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Norma y Ramona, amor entre abuelas

Con 67 años, se convirtieron en las primeras mujeres lesbianas en contraer matrimonio en Suramérica. Se conocieron en Pivijay, un pueblo colombiano del Magdalena. Llevan juntas más de 30 años.

Nicolás Cuéllar Ramírez / Buenos Aires

22 de mayo de 2010 - 05:00 p. m.
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Norma Castillo y Ramona Arévalo apenas se conocían. Enamoradas —así lo creían entonces— de dos primos colombianos, decidieron acompañarlos en su viaje de regreso a la Costa Atlántica. Agua corrió debajo del puente y la vida las trajo de vuelta a Argentina, sin los maridos de entonces, pero juntas. Esta vez sí, enamoradas. Una enviudó y la otra se separó. Hoy lideran la causa en Argentina para que se convierta en ley el matrimonio entre homosexuales.

Norma camina por las calles de Buenos Aires mientras luce orgullosa su mochila indígena. Una mochila que cruzó el continente de norte a sur, que le recuerda los días en que en Barranquilla, en una noche de vallenato y ron, se atrevió a besar la oreja de esa amiga que la había seguido desde tierras uruguayas, y que se convertiría después en el amor de su vida.

Norma tiene los párpados caídos. Unas cuantas arrugas en su piel y las varias canas que asoman por su cabeza denotan su edad. No lo hacen la vigorosidad con que habla y la fortaleza con que enfrenta el trajín diario que vive desde que decidió, junto a Ramona, regresar a Argentina.

Terminando la década del 90 tomaron el camino de regreso y dejaron el pequeño pueblo de Pivijay, anclado en la sabana del Magdalena, para hacer frente a temores y tabúes y pelear una batalla que querían dar desde hace 30 años.

Treinta años, cinco meses y doce días, precisa Norma, quien hace dos meses frente a un juez pudo decirle al amor de su vida “sí, acepto”.

Norma y Ramona se convirtieron en las dos primeras mujeres en Suramérica en contraer matrimonio y desde entonces, es poco el tiempo que descansan. El escándalo mediático que generó su unión legal, insertó el debate en distintos ámbitos de la sociedad. Incluso llegó al Congreso de la República, donde actualmente se estudia un proyecto de ley para permitir el matrimonio entre homosexuales. El proyecto fue ya aprobado en la Cámara de Diputados y espera su turno para ser debatido por el Senado.

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Con un poco de vergüenza, Norma admite que debido a su edad el tema cobró trascendencia. “En Argentina, la gente imagina a los homosexuales en medio de orgías sadomasoquistas, pero encontró en nosotras un pleno acto de amor”.

Amor en el exilio

Norma tiene la misma edad que su esposa. Con 67 años, está convencida de que vale la pena la exposición. Teme que las nuevas generaciones tengan que pasar por el mismo sufrimiento que ella vivió. 

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Es que dos de las tres décadas que llevan en pareja fueron vividas en la clandestinidad. Volver a Argentina fue también una apuesta por romper el silencio, como lo hacen cuando se reúnen a diario en el primer centro de jubilados LGBT de Argentina, del que Norma es la presidenta.

Allí, Norma Castillo recuerda los años de juventud en los que conoció a Ramona. “Yo estudiaba en la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de La Plata. Era militante política y en la dictadura de Videla estuve en prisión 30 ó 40 días. Fueron suficientes para decidir viajar a Colombia con mi esposo, Julio, con quien recién me había casado”, cuenta. Tenía 35 años.

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Un primo de Julio había enamorado a Ramona. Viajaron de vacaciones y terminaron quedándose. En aquel tiempo, confiesa Norma, ni siquiera podía pensarse en una relación con otra mujer. “Yo era totalmente homofóbica, en parte por la educación que recibí con las monjas del colegio”.

Sería minutos antes de tomar el tren que la haría abandonar el país, que se daría cuenta de que le gustaban las mujeres, cuando una de sus amigas de militancia, Teresa, le dijo: “Vos me querés a mí”. “Fue en ese momento que entendí lo que pasaba conmigo”.

