Hace solo una semana, John T. McNamara, encargado de negocios interino de la Embajada de Estados Unidos en Bogotá, celebraba al ritmo de Carlos Vives la fiesta de la independencia estadounidense en compañía de varios colombianos. Daniel García-Peña, embajador de Colombia en Washington, destacaba por su parte la fortaleza de la alianza EE. UU.-Colombia y los propósitos compartidos por ambas naciones. Sin embargo, toda esa escena de aparente tranquilidad diplomática se vino al piso el jueves.
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El secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, llamó a consultas a McNamara, lo que la profesora Sandra Borda describe como “la decisión anterior al rompimiento de relaciones” entre dos países. Lawrence Gumbiner, exdiplomático estadounidense, coincide en que fue “un paso serio. Y es raro entre aliados cercanos. Hemos tenido diferencias en el pasado con el Gobierno, pero nunca en la historia reciente se ha llegado al nivel de esto”, dijo. ¿Cómo pasó?
Si bien la decisión fue inédita, no debería ser tomada como sorpresiva. Por un lado, Gumbiner pide entender de nuevo las dinámicas de Donald Trump: “Su tendencia es actuar fuerte al principio de un conflicto y después retroceder. Es diferente a lo que pasaba con otros gobiernos norteamericanos que incrementaban acciones paso a paso”. El republicano, como hemos podido apreciar, lleva todo al límite, para luego reajustar sus acciones con la presión ya puesta sobre sus aliados.
Por otro lado, hay que destacar que las relaciones entre ambos países llevan mucho tiempo deterioradas. El año inició con la crisis derivada del vuelo estadounidense con deportados colombianos que el presidente Gustavo Petro no aceptó. Después de esto surgieron las amenazas de aranceles -política que Trump luego utilizó con el resto de países del mundo-.
Más tarde llegó la posibilidad de que Colombia perdiera su certificación en la lucha contra las drogas por parte de Estados Unidos -el país tiene hasta el 15 de septiembre para acelerar sus estrategias de erradicación y sustitución de cultivos de hoja de coca-. A esto Petro contestó frenando la extradición de Willinton Henao, alias “Mocho Olmedo”, a Estados Unidos. ¿La gota que rebosó la copa? Petro apuntó a congresistas estadounidenses de ser cómplices de un supuesto golpe en su contra.
“Colombia está en una posición muy incómoda por los aranceles, tras ese desencuentro en enero, y por la lucha contra las drogas. Cuando la Casa Blanca vea que los cultivos marquen 300.000 hectáreas en 2024 va a ser terrible. Petro no tenía por qué echarles la culpa a unos congresistas de un supuesto golpe en su contra cuando no tiene pruebas de ello”, dijo Manfred Grautoff, asesor de seguridad nacional.
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Todo este deterioro en las relaciones ha sido más grave que la crisis vista durante el gobierno de Ernesto Samper. “En la época Samper no se llegó a este punto. Hubo muchos desencuentros, pero no un llamado a consultas, pese a que se dijeron cosas muy fuertes. Ahora, una cosa era ese caso, y las acusaciones de la financiación de la campaña presidencial con dineros del narcotráfico, y otra cosa son los ataques directos de Petro ante un presidente que no le tiembla la mano ni militar, ni diplomática, ni comercialmente”, agregó Grautoff.
Y además se ha presentado en un contexto complicado para la política exterior colombiana. En la antesala del anuncio de Rubio, la canciller Laura Sarabia renunció a su cargo.
“La ausencia de la canciller complica la situación para Colombia. Sabemos que el presidente, y su gente cercana, no tienen las habilidades necesarias para llevar a cabo negociaciones sensibles. Son demasiados dogmáticos. Un canciller tiene el deber (y necesariamente la capacidad) de negociar detrás de las puertas, suavizando las palabras duras y hablando de las concesiones mutuas que los países pueden ofrecer. En este momento, sin canciller, el embajador en EE. UU. tendría que cumplir ese papel”, explicó Gumbiner.
