Monterey Park, Laguna Woods y Half Moon Bay. En menos de una semana, estas tres ciudades estadounidenses han capturado la atención nacional, como ocurre siempre luego de un tiroteo. Los medios no han dejado de filtrar los prematuros avances de la policía en las investigaciones de los ataques en estos tres lugares, cuya motivación aún es una incógnita. Mientras tanto, la clase política inunda con “pensamientos y plegarias” a la sociedad y reaparecen los debates sobre un control de armas que, como otros anteriores, no cuentan con el apoyo suficiente en el Congreso. La historia parece repetirse.
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Pero para un país que ya tiene más tiroteos que días (44, según el registro del Archivo de Violencia con Armas), y donde la mayoría de estos ataques suelen pasar inadvertidos y no cuentan con un gran despliegue -a menos de que el número de víctimas sea escandaloso-, el interés en la cobertura de estos asaltos mencionados ha sido particularmente alto. Esto se debe a que hay un llamativo patrón detrás de cada evento: el objetivo de cada masacre pareciera ser la comunidad asiático-estadounidense.
El lunes, horas antes del tiroteo en Half Moon Bay, escribíamos sobre la normalización de la violencia contra los asiático-estadounidenses tras la pandemia de coronavirus en Estados Unidos. Desde marzo de 2020 hasta marzo de 2022 la organización Stop AAPI Hate, que recoge denuncias de ataques de discriminación contra estadounidenses de origen asiático, ha reportado 11.500 ataques contra la comunidad, el equivalente a un promedio de 10 casos por día.
Solo en enero de este año ya se habían reportado casos como el de una joven estudiante de 18 años de la Universidad de Indiana que fue apuñalada repetidamente en un autobús en el estado de Indiana solo “porque era china”. La atacante fue una mujer blanca, de 56 años, que dijo que con su muerte “sería una persona menos para volar nuestro país”. En San Francisco, California, y en Nueva York, dos hombres fueron detenidos por empujar a adultos mayores solo por el hecho de tener orígenes asiáticos.
Esto llevó a la primera conjetura: que los ataques en Monterey Park, Laguna Woods y Half Moon Bay se trataban de crímenes de odio. La comunidad asiática se mostró llena de pánico, y la semana de festejos por el Año Nuevo Lunar se convirtió en un torbellino sangriento por el que muchos justificaban su miedo a salir de sus hogares. Pero luego surgió otro dato: el de los autores de los ataques. Huu Can Tran, de 72 años; David Chou, de 68, y Zhao Chunli, de 67, todos hombres asiáticos de edad avanzada. Y así siguieron las conjeturas, esta vez multiplicando el racismo y la xenofobia.
Para Christopher J. Ferguson, profesor de psicología en la Universidad de Stetson en Florida, el hecho de que los perpetradores de los crímenes como asiáticos fue suficiente razón para escribir una columna en Newsweek, en la que dice que “es hora de admitir que el odio racial no es solo cosa de blancos”. En esta, Ferguson invita a “abandonar la narrativa de la supremacía blanca”, diciendo que “se ha diagnosticado mal el problema y desinformado mal a la juventud” cuando se habla de los tiroteos.
Ferguson también defiende que hay más personas de minorías atacándose entre sí que blancos, agrediendo a asiáticos, afroamericanos o latinos, evitando a toda costa discutir la larga historia de violencia blanca y racismo en Estados Unidos. Es solo un ejemplo de lo que temían muchos y que se ve ampliamente en redes sociales: que al identificarse a los perpetradores de los tiroteos como asiáticos, el país invisibilice la evidente carga de racismo contra los asiático-americanos y lleve a un plano más general los cuestionamientos sobre estos ataques.
Si bien puede existir racismo en el interior de comunidades minoritarias en Estados Unidos, que Can Tran, Chou y Chunli hayan abierto fuego contra miembros de su propia comunidad no borra los otros eventos llevados a cabo por blancos y supremacistas. Pero la opinión de Ferguson, aunque es peligrosa, no resulta tan alarmante como las hipótesis que surgieron de la misma comunidad asiático-estadounidense.
