Los panameños nacidos en los 70 y 80 todavía recuerdan con crudeza la Navidad de 1989. Cuatro días antes de las celebraciones, cuando el Sol ni siquiera había salido, el rugido de los aviones y las bombas estadounidenses despertó a los habitantes de los barrios céntricos de la capital. Washington, con su operación militar “Causa Justa”, estaba invadiendo el país para derrocar al dictador Manuel Noriega, antes respaldado por los expresidentes estadounidenses Carter y Reagan.
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La incertidumbre era total. La radio transmitía mensajes fragmentados y la televisión fue tomada casi de inmediato. La población se quedó encerrada entre rumores y el miedo de salir a la calle, pensando que habría redadas buscando a colaboradores de Noriega.
En barrios como la Calidonia, San Miguelito y Santa Ana los vecinos improvisaban refugios, entre ventanas y techos destruidos. La imposibilidad de salir a buscar agua o alimentos, mientras crecía la sensación de abandono porque no se sabía quién controlaba la zona, avivaba más la incertidumbre.
Los días de violencia súbita y miedo sostenido culminaron con una de las campañas más recordadas de “tortura musical”. Fue el heavy metal y las guitarras de Gun’s N’ Roses y Van Halen, que sonaron a todo volumen por los altavoces del ejército estadounidense una y otra vez, las que terminaron por quebrar al atrincherado Noriega, quien se escondía en la Embajada del Vaticano en la capital panameña.
Pero mientras Estados Unidos cumplía con su objetivo, a su vez la invasión dejó una profunda huella psicológica larga en la población de la que poco se habló: secuelas de insomnio, hipervigilancia y estrés postraumático que todavía afectan a quienes eran niños o adolescentes en 1989. El cerebro, dicen los especialistas, quedó condicionado por el ruido de los bombardeos y la sensación de que la muerte podía llegar en cualquier momento.
“El que vivió los momentos difíciles del día 20 de diciembre en este barrio, y que hoy experimenta sus efectos, te dirá: ‘¡Tú no puedes comprender!… Esto es realmente cierto’”, señaló la psicóloga panameña Berta Jaramillo a la publicación “Kaos en la red” en 2006.
El caso Noriega volvió a surgir entre los polvorientos libros de historia gracias a Marshall Billingslea, exunfuncionario del Tesoro durante el primer gobierno de Donald Trump y exjefe de operaciones especiales de George W. Bush luego de los ataques del 11 de septiembre de 2001. La semana pasada, Billingslea publicó una foto críptica con los números “41586-004”, número de identificación de Noriega en la cárcel estadounidense a la que fue enviado.
El mensaje, que algunos no tardaron en descifrar, se hizo viral en internet en minutos, y sirvió para alimentar la teoría de que Estados Unidos prepara una operación similar contra Nicolás Maduro en Venezuela.
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No ha sido el único elemento que oxigena esta hipótesis: las enigmáticas declaraciones de Donald Trump frente a Maduro con su “ya verás”, las amenazas del senador Bernie Moreno sobre que el líder chavista no llegará a fin de año, y los misteriosos “emojis de fueguitos” que deja el secretario de Estado, Marco Rubio, solo revitalizan una opción que incluso desde Washington también se han encargado de matizar.
En entrevista con CNN, el exsubsecretario adjunto de Defensa para el Hemisferio Occidental, Frank Mora, dijo que una invasión estadounidense a Venezuela no está dentro de las realidades inmediatas del gobierno republicano. El martes, el enviado especial de Trump para Venezuela, Richard Grenell, dijo que todavía confiaba en llegar a un acuerdo con Maduro para evitar la guerra en Venezuela.
Si una invasión estadounidense a Venezuela no es inminente, ¿por qué Rubio, Moreno y compañía hacen parecer que lo es?
La respuesta está precisamente en la historia de Noriega, un caso clásico de operaciones psicológicas (PSYOP). El objetivo contra el dictador panameño, al ver que se había refugiado en la embajada del Vaticano, fue quebrar su resistencia psicológica hasta forzar su rendición. Y eso es precisamente lo que analistas creen que está haciendo Washington con Maduro ahora mismo al sugerir que hay una invasión en camino. Sin embargo, esto también está generando un impacto en la población en general que puede ser nocivo.