Si bien el embajador García-Peña hizo “un llamado a la mesura” y a “un diálogo respetuoso, franco y constructivo con Estados Unidos”, parece estar lejos para fuentes expertas en relaciones internacionales de ser una figura que pueda servir de puente para desescalar la crisis. El excanciller Luis Gilberto Murillo, por otro lado, tenía mucha más experiencia en Washington, donde vivió y trabajó en instituciones como el Banco Mundial, donde sirvió como revisor, y en la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), donde fue consultor.
Murillo, de hecho, fue artífice de la desescalada de tensiones en enero, cuando el intercambio de trinos entre Trump y Petro llevó a las relaciones bilaterales a su punto más bajo en décadas, pese a que ya iba de salida. ¿Qué tan grave es entonces esta crisis y qué hacer en este caso? Sin duda, este nuevo traspié en las relaciones entre ambos países llega en un pésimo momento. Dentro de dos semanas se terminará la pausa arancelaria de Trump, por lo que no es momento para entrar en una confrontación.
“En cuanto a aranceles, Colombia no ha sufrido tanto, y puede aprovechar las medidas contra otras regiones (específicamente Asia) para ganar más en el mercado norteamericano. El gobierno de EE. UU. no va a cambiar mucho. La táctica de la administración Trump es exigir mucho, pero ceder poco”, afirmó Gumbiner.
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A diferencia de Borda, Gumbiner destaca que “llamar a consultas está muy lejos de un rompimiento de relaciones diplomáticas. Hay muy poca probabilidad que va a llegar a un rompimiento diplomático entre los dos países”. Sobre qué hacer, el diplomático estadounidense es claro: alguien tiene que bajarle el tono a la confrontación.
“La administración de Joe Biden fue muy tolerante respecto con los discursos y comentarios del presidente Petro. Decidieron enfocar en aciones, no palabras, y también fortalecer las relaciones tecnocráticos en Colombia y no tanto al nivel político. Donald Trump no es tan tolerante. Y Marco Rubio, el secretario de Estado, tiene una larga historia de oponer la ideología de Gustavo Petro. Entonces ellos van a responder fuertemente a los comentarios del Sr. Petro. Para Colombia, tendrían que bajar el tono del discurso antiyanqui. Y ser un socio en la política norteamericana sobre migración”, destaca Gumbiner.
Un elemento que Estados Unidos tiene en este momento para servir de “zanahoria” luego de tanto “garrote” es la desertificación, un proceso que va a llevar a cabo en los próximos meses. Pero teniendo en cuenta que Colombia actualmente no cuenta con un canciller en propiedad, los acercamientos se avecinan difíciles y le dan la oportunidad a Washington de seguir “dando garrote”, según los expertos.
En este momento tan crítico para las relaciones binacionales, parece que no hay intenciones de “bajarle la espuma al chocolate”. Al finalizar la tarde, Armando Benedetti retomó las denuncias sobre el proceso de visas estadounidenses señalando que han “jugado” con él y se la han quitado dos veces. Hay tres cosas por aclarar frente a esto: sí, en el pasado se les han retirado visas a funcionarios colombianos en medio de la crisis diplomática. Sin embargo, al cierre de esta edición no había pruebas de que esto ocurriera en el marco de la nueva tensión. En medios y redes sociales circuló una lista de supuestos funcionarios a los que se les había revocado la visa, pero uno de estos personajes ni siquiera tenía este documento, según pudimos confirmar.
Ya que el visado es un proceso cuya información es exclusiva entre un Estado y un individuo gracias a la Privacy Act (Ley de Privacidad), es imposible comprobar públicamente estas denuncias. Ahora, por último, cabe destacar que Washington ha usado el retiro de visas como mecanismo de presión y de comunicación sobre la línea presidencial. El fin de semana pasado, nada más, Washington retiró el visado del dúo musical Bob Dylan tras sus comentarios sobre las fuerzas israelíes en el festival Glastonbury en Reino Unido. Y el Departamento de Estado hizo pública esta decisión, así como lo ha hecho con casos de funcionarios nicaragüenses o venezolanos, pues refuerza la retórica de la Casa Blanca. Por eso mismo, sería de esperar que el gobierno estadounidense confirmara la decisión, algo que todavía no ha ocurrido.
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