“Algo está radicalizando a nuestros mayores y llevándolos a adquirir armas para promulgar una violencia moral”, escribió Ramyon Chang, presidente del Asian American Christian Collaborative.
Chang no es el único que piensa que una fuerza oscura está llevando a la radicalización de los adultos mayores asiático-estadounidenses. Sylvia Chan-Malik, profesora de estudios estadounidenses de género y mujeres en la Universidad de Rutgers, también se mostró preocupada por el cambio en los ancianos de su comunidad, el cual adjudica al consumo de información.
“A diferencia del pasado, cuando en su mayoría leían periódicos en idiomas asiáticos o veían noticias de televisión, muchos ahora obtienen su información de Youtube. Miran video tras video de sus sugerencias. Al igual que con todas las burbujas de los medios, esto produce una cámara de eco, ofreciendo una ideología disfrazada de noticias. Esto se ve exacerbado por las diferencias culturales y de idioma que ya les impiden involucrarse con una gama más amplia de fuentes”, escribió Chan-Malik.
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Esta “radicalización”, de la que hablan Chang y Chan-Malik y que estaría motivada no solo por los flujos de información, sino por los sentimientos de abandono y el miedo ante los ataques que recibe la comunidad, parece estar respaldada en el aumento de compra de armas por parte de estas personas. En 2022, las ventas de armas a los estadounidenses de origen asiático, aunque todavía significativamente más bajas que las de otros grupos raciales, aumentaron aproximadamente un 43 %. Aquellos que sufrieron discriminación racial tenían más probabilidades de comprar un arma y municiones durante la pandemia, según un estudio de 2022 de la Universidad de Michigan y la Universidad del Este de Michigan.
En este incremento los fabricantes de armas tendrían una gran responsabilidad, pues según Varun Nikore, director ejecutivo de la organización de empoderamiento de asiático-estadounidenses AAPI Victory Alliance, dichas empresas “están explotando directamente nuestro dolor y trauma al realizar campañas directas y específicas para aumentar la cantidad de personas que poseen armas en comunidades que normalmente no las han tenido. Y lo están haciendo solo con fines de lucro”.
“Si su objetivo es vender otra arma, irán a la población que no tiene tantas armas, que son más a menudo comunidades de color que comunidades blancas”, añadió por su lado Chang.
A falta de conclusiones en las investigaciones sobre los tiroteos de esta semana, las teorías sobre una radicalización de esta comunidad de asiático-estadounidenses, el aumento de los crímenes de odio o el impacto real de la supremacía blanca en estos ataques se han apoderado de los debates públicos para explicar el porqué del perfil del nuevo tirador. Pero al final del día la única explicación válida es la que ofrece Frank Shyong, columnista de Los Angeles Times.
“Creo que la atención no siempre soluciona un problema. Las semanas de intensa atención nacional que a menudo siguen a los tiroteos masivos suelen desviar la atención de las víctimas. Y he notado que la atención siempre tiende a desvanecerse cuando los hechos se filtran. Vale la pena preguntarnos: ¿por qué estamos tan ansiosos de apresurarnos a juzgar? ¿Nos preocupamos por las víctimas de los tiradores, o estas reacciones se basan en nuestros propios miedos y ansiedades?”, escribe Shyong.
Cuando ocurre un ataque, dice el columnista, lo primero que se pregunta la gente es “en qué dirección enviaremos nuestra indignación”, y “qué minoría política, étnica, sexual o religiosa está siendo atacada”, y “no todos los tiroteos masivos son políticos”, explica.
“Si el tirador fuera un estudioso de la raza que se ofrece como voluntario para Black Lives Matter y sus víctimas fueran hombres blancos completamente poderosos, todavía tendríamos un problema de racismo en este país, y aún estaría dirigido en gran medida por hombres blancos poderosos”, señala Shyong.
Hay muchas armas circulando que facilitan los tiroteos y estos, a su vez, deshumanizan a la sociedad estadounidense. El problema no es de un perfil del tirador. El problema evidente para muchos es que hay armas.
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