La venezolana Astrid Cuéllar toma un breve descanso tras recorrer cientos de kilómetros en autobús por Nicaragua, país que guarda silencio sobre la creciente ola de migrantes a Estados Unidos, para continuar su travesía con el riesgo de “perderlo todo”. “Si nos echan para atrás y perdemos todo, es una de las respuestas que no sabemos”, indica la venezolana de 30 años en Condega, municipio nicaragüense que está situado a 66 km de la frontera hondureña, donde cada día cientos de migrantes de varias nacionalidades, que viajan en autobuses de línea especial, se detienen a comprar comida y agua.
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El gobierno del presidente Daniel Ortega mantiene silencio ante el cruce de migrantes por el país en busca del sueño americano, a diferencia de las naciones vecinas, que anunciaron un refuerzo de la seguridad en las fronteras y destinaron recursos para atender a los viajeros. Más de 400.000 migrantes han llegado a Honduras desde Nicaragua en 2023, más del doble que el año anterior (188.000). La misma cifra de viajeros han ingresado a Panamá desde Colombia a través de la inhóspita selva del Darién, según datos oficiales. Nicaragua no ha anunciado ninguna medida por la ola migratoria. En cambio, Panamá y Costa Rica crearon campamentos para hospedarlos y líneas especiales de autobuses para trasladarlos de una frontera a la otra.
“No me siento seguro”, dice un migrante venezolano
Originaria de El Vigía, estado Mérida (oeste), Astrid Cuéllar viaja como otros migrantes “echándole ganas, echándole pierna y queriendo salir ya, esperando a ver qué” pasa en México con el trámite para entrar a Estados Unidos. “Encaminados con Dios y la Virgen, diciéndole adelante por la familia, por un provecho, por un progreso”, agrega la mujer, quien se dedicaba al pequeño comercio en Venezuela antes de que la crisis económica la empujara a marcharse con su hermano José Gregorio, de 24 años.
De conseguir permiso de ingreso en Estados Unidos, ella buscará trabajo para enviarles dinero a sus tres hijos y a sus padres, que quedaron en Venezuela. Los hermanos Cuéllar recorrieron unos 293 kilómetros en autobús, desde la frontera con Costa Rica hasta Managua, donde trasbordaron a otro vehículo para seguir otros 250 kilómetros hasta Las Manos, en el límite con Honduras. El cruce de Nicaragua en autobuses toma unas 20 horas.
En una breve parada en Condega, ellos y otros migrantes comen rápidamente en un restaurante popular a la orilla de la carretera Panamericana. “Yo, más que nada, quiero emigrar porque en Latinoamérica no me siento seguro. Yo pertenezco a la comunidad LGBT y he recibido mucho rechazo y discriminación, y por eso es que quiero emigrar a los Estados Unidos, por más protección hacia mi sexualidad”, comenta José Gregorio Cuéllar. “Me dedicaba a trabajar por mi cuenta y, como artista, diseñaba y hacía dibujos”. El dinero que ganaba apenas le alcanzaba para comer.
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Nadie sabe cuántos nicaragüenses han decidido migrar
A los viajeros que cruzaron caminando la selva del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá, se van agregando en América Central miles de migrantes de Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala, en busca de llegar a Estados Unidos.
Desde las protestas de 2018, duramente reprimidas por el gobierno de Ortega y con la crisis económica que derivó, se agudizó el éxodo de nicaragüenses, principalmente hacia Estados Unidos, pero algunos se marcharon a Costa Rica, Guatemala, El Salvador y Panamá.
Nadie sabe cuántos nicaragüenses emigran, pero las remesas de dinero que llegan del exterior están en aumento: US$3.033,7 millones entre enero y agosto de este año, 54 % más que en el mismo período en 2022, según cifras del Banco Central de Nicaragua.
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El anhelo de conseguir trabajo en Estados Unidos para enviar dinero a sus países de origen
“Lo más duro en sí es despedirse de los familiares” al partir, resume el venezolano Aramis Tejedor, de 42 años, durante la pausa en Condega. Tejedor, vendía cerámica y porcelana. Dejó en Caracas a una hija y a otros familiares, a quienes pretende enviarles dinero cuando consiga trabajo en Estados Unidos.
En Condega, los viajeros también aprovechan para descansar unos minutos antes de ser llamados de vuelta al autobús por el ronco sonido de la bocina del vehículo. Una hora después, el bus se detiene ante la barrera fronteriza de color amarillo que custodian policías nicaragüenses, y unos 50 migrantes bajan al puesto migratorio. Allí, horas más tarde, obtienen el pase para cruzar a Honduras.
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