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Se busca una política exterior para Colombia

La cadena de incidentes con países vecinos pone en evidencia las pocas capacidades diplomáticas del país. Los embajadores no tienen la experiencia ni el conocimiento necesarios para sortear las dificultades que están surgiendo.

Arlene B. Tickner * / Especial para El Espectador

20 de febrero de 2008 - 10:23 a. m.
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Desde el año 2002, cuando Álvaro Uribe asumió la Presidencia, la política exterior de Colombia ha gravitado en torno a la conservación de una relación “especial” con el gobierno de George Bush que refleja la convicción de que la asociación incondicional con Estados Unidos es rentable. El mito creado en torno a ella encegueció al país para percibir y reaccionar ante cambios significativos en el entorno político estadounidense, tales como el aumento de la impopularidad de Bush, el desgaste de la guerra en Irak y del discurso antiterrorista, el afianzamiento del poder de los demócratas en el Congreso, la adversidad al libre comercio, la preocupación por los derechos humanos y el cuestionamiento de los resultados de la lucha antidrogas.

Los vientos de transformación en los Estados Unidos y la inexperiencia de quienes toman decisiones en política exterior en el país del norte dejaron al desnudo la precariedad de la estrategia colombiana.  Es diciente, por ejemplo, la antipatía que suscitaron entre los demócratas las repetidas visitas del presidente Uribe a Washington en búsqueda de la aprobación del Tratado de Libre Comercio (TLC) cuando anteriormente la amistad bilateral se tradujo inclusive en su invitación al rancho de la familia Bush en Texas.

Una cadena de errores

La obsesión con el matrimonio Colombia-Estados Unidos tampoco permitió sopesar los altos costos políticos de estar casado con un gobierno cuyo desprestigio en América Latina y el mundo es profundo.  La injerencia estadounidense en los asuntos internos del país —por invitación del Gobierno colombiano—  ha repercutido negativamente en las relaciones de Colombia con sus vecinos latinoamericanos, muchos de los cuales han elegido gobiernos de izquierda.

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Y el énfasis monotemático del presidente Uribe en la lucha contra el terrorismo, que lo hace ver como un portavoz de Washington, ha contrastado con los intentos de muchos países de distanciarse de las políticas antiterroristas y de seguridad de los Estados Unidos.

Sin duda, el lunar más visible se manifiesta en las relaciones entre Álvaro Uribe y Hugo Chávez y Rafael Correa, las cuales están afectadas por fuertes sentimientos de desconfianza y el potencial conflictivo que han generado sus diferencias ideológicas, la presencia de actores armados ilegales en las zonas fronterizas, la fumigación aérea de los cultivos ilícitos (en el caso ecuatoriano), y más recientemente, el intercambio humanitario y el reconocimiento político de Chávez a las Farc.

El tema del intercambio humanitario ha resaltado aún más el vía crucis por el que atraviesan las relaciones externas del país. Un sinnúmero de ejemplos dan la sensación de que los hechos han sobrepasado las capacidades diplomáticas del país. La invitación no suficientemente sopesada a que Chávez se desempeñara como mediador con las Farc; la descalificación torpe del canciller Fernando Araújo a la comitiva internacional que acompañó al primer intento de liberación de Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo; el viaje intempestivo de Uribe para pedir que Europa no quitara el calificativo de terroristas a las Farc aunque ello jamás se hubiera considerado; su silencio ante países como Brasil y Cuba que son fundamentales para contrarrestar las arremetidas de Chávez contra el presidente colombiano; la confirmación simultánea de la disposición de seguir buscando un acuerdo humanitario y el anuncio de un cerco militar a la zona donde están los secuestrados; los esfuerzos recientes de Francia, Brasil y Cuba por salvar el intercambio, a pesar del desentusiasmo del gobierno Uribe, y evitar una ruptura total en las relaciones entre Colombia y Venezuela, constituyen tan sólo algunos de ellos. En lugar de una estrategia meditada y clara a la altura de los retos actuales, lo que se observa es una política exterior improvisada, descoordinada y no propositiva.   

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¿Y la Cancillería?

En Colombia, como en la  mayoría de los países de América Latina, el Ejecutivo goza de amplios niveles de autonomía en la formulación de la política exterior. Sin duda, el estilo personalista y trabajador del presidente Álvaro Uribe ejemplifica esto mejor que cualquier otro en la historia reciente del país. El hecho de que el primer mandatario goce de altísimos niveles de popularidad y que la opinión pública no se interese por los temas internacionales le ha permitido espacios aún mayores para tomar decisiones.

