Chile despejó la última incógnita electoral que quedaba en Latinoamérica para 2025. José Antonio Kast se convertirá el próximo 11 de marzo en el nuevo presidente del país austral, relevando al progresista Gabriel Boric. Serán, de aquí en adelante, poco más de tres meses para que el ultraconservador prepare su llegada al Palacio de La Moneda, un sueño que persiguió tres veces de forma consecutiva desde 2017.
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Este lunes, precisamente, se reunió en la sede histórica del gobierno chileno con el saliente mandatario, en lo que empieza a ser su agenda como presidente electo. El siguiente paso lo llevará directamente a Argentina, donde se reunirá con uno de los primeros líderes de la región que festejó su victoria electoral: Javier Milei.
“Enorme alegría por el aplastante triunfo de mi amigo José Antonio Kast en las elecciones presidenciales de Chile. Un paso más de nuestra región en defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada. Estoy seguro de que vamos a trabajar juntos para que América abrace las ideas de la libertad y podamos liberarnos del yugo opresor del socialismo del siglo XXI”, escribió el argentino, que además movió en diferentes mensajes un mapa de la región en el que, por lo menos, seis gobiernos están o estarán en manos conservadoras: Argentina, Paraguay, Chile, Bolivia, Perú (aunque de forma interina) y Ecuador.
Exceptuando los casos peruano y el de Paraguay, cuyo presidente, Santiago Peña, pertenece al Partido Colorado, de tradición en el poder, casi todos los otros presidentes de esta lista fueron escogidos bajo promesas de atender el temor de la población en diferentes aspectos: miedo a perder ingresos, miedo a la violencia, miedo al desorden, miedo a una migración desbordada o, en general, miedo a que el Estado no responda. Es en este punto, según explica Rodolfo Colalongo, analista del populismo y docente de la Universidad Externado de Colombia, que “el miedo siempre fue un motor del voto; eso no es nuevo. Lo nuevo viene del contexto actual, que tiene muchos flancos que generan temor y se convierten en un vehículo del voto”.
Justamente así fue que ganó Kast: se centró, más allá de su agenda de valores, en responder a la insatisfacción y a los temores que tenían los chilenos. Según la última encuesta de Ipsos, el 63 % de los ciudadanos tenían serias preocupaciones sobre la inseguridad en Chile a la hora de votar. ¿Cómo respondió Kast? Prometiendo darles facultades especiales a los militares para hacer control en los barrios marginales donde “domina el narcotráfico”. Una respuesta de choque similar a la que aplicó en su momento Daniel Noboa, militarizando Ecuador ante el auge de las pandillas, y a lo que intentó, en menor medida, José Jerí, presidente interino de Perú, quien, dentro de sus primeras labores en el cargo, decidió reprimir protestas y visitar cárceles en el interior del país.
Dejando de lado la seguridad, en el caso de Bolivia y Argentina funcionó atacar directamente el pánico que produce un sistema económico colapsado y un Estado incapaz de responder durante años a esa calamidad. Allí es válido interpelar la interpretación de Milei: ¿es un giro ideológico o un pragmatismo en busca de soluciones? El caso chileno sirve para ejemplificar el péndulo electoral: desde 2006 ningún gobierno ha logrado entregar la presidencia al candidato oficialista, cuando Ricardo Lagos fue sucedido por Michelle Bachelet.
Para Simón Rubiños Cea, analista y consultor político, Chile también es ejemplo de cuando el relato mata al dato y la percepción es decisiva: “Si bien ha ralentizado su desempeño económico, sigue siendo un lugar de estabilidad. En términos de inseguridad, las encuestas macro y los datos de seguridad ciudadana han demostrado un descenso en la delincuencia en los últimos tres años, respecto de 2022, y los aspectos narrativos han logrado superponer el relato sobre el dato macro”.
Y allí, explica, es donde opera el miedo: se rompe el tejido social y capitalizan las agendas que priorizan la seguridad y el orden. Es inevitable que estos modelos se asocien al de Nayib Bukele, el más reciente caso de “éxito” de esta narrativa. Noboa, en Ecuador, estrenó hace poco su megacárcel, que replica el CECOT de El Salvador. Kast también apuntó a las cárceles, afirmando que implementaría un modelo de cero comunicación exterior.
Claro, no todo es virtud de los triunfadores. Colalongo afirma que, en gran parte, los gobiernos de turno “subestimaron” estas preocupaciones o la falta de soluciones a las problemáticas que las generan: “No se percataron de que la no solución de esos problemas, o la percepción de no solución, daría lugar a un uso político del miedo a favor de los proyectos más extremistas”.
Percepción o realidad tangible, aspectos distintos en cada caso puntual, el hecho es que cada gobierno supo capitalizar estas oportunidades. Casos como el de Kast o el de Paz en Bolivia prueban que no se trata de alternativas nuevas. Rodrigo Paz es hijo de un presidente y es diputado desde principios de siglo, y Kast lleva tres aspiraciones presidenciales y es hermano de un ministro pinochetista.
Sin embargo, “outsiders” o conservadores tradicionales, Colalongo los sentencia con la caducidad de la misma percepción: “Dura lo que dura el miedo. Es momentáneo y volátil, no genera afiliación política y sirve, principalmente, para ganar elecciones o justificar políticas”. Más que una ola ideológica, lo que recorre hoy a América Latina es una política gobernada por el miedo; una emoción eficaz para ganar elecciones, pero hasta ahora incapaz de demostrar que también puede sostener gobiernos.
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