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Nayib Bukele, el “millennial” que busca salvar a El Salvador

El candidato de 37 años hizo historia al arrebatarle la presidencia en primera vuelta, con un 53% de los votos, a los dos partidos tradicionales que se habían anclado al poder desde 1992 en la vida democrática del país. ¿Cómo lo consiguió?

Daniela Quintero Díaz
05 de febrero de 2019 - 02:00 a. m.
Nayib Bukele, el “millennial” que busca salvar a El Salvador

Ante una multitud reunida en el remodelado Centro Histórico de San Salvador, que ondeaba banderas azules y arengaba su nombre, entró Nayib Bukele triunfante. Sonrió, saludó al público y besó a su esposa entre gritos de los seguidores. Tras su discurso, un show de cinco minutos de fuegos artificiales clausuró el evento. Era 26 de enero, día de cierre de campaña para las elecciones presidenciales en El Salvador y, desde entonces, Bukele ya se sentía ganador.

Este domingo, los comicios confirmaron su triunfo: el surgimiento de un joven líder político, carismático, con un mensaje de cambio y una aparente independencia de los partidos que históricamente se han turnado el poder, convenció a una sociedad civil harta de la falta de resultados y puso en jaque a los partidos tradicionales.

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Sin embargo, hace siete años, en Nuevo Cuscatlán, un olvidado poblado cafetero, Bukele inició su carrera política con el partido oficialista, ese que tanto critica: el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), un movimiento conformado por organizaciones político-guerrilleras que lucharon en contra del gobierno militar en una guerra civil que duró 12 años (1980-1992). Luego, con la firma de los Acuerdos de Paz, el FMLN se constituyó en un partido político legal que ha dirigido el país por los últimos 10 años.

Autodefinido entonces como un político de izquierda, Bukele empezó a alcanzar protagonismo a través de las redes sociales y sus obras en el poblado le dieron la popularidad necesaria que en mayo de 2015 lo llevó a ser elegido alcalde de la capital, San Salvador.

Pero fue su expulsión del FMLN dos años después (tras agredir a una síndica durante una sesión del Concejo) la que terminó dándole el golpe de suerte para hacerse con la Presidencia. Hoy, a sus 37 años (lo cual hace de él el presidente más joven de la historia reciente del país), se presenta como un político desligado del bipartidismo tradicional que se ha turnado el poder desde hace tres décadas. Las primeras dos, por la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), una fuerza de centro-derecha, y los diez años restantes, el Ejecutivo estuvo en manos del FMLN.

Bukele lo entendió bien: los ejemplos de Jair Bolsonaro, en Brasil; Andrés Manuel López Obrador, en México, e Iván Duque, en Colombia, le permitieron apuntarle a un muy popular objetivo: el surgimiento de nuevos liderazgos, como políticos desconocidos, con un discurso contrario al statu quo, representados por nuevas formaciones partidistas en la lucha contra la corrupción.

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Así, se mostró como un empresario joven y cansado del tradicionalismo en un país en el que solo el 6 % de la población confía en sus líderes políticos, según el Latinobarómetro 2018. Un outsider que podría traer el cambio que los salvadoreños buscan.

“Esta es una victoria del pueblo salvadoreño. Hoy ganamos en primera vuelta e hicimos historia. Hemos sumado más votos que Arena (32 % de los votos) y que el FLMN (17 %) juntos. Todos los partidos políticos del país, juntos, tienen menos votos que nosotros”, alardea el presidente electo.

Su acenso fue rápido e inesperado. El exalcalde cooptó los votos de castigo hacia el oficialismo y su candidatura pronto se posicionó como la más fuerte. Encabezando una “alianza de contrarios” formada por el partido centro-derechista Gran Alianza por la Unidad Nacional (Gana) y el izquierdista Nuevas Ideas, Bukele logró que todas las encuestas lo dieran como vencedor desde el primer momento.

Las redes sociales también fueron un factor determinante en su repunte. Mientras los partidos tradicionales enfocaron sus campañas en recorrer los territorios del país, Bukele se centró en el voto joven y desencantado al que se dirige desde plataformas como Facebook y Twitter (en las que tiene hasta 10 veces más seguidores que sus contrincantes). Como Bolsonaro en Brasil, se negó a dar entrevistas y asistir a los debates en los medios de comunicación asegurando que estaban “arreglados en su contra” e interactuó con sus seguidores a través de internet.

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Su bandera de campaña, común en las elecciones recientes de la región, fue la lucha contra la corrupción. “Nuestro país está harto de la corrupción y la impunidad. Estos dos problemas son el origen de la mayoría de problemas que vive a diario nuestro pueblo”, decía, por lo que su propuesta estrella fue crear en El Salvador una Comisión Internacional contra la Impunidad (como la que existe en Guatemala, Cicig, que ha revelado escándalos de corrupción de expresidentes, alcaldes, militares y que incluso tiene investigaciones contra el actual presidente del país, Jimmy Morales). El ganador le ha pedido al secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, que impulse una en su país.

Ahora, como presidente, tendrá que hacer frente a la inseguridad, uno de los graves problemas de El Salvador (el tercer país sin guerra más violento del mundo). Por esto, Bukele le apuesta a la implementación de políticas sociales y de prevención, “la seguridad no puede ser un proyecto, sino el resultado de las políticas públicas, de educación, de salud, de empleabilidad”, dice.

El ganador de los comicios tendrá que enfrentarse, además, a los retos de responder ante las grandes expectativas generadas como el “candidato de la renovación” y a una difícil gobernabilidad por no contar con las mayorías en el Legislativo.

También, su país es uno de los principales emisores de migrantes. Mientras en el interior viven cerca de 6,5 millones de salvadoreños, se estima que afuera de sus fronteras se encuentran más de 3,5 millones. Sin embargo, sus electores, más de 1,2 millones, confían en que Bukele “haga historia”.

Por Daniela Quintero Díaz

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