Alicia tiene nueve años y una válvula en el corazón; su hermano menor, Said, de cinco, también tiene una enfermedad cardíaca. Son hijos de Félix Marcano y Nelisbeth Contreras, quienes ante la crisis sanitaria de Venezuela migraron a Trinidad y Tobago. No duraron mucho, porque el fin de semana pasado el gobierno trinitense decidió deportar a la madre y a los hijos.
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Marcano hizo la denuncia cuando, tras 48 horas en alta mar, no tenía noticias de su familia. Fueron 26 venezolanos, 16 de ellos menores de edad, los que fueron expulsados el domingo por las autoridades de Trinidad y Tobago en un bote que quedó a la deriva durante dos días, luego de que el motor se dañara.
El primer ministro de la isla, Keith Rowley, justificó la deportación diciendo que su país se encuentra “bajo el asalto de migrantes ilegales que usan niños inocentes”. Asimismo, cuestionó que, con base en tratados internacionales, se espere que “una pequeña nación insular de 1,3 millones de habitantes mantenga las fronteras abiertas con un vecino de 34 millones de personas incluso durante una pandemia”.
También dijo que abrir las fronteras sin restricciones traería “a todo migrante económico, traficante de armas, traficante de drogas, traficante de personas y líder pandillero suramericano bajo la figura de refugiado”.
A Rowley quizá se le olvidó que en el año 2018 estuvo reunido en Caracas con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, haciendo alarde de las “excelentes relaciones bilaterales”. Con bombos y platillos habló de la “hermandad y solidaridad” entre venezolanos y trinitarios.
Desde el año pasado, cuando la migración venezolana aumentó en los países del Caribe, Rowley cambió de opinión. Aunque sigue siendo un aliado de Maduro y acusa a la Organización de Estados Americanos (OEA) de atacarlo “por no respaldar su plan de forzar un violento cambio de régimen en Venezuela”.
De igual manera, Rowley sostiene que la isla ha facilitado el registro a 16 mil venezolanos y que otros países caribeños tampoco dan abasto con el creciente flujo migratorio. Según reportes de organizaciones humanitarias, a República Dominicana han llegado 115 mil migrantes venezolanos; a Trinidad y Tobago, 40 mil; Guyana registra 23 mil; Aruba, 20 mil; Curacão señala que son 26 mil en su territorio; es decir, cerca de 225 mil migrantes solo en países del Caribe y de los cuales un 10 % son menores de edad.
Los 16 menores que Trinidad y Tobago intentó deportar, entre ellos una bebé de cuatro meses, siguen en la mira de las autoridades que el jueves intentaron deportarlos de nuevo. Los salvó una orden del Tribunal Supremo, que ordenó al gobierno permitir su estancia en la isla al menos durante 15 días, antes de ser liberados.”Las autoridades ahora deben reunir a los niños devueltos con sus familias sin demora, otorgarles acceso para solicitar asilo, realizar un cribado para determinar si han sido víctimas de trata y brindarles atención médica”, dijo Érika Guevara-Rosas, directora para las Américas de Amnistía Internacional.
Niñez dejada atrás
Es difícil saber cuál es el número exacto de niños venezolanos migrantes. Según la Encuesta Nacional sobre Condiciones de Vida, realizada por tres universidades venezolanas en 2017, no menos del 10 % de la población migrante está compuesta por menores de 18 años. Y esto, basándose en la estimación de que ya hay más de cinco millones de venezolanos migrantes, nos deja con la devastadora aproximación de por lo menos 500 mil menores de 18 años que han quedado a la deriva en travesías migratorias. De estos, aproximadamente 150 mil son niños menores de 15. El problema podría ser peor, pues el número de menores podría ser incluso más alto.
