El más reciente informe de la Administración de Control de Drogas (DEA) dio a conocer que la producción, el tráfico y la distribución de drogas ilícitas por parte de los carteles mexicanos, principalmente fentanilo y metanfetamina, representan una grave amenaza para la salud pública, el Estado de derecho y la seguridad nacional del país norteamericano.
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Mientras que en el último año 84.076 estadounidenses fallecieron por sobredosis, de acuerdo con las cifras de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, la red de producción y tráfico de dichas sustancias ha alterado el panorama de la región y el mundo, y allí tanto Colombia y México tienen responsabilidades, según las autoridades en Washington.
En el último año, 9.950 kilogramos de fentanilo fueron incautados en Estados Unidos, lo que representó un 29 % menos que en 2023. En cuanto a la metanfetamina, el decomiso fue de 50.575 kilogramos, equivalentes a un 27 % menos de la cantidad incautada en el período anterior.
Según la DEA, la prevalencia del fentanilo y otros opioides sintéticos en el mercado estadounidense amplificó la tendencia a la baja de los opiáceos de origen vegetal, como la heroína, pues el fentanilo es menos costoso y requiere menos tiempo de producción. La agencia alertó sobre algo más: la adulteración del fentanilo con sustancias químicas altamente potentes y peligrosas, como xilazina y medetomidina.
Grupos criminales transnacionales hacen más alianzas
Aquí entran organizaciones como el cartel de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación, pero también el venezolano Tren de Aragua y la pandilla Mara Salvatrucha (MS-13). Con respecto a los grupos mexicanos, Estados Unidos concibe al primero de ellos como uno de los carteles más poderosos en el mundo, y uno de los mayores productores y traficantes de fentanilo y otras drogas ilícitas, como metanfetamina, cocaína, heroína y marihuana.
Según la DEA, ese grupo criminal tiene operadores en cerca de 40 países, expandiendo sus operaciones en Europa, Asia y Australia, además de que se dedica a otras actividades delictivas, como lavado de dinero, extorsión, robo de petróleo y recursos naturales, así como tráfico de armas y de personas, prostitución y comercio ilegal de vida silvestre. El cartel Jalisco Nueva Generación, por su parte, está fuertemente involucrado en la fabricación, tráfico y distribución de fentanilo, metanfetamina y cocaína.
En cuanto al grupo venezolano, Estados Unidos considera que sus miembros son sospechosos en varios crímenes: narcotráfico, asesinato, secuestro, extorsión, tráfico de migrantes, trata de personas, prostitución, crimen organizado, robos y fraude documental. Ellos, de acuerdo con el informe de la DEA, también participan en operaciones organizadas de robo en tiendas, allanamiento y hurto callejero, lo que suele terminar en actos violentos. Sobre la pandilla, que también se ha convertido en un objetivo principal de la cuestionada política de seguridad de Nayib Bukele en El Salvador, el documento establece que participa en tráfico de drogas al por menor, robo, prostitución, extorsión y delitos con armas de fuego.
La cocaína colombiana
El tráfico y abuso de esta droga ha sido un problema para Estados Unidos desde hace 40 años. Aproximadamente, el 84 % de las muestras de cocaína que fueron incautadas en 2024 vinieron de Colombia. Es más, las autoridades estadounidenses decomisaron 63 toneladas métricas de dicha droga en ese mismo período de tiempo, lo que significó un aumento del 18 % con respecto a las cerca de 53 toneladas métricas incautadas en 2023.
El informe también detalla que la cocaína colombiana llega mayormente por mar a puertos mexicanos, como el estratégico puerto de Lázaro Cárdenas, en Michoacán, controlado en parte por el cartel La Nueva Familia Michoacana (LNFM). Desde allí, es transportada a Estados Unidos mediante alianzas con carteles como el de Sinaloa, el de Jalisco Nueva Generación y el Cartel del Golfo, según el informe.
Ese último, a través de su facción Los Metros, trafica cocaína proveniente de Colombia y metanfetamina hacia al menos 16 estados de Estados Unidos, usando camiones de carga como principal método de transporte. Las drogas llegan luego a centros de distribución en estados como Texas y Oklahoma, además de otras partes del sureste del país.
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