La fuga de cerebros, entendida como la emigración de profesionales altamente calificados, es un fenómeno que ha impactado profundamente a varias naciones de América Latina. La alarmante crisis interna que por estos días sufre Venezuela, junto con los recurrentes apuros políticos y fiscales en los demás países de la región, suele avivar la discusión alrededor de la pérdida de capital humano, especial el talento cualificado que huye en búsqueda de mejores oportunidades laborales, educativas y de vida.
Según el portal The Global Economy, en 2023 Venezuela y Guatemala lideraban el top 10 de los países con mayor éxodo de profesionales, ambos con un índice de 6,5, seguidos de cerca por Perú con 5.8. En su orden, Bolivia y Cuba compartían un índice de 5,6, mientras que México, Colombia y Ecuador secundaban con 4,7, 4,6 y 4,2, respectivamente. Cerrando el grupo, en su orden, Brasil y Argentina, con índices 3,5 y 2,9.
Aunque en menor medida, no deja de ser significativo el impacto que ha supuesto para Colombia la emigración de esta mano de obra formada en ramas de la ingeniería, la medicina y la educación. Áreas sensibles para la competitividad y por cuya escasez de mano de obra se podría reducir el crecimiento potencial del PIB en hasta 1,5 puntos porcentuales cada año.
Influenciados por la carencia de puestos de trabajo, las múltiples expresiones de violencia y una muy desafortunada cultura de aversión al mérito, alrededor del cinco millones de colombianos emigraron en busca de mejores horizontes. Para la última década, el Migration Policy Institute ha estimado que cerca del 29 % han sido profesionales con educación universitaria y que en la actualidad residen en países pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Este grupo incluye a un alto número de personas con posgrados y cuyo destino de preferencia fue principalmente países como Estados Unidos, España, Francia, Alemania, Australia, Brasil, y Argentina. Para este primero, aprovechando programas de inmigración que conducen a residencia permanente como las visas EB1 y EB2-NIW (por interés nacional), sin lugar a duda, toda una oportunidad para atraer a profesionales excepcionales y maximizar su potencial en un entorno económico competitivo y mejor financiado.
La situación en Venezuela es aún más crítica. Desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999 las causas de este destierro masivo —más de siete millones de venezolanos, según datos de la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V)— incluyen no solo la búsqueda de mejores oportunidades económicas, sino también la necesidad de escapar de la dictadura, la hiperinflación, el desempleo masivo y la inseguridad rampante. Aciago panorama en el otrora país más rico de Sudamérica.
Un estudio de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) en 2019 indicó que más de un millón de venezolanos con formación universitaria han emigrado desde 2015. Por citar solo un ejemplo, esta fuente asegura que más de 22.000 médicos y 6.000 enfermeras abandonaron el país, lo que ha tenido un impacto devastador en su sistema de salud.
La huella de esta dispersión ha sido especialmente notable en el ámbito científico. Según el biólogo Jaime Requena, en artículo publicado en la revista Nature, desde 2016 casi el 15 % de la comunidad científica venezolana ha cruzado sus fronteras, produciendo un colapso casi absoluto en el número de publicaciones y proyectos de investigación.
Excluyendo del análisis a las otras naciones de la región, la fuga de cerebros en Colombia y Venezuela puede ser transformada de una amenaza latente a un motor de desarrollo si se reconoce su verdadero potencial. En ambos casos, la diáspora podría desempeñar un papel crucial en el desarrollo futuro de estos países si, en proporción a sus desafíos, los gobiernos implementan políticas efectivas para atraer inversión y conocimiento de regreso a sus territorios.
La mirada del “vaso medio lleno” nos plantea la idea de cómo los emigrantes pueden ayudar a expandir las fronteras del país, conectando con sus comunidades de origen para crear un ciclo de crecimiento e innovación. Naciones como India y China han demostrado que los emigrantes pueden regresar o colaborar desde el extranjero, trayendo consigo inversiones, nuevas tecnologías y enfoques que revitalizan sectores clave de la economía.
Países como Singapur, por ejemplo, han utilizado la experiencia de la fuga de cerebros para rediseñar sus políticas de educación superior, resultando en un sistema educativo altamente competitivo que atrae a estudiantes y profesionales de todo el mundo. De su lado, la globalización de la industria tecnológica ha permitido que territorios como Estonia, con una población pequeña, se conviertan en líderes en tecnología digital gracias a la movilidad de sus talentos.
Respetando la libertad de mercado y con el liderazgo del sector privado, en Colombia se podría facilitar el retorno del conocimiento y atracción de inversiones por parte de los colombianos en el exterior. Como política de Estado, esto implicaría la promoción de más y mejores incentivos fiscales, programas de financiamiento a la reintegración profesional y facilitar la articulación con redes globales para la transferencia de tecnología y capital, en sectores como biodiversidad, turismo y energías renovables.
De su lado, en un escenario de transición política para Venezuela la diáspora será fundamental en la eventual reconstrucción del país. Superada la dictadura y gozando de seguridad jurídica, se tendrá un primer gran incentivo de retorno para los profesionales emigrados. En principio, para revitalizar con abundante mano de obra los entornos productivos locales, además de garantizar servicios sociales esenciales como salud y educación.
En paralelo, un gobierno legítimo que acelere la gestión de recursos para la recuperación y creación de nuevas empresas ligadas a encadenamientos clave como el alimentario-agrícola, los servicios públicos y la joya de la corona, la industria petrolera, todos socavados por el paso del funesto régimen.
Ver la migración cualificada como una oportunidad no solo permite redefinir el problema. También ofrece una vía pragmática y esperanzadora para enfrentar uno de los retos más complejos de nuestra era. Por tanto, la verdadera pregunta no es cómo detener la fuga de cerebros, sino cómo aprovecharla para construir un futuro mejor.
*Consultor político internacional - @bac.consulting
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