Latinoamérica ha vuelto a estar en punto de mira de Donald Trump durante la última semana. Entre sus más recientes acciones están aumentar a US$50 millones la recompensa por la captura de Nicolás Maduro, líder del régimen venezolano, autorizar al Ejército estadounidense a combatir a los carteles latinoamericanos y comparar a Washington con Bogotá y Ciudad de México para justificar que la capital es igual de peligrosa y, por ello, desplegar allí a la Guardia Nacional.
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Todas estas insinuaciones motivaron a Gustavo Petro, presidente colombiano, a responder ante cualquier intento intervencionista de la administración republicana de Washington. “Colombia y Venezuela son el mismo pueblo, la misma bandera, la misma historia. Cualquier operación militar que no tenga aprobación de los países hermanos es una agresión contra Latinoamérica y el Caribe. Es una contradicción fundamental a nuestro principio de libertad. Libertad o muerte, gritó Bolívar, y el pueblo se sublevó”, escribió en X como parte de una serie de mensajes al respecto.
Uno de ellos citaba un video que mostraba al cuerpo de la Dirección General de Contrainteligencia Militar de Venezuela, un órgano ampliamente cuestionado por presuntas violaciones a los derechos humanos y represión. “El ejército que quede en lo que fue la Gran Colombia será aquel que pueda levantar con orgullo el estandarte de la vida, de los valores fundamentales de la humanidad, herederos de la libertad jurada por Bolívar”, escribió Petro.
En retrospectiva, si Trump insinuaba intervencionismo, Petro aludió a un bloque unido. Pero quien retomó por completo esa bandera fue Nicolás Maduro, que le tomó la cuerda a Petro: “Unir la cooperación entre las autoridades, gobernadores, alcaldes, autoridades públicas legítimas; unir a los gobiernos nacionales con los ministerios; unir a las fuerzas militares de Colombia con la fuerza bolivariana, en la garantía de que es un territorio libre de violencia, grupos armados, narcotráfico completo”, dijo en su programa de televisión Con Maduro +.
Y aunque Petro reculó y dijo que Maduro no quiso hablar de una fusión, “sino de articularlos para acabar el narcotráfico”, la alineación con el régimen de Caracas quedó explícita en esta discusión.
Mantener una cercanía
Para Víctor Mijares, analista y docente de la Universidad de los Andes, esta cercanía parece ser mucho más estratégica que ideológica, y está vinculada a iniciativas conjuntas como la zona binacional firmada entre ambos países y la transacción de la empresa venezolana Monómeros. Complementando, Ronal Rodríguez, vocero del Observatorio sobre Venezuela de la Universidad del Rosario, añade que este alineamiento también se ha visto en momentos en los que Petro ha replicado narrativas de Caracas sobre temas como la compleja situación humanitaria de ese país y la crisis migratoria. Sin embargo, sus silencios también comunican bastante.
“Es muy llamativo porque no solamente se trata de las simpatías y sintonías discursivas y narrativas, sino incluso de los silencios, que quizá son los más preocupantes. Guardar silencio cuando el presidente Nicolás Maduro hace lecturas tan acomodaticias de la situación de seguridad en la frontera, teniendo él una lógica en la cual ha apoyado de forma abierta y velada a los grupos al margen de la ley colombianos, es muchísimo más incómodo, incluso, que las palabras que pueda pronunciar el presidente”, explica Rodríguez.
También añade que, en términos locales, alinearse con Maduro no le trae réditos a Petro, teniendo en cuenta que Colombia, desde 2018, no ha reconocido las dos reelecciones del chavista (que desde la de 2024 Petro no ha reconocido públicamente a Maduro como presidente) y que este tiene más del 90 % de desfavorabilidad en la opinión de los colombianos.
Caracas sí lo capitaliza
Mijares explica que, por el contrario, al régimen venezolano sí le resulta de bastante utilidad ese respaldo de Petro para demostrar que no está completamente aislado en la región: “Permite al Gobierno venezolano mantener la retórica de la amenaza externa, aun cuando mantiene relaciones comerciales con empresas como Chevron y diálogo con representantes cercanos a Trump, como Richard Grenell. El gesto refuerza la imagen de que Venezuela no está aislada en la región, lo que le da un respiro político. No debe olvidarse, además, la documentación existente sobre la participación de militares venezolanos en el narcotráfico: una cooperación a lo largo de la extensa frontera común podría beneficiar indirectamente a carteles ya identificados”.
Sin embargo, en los argumentos de Mijares puede verse una ambigüedad en la relación de Estados Unidos con el régimen. Trump ha negociado abiertamente con Caracas: desde la liberación de presos estadounidenses, pasando por la repatriación de más de 250 migrantes venezolanos que fueron enviados a El Salvador —donde permanecieron presos cerca de cuatro meses—, hasta la mencionada concesión para que Chevron pudiera operar.
¿Acciones tangibles?
Sobre la posibilidad de que Trump capitalice sus amenazas de intervención militar, Mijares lo ve poco probable, a pesar de reconocer la presión de comunidades latinas en Florida que exigen mano dura contra Petro y Maduro, así como de figuras de su Gobierno que abogan por esta postura, como Marco Rubio, su secretario de Estado.
“Aunque se emiten señales de presión, como el aumento de la recompensa por información sobre Maduro a US$50 millones, en la práctica persiste la cooperación energética y no hay amenazas creíbles de uso de la fuerza. Es probable que la ambigüedad continúe mientras sirva a intereses puntuales; solo si estos pierden relevancia podríamos ver un cambio sustancial en la postura”, afirma. En cuanto a la posibilidad de cooperación militar entre ambos países, el analista la supedita al resultado de las elecciones de 2026. Ronal Rodríguez remarca una desconfianza reciente entre el régimen de Maduro y el presidente Petro, a pesar de que han cooperado en los últimos años, pero Mijares lo remonta a disputas históricas no resueltas, como la del golfo de Venezuela o Coquivacoa, cuya soberanía no está clara.
“No es posible afirmarlo con certeza ahora, pero no puede descartarse una nueva fase en las relaciones militares entre ambos países bajo un gobierno de izquierda en Colombia”, concluye Mijares.
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Por Hugo Santiago Caro