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Al tiempo que la diplomacia presidencial ha facilitado una mayor fluidez en la política exterior de Colombia, posibilitando la generación de respuestas rápidas a los acontecimientos, el mismo talante personalista del presidente Uribe ha producido decisiones inadecuadas y desafortunadas. Aunque suele afirmarse que sin una cancillería ágil, moderna y profesional no se podrá realizar el cambio de norte que exige la coyuntura actual, tampoco pueden desconocerse los profundos efectos de desinstitucionalización que ha tenido la presidencialización de la política exterior.

Es insólito, por ejemplo, que en un país en donde las relaciones exteriores deben ser utilizadas para resolver nuestros graves problemas internos, ser “amigo” del Presidente sea criterio de repartición de cargos diplomáticos. El resultado más dañino de este abuso clientelista del servicio exterior es que en muchas embajadas y consulados de interés estratégico para Colombia se desempeñan funcionarios con poco peso y figuración y un mínimo de experiencia en cargos importantes.  Por su parte, ninguno de los asesores cercanos al Presidente parece reunir el conocimiento necesario para manejar las aguas turbulentas de hoy. El denominador común de los tres cancilleres de los dos gobiernos de Uribe ha sido su falta de especialización académica y profesional en relaciones internacionales y asuntos diplomáticos. Entre éstos descolla el actual ministro Araújo, quien a pesar de ser un testimonio vivo del drama del secuestro en el país, no ejerce la vocería de Colombia en el exterior de manera idónea y convincente.

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El crítico momento que viven algunas de las relaciones más importantes de Colombia con el exterior exige una reformulación de su estrategia internacional. “Desuribizar” la gestión internacional del país, redefinir la relación con Estados Unidos, eliminar el amiguismo como criterio de manejo, reconstruir la carrera diplomática en función del profesionalismo y la excelencia, e impulsar un debate nacional con un amplio espectro de sectores son tareas urgentes que permitirían hallar una política exterior nacional y digna para Colombia.

En manos de

En muchas embajadas y consulados de interés estratégico para Colombia se desempeñan funcionarios con poco peso y figuración. Algunos ejemplos en América Latina, en donde tenemos los problemas más grandes.

Embajadores

Nicaragua: Antonio González Castaño: abogado bogotano, especializado en relaciones internacionales. Funcionario diplomático de carrera. Ejerció funciones consulares en Costa Rica y fue consejero en la Embajada en Chile, cónsul interino en Nueva York y asesor de la Dirección de América y Soberanía Territorial de la Cancillería colombiana.

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Venezuela: Fernando Marín: pertenece al conservatismo, acompañó a Álvaro Uribe durante su primera campaña electoral. Empresario santandereano secuestrado en 1992 por motivos económicos. Fue el representante del país en Malasia en 2002 y 2003.

Ecuador: Carlos José Holguín Molina: abogado de profesión, fue consejero de la misión de Colombia ante la Organización de Estados Americanos (OEA). Es hijo de Carlos Holguín, Ministro del Interior.


Bolivia: Jesús Édgar Papamija Diago: ex congresista caucano. Según rumores, fue declarado insubsistente en el cargo.

Brasil: Tony Jozame Amar: ex gobernador de Caldas y ex representante a la Cámara. Fue viceministro de Vivienda.

Opiniones

Cecilia López

Senadora Liberal

“Los embajadores son los representantes plenipotenciarios del señor Presidente y su función fundamental es jugar un papel crítico cuando se presentan problemas entre los países, para eso hay que saber de diplomacia. Una cosa es tener bajo perfil, y otra, ignorancia. Ese es el gran problema de los embajadores colombianos. El evidente que el presidente Álvaro Uribe le da muy poco valor a la diplomacia. Él mismo soluciona los problemas que se presentan”.

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Alexandra Piraquive

Senadora Mira

“En estos asuntos como los que atravesamos con países como Venezuela y Nicaragua necesitamos contar con personas más preparadas en relaciones internacionales, con mayor conocimiento de las reglas diplomáticas y las situaciones y, por supuesto, que tengan una presencia y peso más importante”.

Fernando Araújo

Ministro de Relaciones Exteriores

“Todos los cargos en el exterior tienen siempre muchos amigos, es natural. Hay mucha gente muy capacitada interesada en servirle a Colombia en el exterior y nosotros en cada caso hacemos el estudio correspondiente buscando acertar de la mejor manera posible. Nosotros nos sentimos orgullosos de nuestros embajadores porque son excelentes funcionarios y hacen su trabajo con toda dedicación”.

* Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Iepri de la Universidad Nacional de Colombia.

Por Arlene B. Tickner * / Especial para El Espectador

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