“En Venezuela, las PSYOP no buscan neutralizar a la población civil (lo clásico). Buscan algo peor: que vivas en ansiedad permanente. Un montón de señores adultos que caen en angustias. No tienen nada mejor que hacer y reciben un bombardeo de TikToks hechas a la medida de sus conocimientos”, señaló el analista Rómulo Córdova de la UCV de Venezuela.
Córdova encuentra algo llamativo en esta estrategia de “psicoterror”. La doctrina dice que las PSYOP se usan para inmovilizar a las poblaciones activas, pero Caracas, Maracaibo y Valencia están desmovilizadas. “¿Para qué aterrorizar a la población civil?”, se pregunta.
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El mismo analista responde que, por un lado, está la idea de una posible invasión que desgasta a la población. La angustia se vuelve su estado natural. Por otro lado, “cada rumor, cada cadena de Whatsapp, actúa como un radar” que sirve para mapear las redes de difusión en tiempo real y recolecta inteligencia para calibrar el nivel de pánico o escepticismo frente a la supuesta invasión.
“Es un laboratorio social para probar la eficacia de sus canales. Se busca crear una realidad donde la única certeza es la incertidumbre, la desconfianza y la autoridad del emisor es incuestionable.”, escribe.
Mientras Washington gesta su PSYOP contra Venezuela, con el apoyo de un amplio sector de la oposición venezolana que difunde también mensajes enigmáticos asegurando que quedan “horas” para el golpe final —a veces propagando el llamado “humo”, como lo han descrito usuarios en redes sociales a estos mensajes—, se desarrolla a la vez un efecto psicológico en los más vulnerables.
“Con frecuencia aparece un trastorno definido de la personalidad, después de que el individuo se enfrenta a una gran amenaza para su vida, ya sea como consecuencia del estrés que en la vida civil producen las catástrofes (accidentes, inundaciones, huracanes o erupciones volcánicas) o del estrés que implica la lucha y el combate bélicos, o los horrores de la existencia en un campo de concentración”, escribió el Dr. Lawrence C. Kolb, autor del libro “Psiquiatría clínica moderna”.
A pesar de los factores que ayudan a prevenir la neurosis de combate, dice Lawrence, el estrés y agotamiento que estas campañas producen reacciones anormales inevitables.
En Panamá, el factor sorpresa en la invasión aumentó el efecto del trauma que de por sí representa una acción militar, de acuerdo con las investigaciones hechas sobre este episodio. En el caso venezolano, la prolongada espera de una acción bélica puede generar un efecto diferente, pero igualmente devastador: una angustia sostenida que erosiona la vida cotidiana, normaliza la ansiedad y deja a la sociedad atrapada en un bucle de rumores y miedos.
No hay un estallido repentino, sino un goteo constante de rumores, amenazas y mensajes en clave que mantienen al sistema nervioso en estado de alerta. El resultado, en ambos casos, es un reordenamiento de la vida cotidiana bajo el signo del miedo, que parece extenderse en cámara lenta, incubando un daño psicológico que tal vez solo se comprenda en toda su magnitud con el paso de los años.
La historia se agrava teniendo en cuenta que la posibilidad de una acción está puesta en la mesa desde 2019, no de este agosto de este año. Frente a esto, la psicóloga Alicia Núñez advierte de lo peligroso que puede ser el “juego sucio de dividir a la población al punto de llevarla a la histeria”, a la vez que ofrece consejos para lidar con la incertidumbre, como limitar la exposición a noticias, fomentar la “esperanza activa” y conectar con su red de apoyo.
Las alertas sobre lo que puede causar esta guerra psicológica llegan, además, en un momento en el que se están viviendo más adicciones en el país, según el Dr. Thair Kassam, una tendencia que puede leerse como un intento desesperado de la población por anestesiarse frente a la ansiedad crónica que dejan estas operaciones psicológicas.
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