Neymar y la frágil democracia racial en Brasil

Neymar, el capitán de la selección brasileña, se sitúa en el centro de las tensiones entre clase, etnicidad y el fútbol, un país que tiene grandes cicatrices sociales abiertas.

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Alfred Davies
11 de junio de 2018 - 09:36 p. m.
Ilustración Tania Bernal
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El fútbol ha sido representativo de la identidad nacional en Brasil quizá más que en cualquier otro país del mundo. El talento y el éxito de la Seleção y sus jugadores, que crecieron en circunstancias difíciles, han sido las causas de celebración en ese país. Pero, ¿detrás de eso se esconde una cara más fea?
En 2014, cuando Brasil acogió al mundo para el último Mundial de Fútbol, los comentaristas notaron la falta de personas negras en las tribunas. “En una nación donde el 60 % de la población es negra o mestiza, ¿por qué durante uno de los eventos más importantes de su historia esta ausencia es tan obvia?”, se preguntó el periodista Felipe Araújo en The Guardian.

La respuesta está en la misma historia de Brasil. El gigante suramericano fue el último país de América Latina en abolir la esclavitud (1888) y la relación del Estado con su población negra siempre ha sido complicada. Por eso, como suele suceder, estas tensiones sociales quedan en evidencia en el fútbol.
Según Matthew Brown, profesor en la Universidad de Bristol e historiador de los deportes en América Latina, la selección brasileña sirvió en un momento para unir a una sociedad dividida entre blancos y negros. “Los Estados adoptan el fútbol como manera de crear ciudadanos nacionales”, asegura.

Para el historiador, la selección nacional ha servido para integrar a las personas negras en Brasil, pues “el fútbol y las interpretaciones de raza van de la mano”. “En Brasil este vínculo es más estrecho porque los primeros partidos de fútbol se jugaron diez años antes de la abolición de la esclavitud”, agrega Brown.

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La historia de los futbolistas negros en Brasil se asemeja más a una montaña rusa que a un sendero sin obstáculos. En 1950, cuando el país fue el país anfitrión de la Copa Mundial, se expuso la cara más cruda del racismo brasileño. En una de las finales más memorables de la historia, el “Maracanazo”, el arquero Moacir Barbosa no pudo evitar la derrota de la canarinha ante la selección de Uruguay. Tras el partido, el portero y su compañero Joao Bigode (también negro) fueron los señalados de la catástrofe y, por lo tanto, se convirtieron en el blanco de los ataques.

“Con la derrota en el último partido, el orgullo del pueblo brasileño cayó desde lo más alto. Entonces, los viejos demonios del racismo volvieron a resurgir con fuerza. Para algunos, Barbosa y Joao Bigode no eran jugadores de la selección, sino negros”, escribió en 1950 el prestigioso cronista deportivo Mario Filho en su relato sobre ese partido.

En un contexto diferente, pero con semejanzas preocupantes, en septiembre de 2014, la justicia deportiva de Brasil emitió un fallo histórico en contra del Gremio de Portoalegre, que fue expulsado de la Copa de Brasil por los insultos racistas de su hinchada contra el arquero del Santos. Y aunque suena increíble que en un país, cuya mayoría de ciudadanos tienen ascendencia africana, se escuchen cantos discriminatorios, el hecho evidenció que todavía hay cicatrices que siguen abiertas.

“Hay tensiones constantes que corren a través del fútbol brasileño que se mantienen desde los principios del siglo XX hasta hoy”, afirma Mathew Brown, quien destaca que Neymar “se sitúa en el centro de estas tensiones entre clase, etnicidad y el fútbol en Brasil”.

Durante este Mundial, todos los ojos del mundo se fijarán en la estrella de la Seleção. Como muchos futbolistas de su país, el delantero del PSG superó una infancia difícil, pobre, jugando en las calles de Mogi das Cruzes en São Paulo, soñando con jugar algún día en la canarinha.

Con años de trabajo y esfuerzo, Neymar logró alcanzar su sueño, que se tatuó en su pantorrilla izquierda para no olvidar. Pero la mayoría de los niños en estos barrios desfavorecidos puede que quizá nunca lo logren. Hoy, de hecho, esos obstáculos pueden incrementarse gracias a que muchos de ellos están bajo un estricto control militar.

En febrero de 2018, cuando una ola de violencia incontenible en las favelas de Río de Janeiro llegó a su punto más alto, el presidente Michel Temer firmó un decreto que dejó en manos del ejército la seguridad de la ciudad. Algo que preocupa a ciertos sectores de la sociedad brasileña, pues en 2016 las personas negras representaron el 76 % de los asesinados por las fuerzas estatales en Brasil, según estadísticas.

En el caso de una victoria en Rusia en el Mundial de 2018, Brasil celebrará otra vez el éxito de su selección multiétnica, el orgullo del Estado brasileño. De los 23 jugadores que conforman el equipo nacional, 16 de ellos tienen ascendencia negra. Si ganan serán héroes, pero si no, ¿se expondrá otra vez la fragilidad de su democracia racial?

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Por Alfred Davies

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