ahora en las favelas, donde sigue existiendo el riesgo de derrumbes, ya que la tierra continúa húmeda. Las autoridades temen lo peor.