La decisión de migrar es compleja, y el detonante principal para quienes optan por salir del país es la búsqueda de una mejor calidad de vida afuera. Los principales paraderos de estos menores terminan siendo Colombia, Brasil, Ecuador, Perú, Chile y Argentina. En estos países la incorporación de los niños a la sociedad ha sido un reto monumental, y aunque hay interés de los gobiernos en la protección de la niñez, todavía hay mucho por hacer. En estas naciones la cifra de venezolanos en edad escolar que se encuentra estudiando es de menos del 50 %. En Colombia, el 60 % de los venezolanos en edad escolar no van a la escuela, y esto trae problemas para su seguridad.
En paralelo a esta dramática situación se desarrolla otro problema: el abandono. Muchos padres emprenden o continúan su viaje sin sus hijos, dejándolos al cuidado de terceros. A estos, la Unicef y otras organizaciones los han ubicado en una categoría llamada “los niños dejados atrás”. Los Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap) han advertido que el número de estos casos ha aumentado desde 2019, y se estima que ya hay casi un millón de niños “dejados atrás”.
Para 2019, el 20,1 % de los migrantes reportó dejar un niño atrás. Es decir, uno de cada cinco migrantes reportó dejar a un niño al cuidado de terceros. Por lo general, los abuelos y abuelas se quedan con los niños, pero en otros casos son amigos, vecinos o conocidos. Además, la comunicación entre padres y niños dejados atrás ha disminuido considerablemente. Según Cecodap, la regularidad de las comunicaciones cayó del 52 % en 2018 al 43,1 % en 2019, y Whatsapp permanece como la principal vía de comunicación.
Toda esta situación de abandono conduce a un cambio en el comportamiento de niños y adolescentes que, en su mayoría, comienzan a tener un bajo rendimiento académico, desarrollan un temor a quedarse solos y se vuelven más irritables y silenciosos. El acompañamiento psicológico es la clave para enfrentar problemas más avanzados en la salud mental de estos menores, pero a duras penas el 11,8 % de las familias y niños estaban recibiendo apoyo psicológico.
También hay niños que, a pesar de los problemas a los que se enfrentan, se arriesgan a migrar solos, a veces con el objetivo de reencontrarse con sus padres.
“Hay niñas y niños que han venido solitos. Es decir, se vienen grupitos, se viene la amiga, la prima, la prima un poquito más grandecita, una de diecinueve con otra de diecisiete, con otra de quince y con otro de cinco. Incluso nos hemos encontrado niñas que vienen con la vecina porque la mamá las mandó porque era mejor que estuvieran acá, y que no estuvieran pasando hambre allá. Entonces hay como una diversidad de situaciones”, le contó Mayerlín Vergara, defensora de los derechos de la niñez, a Naciones Unidas.
Y cabe resaltar que estos niños quedan en una situación de vulnerabilidad mayor, enfrentándose al tráfico y la explotación sexual. Muchas niñas y jóvenes son atrapadas por proxenetas y explotadores. De hecho, Vergara está al frente de uno de los muchos hogares de rehabilitación que atienden a sobrevivientes de violencia sexual. Algunos, cuenta Vergara, tienen solo siete años.
Migración venezolana y pandemia
Hasta la fecha hay más de 5,4 millones de refugiados y migrantes venezolanos que salieron de su país huyendo de la crisis política, el colapso económico e institucional y la violencia. Colombia es el principal país de acogida con más de 1′722.000 venezolanos regulares e irregulares, según cifras de Migración Colombia de octubre de este año. Le siguen Perú, Chile y Argentina.
Pese a la violación de derechos humanos, la pobreza y la falta de infraestructura para atender una crisis sanitaria, miles de personas regresaron a Venezuela, pues la llegada del COVID-19 fue sinónimo de hambre, desalojo y desempleo en los países de acogida.
