Al mediodía de este lunes, 20 de enero, se inaugura el segundo período presidencial de Donald Trump (2025-2029). Asume como el número 47 con las promesas de “volver a hacer América grande” y “Estados Unidos primero”. Es la consigna por la que votaron más de 77 millones de personas, una masa popular que lo apoyó para regresar a la Casa Blanca al tiempo que se convertía en el primer presidente convicto, ya condenado a pagar por una agresión sexual y todavía tiene varios asuntos pendientes en tribunales de Estados Unidos.
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The Atlantic reseñó hace pocas semanas cómo, mientras Trump ganaba el 5 de noviembre, en un centro de culto religioso en Lancaster, Pensilvania, decenas de personas celebraban y lanzaban oraciones al cielo festejando el regreso del republicano. “¡El cielo y la Tierra se están alineando! La voluntad del cielo se está cumpliendo en la Tierra”, reseña la crónica del medio estadounidense.
Esta pieza describe la creciente masa extremista religiosa que apoyó al presidente estadounidense, que se agrupa en cultos como la Nueva Reforma Apostólica. Según The Atlantic, “decenas de millones de creyentes (alrededor del 40 % de los cristianos estadounidenses, incluidos los católicos, según una encuesta reciente de la Universidad Denison) están abrazando un movimiento atractivo y carismático que tiene poco uso para el pluralismo religioso, los derechos individuales o la democracia constitucional. Es místico, emocional y, a su manera, tremendamente utópico. Es transnacional, multirracial y abiertamente político”.
Esta masa religiosa se unió así a otros grupos radicales conservadores como los Proud Boys, Alt-right y remanentes del Ku Klux Klan, que han apoyado al magnate republicano desde su primera llegada a la Casa Blanca en 2016. Respaldan el ideal de grandeza que Trump ha prometido devolverle a Estados Unidos.
Muchos de esos principios encajan en la agenda del mentado Proyecto 2025, iniciativa de 900 páginas impulsada principalmente por la Fundación Heritage (afín a Trump, que ha influido sobre varios gobiernos republicanos). Se trata de una propuesta que ha sido vinculada con la agenda de Trump, de la que él trató de distanciarse en tiempos de campaña (a pesar de que 140 exfuncionarios de su primera administración estuvieron vinculados a la creación de la propuesta) y que, a grandes rasgos, plantea una administración con grandes reformas y recortes. Entre las propuestas está expandir el poder del presidente, recortar agencias federales, imponer mayores restricciones al derecho al aborto, reducir las políticas ambientales y aumentar la severidad de las políticas de inmigración y economía.
Ahora bien, con Trump de presidente y una leve mayoría en el Congreso de Estados Unidos, la plataforma para implementar las reformas conservadoras está lista. Pero ¿qué tan fácil la tienen? “Una característica del sistema político de Estados Unidos, que a veces es visto como un problema y a veces como una virtud (y de tantos sistemas políticos en realidad), es la tendencia al statu quo, la estabilidad, y que cuesta mucho introducir cambios (radicales). Cualquier cambio político o de políticas significativo necesita un amplio apoyo político (no solo de tu partido, sino de parte del otro partido, especialmente en el Senado)”, explica Andreu Casas, docente de la Universidad Royal Holloway de Londres. También están las cortes y otras instancias judiciales a las que se puede acudir para apelar las decisiones ejecutivas. Casas lo condensa diciendo que nada es imposible, pero tampoco es un camino fácil implementar esa agenda.
Hay, sin embargo, discrepancias entre lo que plantea el Proyecto 2025 y lo que finalmente ha anunciado Trump para su gobierno. Por ejemplo, en el tema del aborto. En el debate con Kamala Harris, dijo que eso debería ser una decisión de cada estado, mientras que el documento conservador establece que el siguiente presidente “tiene la responsabilidad moral de liderar al país para volver a restaurar una cultura de la vida en Estados Unidos” sin excepciones.
No es un libreto al que Trump se apegue a rajatabla e, incluso, durante su primera administración hubo anuncios que no trascendieron a nada más que eso. Hay que esperar si se irá adaptando según vayan cambiando sus intereses con el pasar de los meses y conforme evolucione la situación geopolítica. Lawrence Gumbiner, analista y exdiplomático estadounidense, enfatiza en este punto recordando que en su primer período terminó teniendo negociaciones con el líder norcoreano Kim Jong-un, por ejemplo. “Nadie vio venir eso porque es muy impredecible. Entonces, esa plataforma de conservadores, con el apoyo de la Fundación Heritage, tiene muchos aspectos que encajan con la visión de Trump, pero no estamos seguros de cuánto él va a apoyar todo eso”, dice.
¿Y si cambia la agenda, se perderá el apoyo ultraconservador? Es una posibilidad por el momento remota. De nuevo, es una base que, a pesar de tener un norte moral muy definido, no le importó votar por Trump aun cuando fue hallado culpable de fraude en el caso del pago por el silencio de una exactriz de cine para adultos con quien habría tenido una relación extramatrimonial (la versión de Trump es que todo ha sido una “cacería de brujas”). Y, aunque hubiera espacio para la duda o decepción por promesas incumplidas, Casas remarca que Trump sabe jugar con los resultados políticos y se defiende bien.
“Trump sabe muy bien vender victorias mínimas o parciales como grandes victorias (por ejemplo, aunque no construyó un gran muro con México en su último mandato, sino que construyó pequeños trozos, lo supo venderlo como una gran victoria entre los grupos más radicales y antiinmigración), y utilizar las derrotas a su favor, recurriendo al discurso populista de que las élites están contra él y no lo dejan avanzar su agenda y las demandas del pueblo llano (por ejemplo, las prohibiciones para viajar del principio de su último mandato)”, afirma.
Parece estar preparado para enfrentar cuestionamientos de este tipo. Gumbiner recuerda también episodios recientes como el enfrentamiento entre otros grupos que lo apoyan, como los que están en contra de la migración masiva a Estados Unidos, y las posiciones de aliados poderosos como Elon Musk, quien fue nombrado por Trump director para la eficiencia gubernamental y se mostró muy a favor de las visas de trabajo. “Es muy popular con el sector tecnológico aquí. Trae gente de otras partes para trabajar, pero la base de Trump es antiextranjera; no quiere que nadie entre. Esa pelea no le hizo daño a Trump para nada. Yo no creo que lo vayan a abandonar, por lo menos en el corto plazo de dos o tres años. No tienen a alguien con quien puedan competir con el poder político de Trump. Si dejan a Trump, ¿a quién van a apoyar?”, explica el analista.
A partir de hoy comienzan a medirse estas fuerzas y, en cuatro años, habrá que hacer el balance de cuánto éxito tuvo esta agenda conservadora y qué tan contenta queda la masa radical que lo apoyó para regresar a la Casa Blanca.
El primer examen será en 2027, con las elecciones de medio término, cuando se renueve parcialmente el Congreso. Después, podría ser más difícil la negociación en el Gobierno o puede afianzarse el control parlamentario para darle a Estados Unidos la “grandeza” al estilo Donald Trump.
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