Nangarhar: la zona cero

Fue en este punto entre Afganistán y Pakistán donde el fundador de Al Qaeda, Osama Bin Laden, se refugió de la persecución de EE. UU. Se trata de un paso casi obligado entre Kabul y Peshawar y que hoy controla el Estado Islámico.

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Juan Sebastián Jiménez Herrera.
15 de abril de 2017 - 02:00 a. m.
Nangarhar: la zona cero
Foto: AFP - NOORULLAH SHIRZADA
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No es gratuito que Estados Unidos haya lanzado la GBU-43/B, la “madre de todas las bombas”, en Nangarhar. Se trata de una región clave para lo que es y lo que ha sido la guerra en Afganistán.

Fue allí donde el fundador de Al Qaeda, Osama Bin Laden, se refugió tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Y fue en esta región donde el Estado Islámico se instaló a su llegada a Afganistán.

Mejor dicho: buena parte de la historia de este conflicto —que ha dejado 200.000 muertos en 15 años— se ha escrito y se escribirá en esta región fronteriza con Pakistán.

Para EE. UU., el bombardeo del pasado 13 de abril, en el que murieron por lo menos 36 integrantes del EI, es el inicio de una campaña para sacar a esta organización yihadista de ese país.

Lo dijo el general John William Nicholson, comandante, desde marzo de 2016, de las fuerzas estadounidenses en Afganistán y responsable del reciente bombardeo, por medio de un comunicado difundido ayer: “Permítanme ser claro: no vamos a renunciar a nuestra misión de destruir ISIS-K (como se conoce a la facción de EI en ese país) en 2017”.

“Era el momento preciso para usar la GBU-43/B. No habrá santuarios para terroristas en Afganistán”, sostuvo Nicholson respecto al bombardeo en el distrito de Achin.

Se trata de un mensaje claro para EI que, a través de internet, negó que haya habido muertos o por lo menos heridos durante el ataque en las montañas de Nangarhar.

Este paso obligado entre Kabul y Peshawar y escenario, en 2001, de la batalla de Tora Bora fue elegido por EI como su base a finales de 2014, y para 2015 su presencia ya era evidente.

En abril de ese año, un suicida se inmoló frente a la entrada del Banco de Kabul, en Jalalabad, capital de la región: 34 personas murieron y otras 110 quedaron heridas.

Pero, al ingresar a Nangarhar, EI se encontró con otro grupo que llevaba años en ese lugar: los talibanes. Fue el inicio de una guerra sin cuartel entre ambas organizaciones yihadistas.

En junio de 2015, el Emirato Islámico de Afganistán, como se autodenominan los talibanes, le pidió a EI que no se metiera en sus asuntos o que, de lo contrario, “se vería obligado a reaccionar”. EI hizo caso omiso a estas advertencias. Hubo derrotas de parte y parte pero, en septiembre de 2015, las fuerzas estadounidenses y afganas se unieron al conflicto.

En 2016, Kabul y Washington lanzaron una ofensiva contra el EI. Este respondió, en julio de ese año, con un ataque en Kabul: 80 personas, en su mayoría chiitas, murieron.

Los bombardeos no se hicieron esperar y a los pocos días, el 26 de julio, Estados Unidos reportó la muerte de Hafiz Sayed Khan, líder del EI en Afganistán y Pakistán.

EI respondió de nuevo como lo sabe hacer: con sangre. El 21 de noviembre, un atentado suicida en Kabul acabó con la vida de 32 personas, en su mayoría chiitas de la etnia hazara.

Y Kabul y Washington respondieron con bombardeos. Para febrero de 2017, unos 2.000 integrantes del EI habían muerto en Afganistán, producto de bombardeos y operaciones militares.

Otros 150 se han unido a la lista desde entonces. Incluidos los 36 yihadistas que murieron por el lanzamiento, el pasado 13 de abril, de la mayor bomba no nuclear del mundo.

El bombardeo fue criticado por unos y aplaudido por otros. “Este bombardeo mató y destruyó la base del EI, así que lo apoyamos completamente”, señaló el portavoz del gobernador de la provincia de Nangarhar, Attaullah Khogyanai.

Los talibanes, por su parte, rechazaron “este gran crimen de los estadounidenses” y dijeron que “la eliminación del EI es cosa de los afganos, no de los extranjeros”.

Sea como sea, el lanzamiento de la “madre de todas las bombas” es el inicio de una nueva etapa de la guerra que se vive en Nangarhar desde hace 15 (largos) años.

Por Juan Sebastián Jiménez Herrera.

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