Migración Colombia reportó que desde que se declaró la emergencia en el país, el número de venezolanos radicados en territorio colombiano disminuyó un 5,8 %, un promedio de 1,16 % al mes. Sin embargo, autoridades venezolanas advierten que las dificultades en la frontera para ingresar a Venezuela, sumado a la escasez de gasolina, racionamiento de servicios básicos y la respuesta sanitaria a la pandemia han provocado una nueva oleada de migrantes. Hasta la fecha, Venezuela registró un poco más de 100 mil personas contagiadas por COVID-19 y 880 muertes por esta enfermedad. Sin embargo, es muy probable que la cifra real sea mucho mayor por la escasa disponibilidad de pruebas confiables y por la persecución contra profesionales de la salud y periodistas que cuestionan la versión oficial.
Efectos psicológicos
Posiblemente los que más consecuencias psicológicas sufran del fenómeno migratorio venezolano, y en general de cualquiera, sean los niños y las niñas. Son una de las poblaciones de alta vulnerabilidad más sensibles a este tipo de eventos, por eso hay unas estipulaciones internacionales para protegerlos. De hecho, muchas veces las migraciones se dan justamente para proteger a las familias de la violencia y las persecuciones.
En conversaciones con El Espectador, el psiquiatra y presidente para América Latina de Médicos Sin Fronteras (MSF), Germán Casas, explicó que una de las consecuencias que se presentan se conoce como la patología del desarraigo: básicamente es romper con lo que te protege, y tener que integrarte a las malas a una nueva cultura y realidad, muchas veces amenazante, que pone en riesgo la estabilidad. Eso en los niños es aún más grave, porque están en una edad de asimilación, tienen una necesidad de conocer el entorno, de interpretarlo y unirse a él para poder estar tranquilos y crecer sanos”.
El experto afirma que existe un problema que si bien se presentaba antes, ahora es sistemático, y es el hecho de separar a los niños de sus padres y considerarlos como un sujeto de migración voluntaria, lo cual es ilegal, porque esta población no migra porque quiere, sino porque le toca.
“Desde el punto de vista de la manipulación y del mensaje temerario a las poblaciones que migran es muy efectivo, claro y perverso: “No traigan a los niños aquí porque les va mal. Nos preocupa que muchos gobiernos lo están haciendo, y lo vemos no solo en la población migrante siria, sino en los campos de migrantes en el Mediterráneo, en el gobierno estadounidense y ahora aparece esta situación en Trinidad y Tobago, donde también los niños son tratados como si fueran adultos y como si la migración fuera voluntaria”, aseguró Casas.
La etapa del crecimiento infantil es una de las más importantes para el desarrollo mental del ser humano. Cada etapa tiene un objetivo y un proceso que el niño o niña debe cumplir. “Cuando hablamos de bebés el objetivo es la supervivencia y el bienestar, ahí el vínculo con los padres es absolutamente claro y necesario. La especie humana es la única sobre la tierra que necesita una dependencia de otro para sobrevivir durante mucho tiempo. Entre una etapa neonatal y una etapa preescolar separar a los niños de los padres es condenarlos a muerte posiblemente. Y si los separamos de los padres, pero les damos otro cuidador, es condenarlos a una vida sin apego y a un daño psicológico permanente”.
Luego, durante la etapa escolar, hay otros retos importantes, porque los niños son mucho más independientes, pero el objetivo puntual es ganar la autonomía de la independencia y aprender. Según Casas, son curiosos y activos, pero necesitan a un adulto que los cuide en ese proceso, porque corren el riesgo de someterse a riesgos como tráfico de humanos, abuso sexual, entre otros.
Finalmente está la adolescencia. “Ya tienen autonomía física, no dependen de nadie, pero son presas de actos inhumanos, abusos sexuales, consumo de alcohol u otras sustancias. Cada edad tiene una vulnerabilidad específica y no atender esos riesgos es someter al niño o al adolescente a un destino que sea mucho más grave”, señaló Casas. Eso sí, regresar a los países siempre es un peligro psicológico en cualquier edad, porque los contextos de los que salen son violentos y difíciles.