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Manejar fue mi primera pasión. Después, llegó la pasión de pintar. Eran las únicas cosas que tenía, y si me decían: “Oye, hay que ir a pintar tal lugar”, y estaba desvelado, cansado, agarraba mi equipo y me iba a pintar. Pasamos días sin comer, pero lo que me llenaba era la pintura.
Pero no todo fue como cuando comencé. Pintar me costó caro; perdí muchas cosas, como mi familia y mis bienes, hasta que me tocó venirme para México.
No era mi meta venirme a México, como muchos compañeros que he tenido que dicen “vámonos para Estados Unidos”. Ese no era mi sueño. Lo que yo quería era pintar, crecer en la pintura, pero eso me trajo muchas consecuencias: que me quitaran a mi hija de dos años, enemistarme con la mara y perder a todos los que quiero.
Todo comenzó cuando me empezaron a cobrar el impuesto de guerra. Al principio contesté, pero me cansé de tanto y dije “No, ya no les voy a responder”. A la primera me respondieron a balazos y me mandaron al hospital. Todavía dije que tenía coraje y podía vengarme, pero a la segunda ya me mataron a mi mamá, a mi hermano y me mandaron un mensaje: “Vamos por tu hija”. Nunca creí que me la iban a quitar. Ese día me tocó ir a pintar, me despedí de mi hija y le di un abrazo. Cuando me llamaron, ya fui a verla y estaba en el piso.
Me sentí cobarde y dije: “No, yo me voy”. Me dejaron una nota: “Tienes tres horas para irte del país o eres el próximo”. Todavía en Guatemala me amenazaron y me dijeron que me iban a matar. Ese mismo día, como pude, me lancé hacia México y me agarró migración. Me iban a mandar a Honduras, pero un ángel, un abogado, me dijo: “Tú tienes derechos”. Me ofreció apoyo y me dijo que me iba a tardar un mes preso, pero salía.
Estuve un mes y medio en migración en Palenque. No me importaba dormir mal, aguantar frío o comer mal; lo que quería era que no me devolvieran a mi país, porque si me devolvían, al llegar duraba media hora o una hora y estaba muerto. Al mes y medio, logré salir de esa prisión. Salí llorando y gritando. Me fui a Veracruz, llegué sin zapatos, con los pies llagados, pensando en mi familia, llorando, sin fuerzas. Lo único que quería era morirme. Gracias a un fotógrafo o periodista que me dio un bote de agua y me llevó a un albergue, pude seguir. Estuvo conmigo los cuatro meses que permanecí ahí. Me compró medicinas, ropa, zapatos, de todo, hasta que me dieron mis documentos. Me dijo: “Ya estás libre, ya no te pueden deportar”. Pero en ese momento tomé la mala decisión de irme a Estados Unidos.
Salimos un grupo de 15 o 18 personas. Cuando llegamos a la frontera, antes de Ciudad Juárez, la maña nos agarró y nos llevó a una bodega. Ahí vi cómo violaban a las niñas y torturaban, pensé: ¿a qué hora me toca a mí? Gracias a la Guardia Nacional nos sacaron. Sobrevivimos pocos, como cuatro, y nos llevaron a un albergue donde nos dieron atención psicológica. Allí conocí a Médicos Sin Fronteras. Me trasladaron en avión a CDMX y me recibieron con un abrazo. Desde entonces no me han dejado de la mano y me han ayudado en todo lo que he necesitado. Me siento más tranquilo y seguro aquí.
Mis miedos eran que encontraran mi paradero y me mataran o hicieran daño a otras personas. Ahora mi miedo es afrontarme a la vida. Tengo temor de convivir con mucha gente, me aparto, pero aquí con Médicos Sin Fronteras me siento más seguro.
Mis sueños son ser independiente, poner un negocio de dulcería, recordar viejos tiempos y armar un grupo de pintura. Pintar siempre ha sido mi pasión, me llena de alegría y me hace sentir humilde. Recuerdo a mis amigos pintores como mi segunda familia. Cuando pintamos juntos, sentía amor y apoyo. Eso me daba fuerzas para seguir. Aunque perdí a mi familia, ellos todavía siguen siendo mi fuerza. Cuando pienso en ellos me levanto y sigo adelante.
Hoy gracias a Médicos Sin Fronteras tengo trabajo. Aquí encontré otra familia, una tercera. Cuando me abrazaron al llegar y me dijeron que ese plato de comida y ese techo eran míos, sentí como si mi mamá me lo hubiera dado. Eso me dio la fuerza para seguir y para soñar de nuevo.
*Nombre cambiado para proteger la identidad de la persona
El Centro de Atención Integral (CAI) de Médicos Sin Fronteras opera en Ciudad de México desde 2016. Dentro de este, se da atención psicológica, psiquiátrica, médica, trabajo social y promoción de la salud para sobrevivientes de violencia extrema en México o sus países de origen, buscando dar un enfoque a largo plazo para la reinserción de las personas a la vida cotidiana, una vez que hubieran perdido la capacidad a desarrollar su vida tras los eventos de violencia.
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