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Sin embargo, Norma decidió continuar con su matrimonio. Al llegar a Pivijay, se reencontró con Ramona, y al poco tiempo se enamoró de verdad. “No dije nada al principio, porque la situación entera parecía un guión de telenovela: no sólo estaba enamorada de una mujer, sino que ésta estaba casada con el primo de mi esposo y tenía un hijo adolescente; detalles suficientes que reducían mis posibilidades por completo”, sostiene.

Hasta que en una noche de fiesta el alcohol ocultó sus inhibiciones y en un acto impulsivo mordió suavemente la oreja de Ramona. Días después, ésta le preguntó: “¿Vos me hubieses hecho lo mismo estando sobria?”. Ninguna había estado con una mujer antes. Y ninguna iba a volver a estar con otra.

Con el tiempo, Ramona Arévalo —Cachita, como le dicen sus amigos—  se separó de su marido y comenzó a vivir en la casa de Julio y Norma. Julio enfermó y Norma no fue capaz de dejarlo.


“Pasó bastante tiempo hasta que pudimos vivir nuestro amor libremente, pero el sacrificio valió la pena, así como también los años de relación clandestina y las culpas de Norma por su marido enfermo”, cuenta por su parte Ramona, tímida, de gran sonrisa.

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La ley del matrimonio

En cuanto regresaron a Argentina, Norma retomó algunos contactos que tenía aún en la actividad política y enarboló la lucha en contra de la discriminación hacia los homosexuales.

Encontró en Luis D’Elía, sindicalista cercano a Néstor Kirchner, a uno de sus mentores en la arena política. Tanto, que fue candidata a diputada bajo el ala del ex presidente, en las elecciones legislativas del año pasado. Aunque los resultados no le alcanzaron para asumir una banca en el Congreso, aún podría posesionarse como suplente en caso de que Kirchner, actual secretario general de Unasur, decida aspirar a la presidencia del país el próximo año y renuncie a la Cámara al lado de su aliado político, el diputado Carlos Heller. En todo caso, no pierde las esperanzas de ser la primera lesbiana en ocupar un cargo de elección popular en Argentina y enfila todas sus baterías para ser elegida en la junta de acción comunal de un barrio bonaerense el próximo año.

A finales del año pasado se acercaron a un juzgado para declarar su unión civil y desde entonces comenzaron la batalla para poder casarse. Después de varias negativas, y recursos de amparo radicados ante la ley, tuvieron suerte: el caso llegó a manos de la jueza Elena Liberatori, la misma que había dado luz verde al primer casamiento gay de Buenos Aires, ocurrido en 2009.

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El pasado 9 de abril contrajeron matrimonio, pero la felicidad no duraría mucho. Semanas después, una jueza anularía el lazo. Otro recurso de casación ratificaría días después el casamiento. Su matrimonio se ha convertido en una verdadera batalla jurídica que ahora se encuentra en manos de la Corte Suprema de Justicia.

Lo mismo ha ocurrido con los cinco matrimonios entre homosexuales que desde diciembre de 2009 a la fecha se han celebrado en Argentina. Otros 60 esperan, en fila, el dictamen de los jueces. Entre tanto, en el Congreso se debate la ley para que se reconozca el matrimonio homosexual.

Es la lucha que hoy encabezan estas dos mujeres que, sintiendo más cerca el final de su vida, se aferran al amor que se tienen: “Yo lo único que quiero es que se reconozca este amor”, dice Norma. Mira a Ramona y la besa. Sonríen, se toman la mano y caminan juntas, como desde hace 30 años lo aprendieron a hacer.

Homosexuales en América Latina

De acuerdo con un informe presentado al gobierno español sobre la situación que actualmente viven los homosexuales en América Latina y el Caribe, son pocos los países del continente que no muestran una posición recia frente a la libertad sexual.

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Once de estos países sancionan penalmente las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo, con castigos que van desde 10 años de cárcel hasta la pena de muerte. Mientras tanto, en países como México, sondeos han demostrado que con la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo se ha incrementado la homofobia entre los ciudadanos.

Brasil figura como el país en el que más crímenes se cometen contra el colectivo lésbico, gay, bisexual, transgénero (LGBT) y Colombia es catalogada como una nación que ha avanzado en la conformación de un sistema legal de protección, pero que carece de políticas públicas en materia de diversidad sexual.

Por Nicolás Cuéllar Ramírez / Buenos Aires

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