Algunos parecen idos, otros lloran, unos últimos aplauden: una ola de emoción recorrió el lunes la multitud presente en Maskwacis, en el oeste de Canadá, cuando el papa pidió perdón por el daño hecho a los indígenas.
Hacía años que esperaban esta disculpa.
“Estoy afligido. Pido perdón”, declaró el papa Francisco al evocar el “sufrimiento” y los “traumas” que afectaron a las poblaciones amerindias aplastadas por una política de asimilación.
Poco después del discurso, uno de los jefes le colocó un tocado tradicional de plumas en señal de respeto. De pronto una mujer se levantó para cantar sola en lengua cree el himno canadiense. Una lágrima rodó sobre su rostro curtido.
“Ninguna palabra puede describir hasta qué punto esta jornada es importante para nuestro camino de sanación”, resumió Vernon Saddleback, uno de los jefes de la reserva de Maskwacis.
Algunos minutos antes, al ritmo de los cantos tradicionales, una inmensa pancarta roja atravesó la multitud reunida en un ambiente solemne. A lo largo de la pancarta estaban escritos los nombres de miles de niños.
Son una parte de los miles de menores muertos durante sus estadías en internados y que fueron enterrados en sepulturas anónimas y sin informar a los padres.
Muchos murieron de enfermedades (tuberculosis, neumonía...), de accidentes, pero también de maltrato y negligencia, así como de malas condiciones sanitarias.
El doloroso capítulo de los “internados” en los que metían a los niños por la fuerza dejó al menos 6.000 muertos entre el fin del siglo XIX y la década de 1990, y creó un trauma en varias generaciones.
