Colombia se sacudió este fin de semana, no solo por el temblor que se sintió en varias partes del país, sino también por el atentado contra el precandidato presidencial y senador por el Centro Democrático, Miguel Uribe Turbay. Eso removió en la memoria uno de los capítulos más oscuros de la historia nacional, cuando en medio de la violencia del siglo XX fueron asesinados Luis Carlos Galán Sarmiento, Rodrigo Lara Bonilla, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro, y también los crímenes cometidos contra líderes políticos en el continente, como ocurrió en México con Luis Donaldo Colosio y más recientemente en Ecuador con Fernando Villavicencio, sin olvidar a Estados Unidos, donde Donald Trump resultó herido el año pasado en uno de sus mitines.
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“Las democracias están destruidas”, escribió en la red social X Amanda Villavicencio Sandoval, hija del político y periodista ecuatoriano que en 2023 buscaba la Presidencia y que en medio de su campaña electoral en Quito fue víctima de un ataque con un arma de fuego que lo mató. Su caso y el de Uribe Turbay mostraron semejanzas: ambos ocurrieron en países que viven en medio de la violencia, de la pérdida del control territorial por parte del Estado y del crecimiento de los grupos criminales. “Eso, desde luego, ha creado un ecosistema de inseguridad, que ha permitido que prosperen industrias como el sicariato”, aseguró Víctor Mijares, director de Geostrategos, laboratorio de análisis de riesgos globales de la Universidad de los Andes.
Los precedentes históricos existen, y no solo en Colombia, sino también en el vecindario, comentó, por su parte, Janiel Melamed, profesor del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad del Norte, quien además tiene un Ph. D. en seguridad internacional. Para él, la exacerbación de la polarización política y los discursos populistas en la región allanaron el camino hasta lo que se está viendo hoy en día, además de “la normalización y promoción por parte del gobierno de Gustavo Petro” de una violencia verbal que ha demonizado al contradictor. La misma canciller colombiana, Laura Sarabia, hizo un llamado el domingo para acabar con esto: “Este atentado nos compromete a desescalar el discurso que incita al odio y a la ira, en público y en privado”.
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Las condenas internacionales por el ataque contra Uribe Turbay se han escuchado desde diferentes latitudes. Estados Unidos, Chile, Ecuador y la Unión Europea, además de Argentina, Brasil y Uruguay, se unieron a las recriminaciones por lo sucedido y varios coincidieron en que fue un asalto a la democracia, en momentos en los que no solo ha disminuido en número, pues ahora hay más autocracias, sino también en calidad.
“En los países andinos, como Colombia y Ecuador, estamos viendo grupos criminales con relevancia en el control territorial y en la política”, agregó Mijares: “Aunque aquí todavía hay instituciones que pueden soportar, hay que tener cuidado, sobre todo porque estamos viendo un debilitamiento del Estado por parte del propio Gobierno y su plan de paz total, que le dio un respiro a esas fuerzas”.
En eso, los discursos políticos, incendiarios y cada vez más cortos, tienen responsabilidad, sobre todo ante un electorado más susceptible al mercadeo político y al poco análisis, que solo se queda con aquello que refuerza sus sesgos ideológicos, hasta emocionales. Mijares lo expresó así: “Estamos ante la pérdida de los grandes consensos políticos en las democracias de América Latina y Occidente, que además es uno de los riesgos globales más importantes del momento”.
Aunque desde Colombia fueron una constante los llamados a la calma en los pronunciamientos por el atentado contra Miguel Uribe, a nivel regional, el docente difícilmente logra identificar una voz que pueda aglutinar pronunciamientos más conciliadores de cara a los retos que enfrenta el continente en su conjunto. El ensimismamiento de los líderes es el principal impedimento para ello.
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