Cada día, la política exterior de Donald Trump pone en aprietos a diferentes actores de la geopolítica mundial. Hace un par de semanas fue Gaza, con su plan de convertirla en una “Riviera de Oriente Medio”; y, desde la semana pasada, el foco cayó sobre Ucrania y, por efecto colateral, sobre la Unión Europea.
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Primero, se realizaron llamadas por separado a los presidentes Vladímir Putin (de Rusia) y Volodímir Zelenski (de Ucrania). Estas conversaciones forman parte de lo que parece ser una iniciativa pragmática para alcanzar un acuerdo que ponga fin a la guerra en Ucrania. Posteriormente, las discusiones evolucionaron hacia reuniones en Riad, Arabia Saudita, entre representantes de Rusia y Estados Unidos.
Este desarrollo ha puesto en alerta máxima a todos los demás actores involucrados en el conflicto. Por un lado, Kiev, por razones obvias, no quiere quedarse fuera de la mesa de negociaciones, ya que es el epicentro de la guerra. Por otro, los países vecinos y la comunidad europea también están atentos a los avances, dado el impacto regional y su notoria exclusión para lograr una solución.
Para este grupo, representado parcialmente por el bloque de los 27 países de la Unión Europea, la estocada final llegó en el encuentro con el vicepresidente estadounidense J. D. Vance en Múnich el pasado viernes.
“Lo que me preocupa es la amenaza desde dentro: el retroceso de Europa en algunos de sus valores más fundamentales, valores compartidos con los Estados Unidos. Y estoy seguro de que todos ustedes han venido aquí dispuestos a hablar de la forma exacta en que planean aumentar el gasto en defensa en los próximos años, de acuerdo con un nuevo objetivo que se han fijado. Y eso está muy bien, porque, como ha dejado claro el presidente Trump, considera que nuestros amigos europeos deben desempeñar un papel más importante en el futuro de este continente”, dijo Vance frente a varios altos representantes europeos reunidos en la Conferencia de Seguridad de Múnich.
No solamente fue un “halón de orejas”, sino que llevó inmediatamente a movilizarse a los líderes europeos, quienes este lunes ya se dieron cita en París, convocados por el presidente francés Emmanuel Macron, para reevaluar cómo va a responder Europa a las exigencias de Washington y cómo hacer frente a una grieta que ha quedado profundamente en evidencia en cuanto a la unidad del continente.
“Las señales de Donald Trump representan un nivel de riesgo distinto: evidencian la dependencia del bloque europeo en materia de defensa frente a Estados Unidos y, sin duda, lo obligan a tomar decisiones apresuradas respecto a su autonomía estratégica, para las cuales no estaba preparado hasta ahora. Por ello, el llamado a aumentar el gasto en defensa y el espinoso tema de un ejército europeo, que implica debates históricos sobre su viabilidad más allá de la OTAN, revelan que la Europa geopolítica se encuentra en una situación de desesperación. Esto se debe a que su principal aliado ha buscado dejarla de lado en la mesa de negociaciones con Moscú”, explica Manuel Camilo González, analista y docente de la Pontificia Universidad Javeriana.
También expone la recepción de las acciones de Trump como una “traición” a la histórica cooperación entre Estados Unidos y Europa. Sin embargo, para hacer frente a este gesto, primero se necesita un consenso, y es otra de las carencias que dejó ver la arremetida de Vance.
El vicepresidente pasó país por país enumerando gestos que, al juicio de la administración republicana, evidencian esa pérdida de valores a la que hace referencia. También dejó en el aire su apoyo a AfD, el partido de ultraderecha alemán que puede dar la sorpresa en las elecciones legislativas del próximo 23 de febrero. Ese ascenso de sectores conservadores, que ya gobiernan en países como Hungría e Italia, puede traer un punto de inflexión en ese intento por buscar unidad para Europa.
“Está más dividida internamente que nunca. El euroescepticismo, e incluso el antieuropeísmo, ha llegado a gobernar en varios países. Hungría e Italia son ejemplos claros, pero también algunos países que antes eran firmemente europeístas ahora muestran tendencias euroescépticas. Hablamos de Dinamarca o de los Países Bajos, este último siendo un país fundador de la Unión Europea. Sí, esta división se veía venir. Sin embargo, de manera paradójica, esta situación podría unir al bloque. Podría ser ese ‘tocar fondo’ que obligue a la Unión Europea a decidir: o nos unimos políticamente, o no vamos a ninguna parte”, complementa Jairo Agudelo, docente de la Universidad del Norte.
Y si está erosionada, ¿en qué puede terminar un frente común? Tanto Agudelo como González plantean que, si bien hay ejemplos muy buenos de iniciativas conjuntas en materia económica, como la respuesta conjunta a la crisis provocada por la pandemia de COVID-19, existe una gran brecha para materializar, en el ámbito político, esas alianzas. “Fue una alianza clamorosa en la que la Unión Europea demostró que, desde las cenizas, fue capaz de construir una unión y responder a una emergencia con este plan que aún sigue aplicándose”, continúa Agudelo.
Sin embargo, el panorama actual, con Trump poniendo al bloque contra las cuerdas y, peor aún, dejándolo al margen de discusiones clave, lo obliga a reaccionar. “La Unión Europea está obligada a cambiar en estas circunstancias. En estos momentos, en la mente de Trump, Europa es el menú y sus comensales son China y Rusia, lo que es una mala noticia: una Europa desprotegida frente a Moscú y vulnerable económicamente ante un Washington proteccionista y una China comercialmente avasallante”, analiza el docente González.
El pedido de Trump fue claro, según la vocería de Vance: aumentar el gasto en defensa considerablemente. Ya en su primera administración, pidió al bloque destinar el 2 % de su PIB para financiar la defensa, pero ahora el pedido ha llegado hasta el 5 %.
La otra opción, la de construir una fuerza armada que defienda exclusivamente los intereses europeos, depende igualmente de los esfuerzos de cooperación de todos los países y, por supuesto, de un importante esfuerzo económico.
“La Unión Europea está planteando un 3 % de inversión en defensa. Esto implica un sacrificio significativo en un momento en el que todavía se sufren las consecuencias de la guerra, especialmente en términos energéticos. Además, aumentar el gasto en armamento por parte de los europeos significa, en gran medida, comprar más a Estados Unidos, que es el principal proveedor de armas a nivel mundial. En otras palabras, se estaría fortaleciendo a Estados Unidos. Lo que está en juego aquí es, en realidad, una ampliación de su mercado”, explica Agudelo. Es decir, ya sea ampliando su cooperación en defensa en el marco de la OTAN o construyendo su propia armada, la ventaja la tendría Estados Unidos.
Sea la alternativa que sea, Europa parece estar obligada a actuar, ya sea fortaleciéndose en torno al bloque de los 27 o mediante iniciativas independientes. Pero, en cualquier caso, el primer paso se dio en la reunión de este lunes en París.
“Europa tiene que definir, de una vez por todas, su seguridad y su defensa como un bien público, y determinar si se trata de un bien público europeo”, dijo el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, al terminar la reunión.
Otros participantes del encuentro en París, como el canciller alemán Olaf Scholz o la primera ministra danesa Mette Frederiksen, instaron al bloque a “actuar siempre juntos” por un bien colectivo europeo. Frederiksen, en concreto, afirmó que la reunión en Riad “está amenazando ahora a toda Europa”. Sin embargo, a pesar de que hoy podría ser el punto de inicio de la reacción europea, no se anunció ninguna medida concreta.
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